Presentación de 'El pájaro motosierra', de Katherine Perzant, Ediciones Alarcos, 2022 (FOTO Lázaro Saavedra)

Las redes están que arden

“Las redes están que arden”,[1] anuncia El pájaro motosierra, y yo creo que ardemos, nosotros ardemos. Los que vamos a las revueltas, y los que no. Los que vinimos a esta presentación, y los que no pueden estar aquí, aquí donde el 20 de mayo de 2022 se hizo una lectura performativa de esta obra, aquí, en un teatro donde es sagrado el cuidado por los cuerpos y las palabras frágiles. Ese tipo de cuidado te saca chispas, sueltas chispazos que te quitan el miedo de poner a arder todas las redes.

Lo que más me arde ahora mismo es la garganta, pienso que es una especie de maldición que me dejó la autora con su dedicatoria: “Aquí está también tu voz, en la garganta del pájaro”.

La voz es un asunto que me obsesiona, así como me obsesionan las escritoras que te maldicen con sus piedras, sus cabezas, sus cordones, sus nefritis.

Katherine vio con sus propios ojos cómo me trabé con la puerta de metal de un edificio llamado Camilo Cienfuegos porque me quedé dormida y desperté sin llave y sin cabeza a la hora de nuestra cita para hablar de esta presentación. Todavía no sé por qué tanta confusión a esa hora temprana de la tarde, yacía rendida con el vapor insoportable de la sala de la casa y no escuchaba ningún sonido, ninguna avecilla, ninguna notificación.

Quería empezar diciendo esto, porque lo siguiente es hablar de cómo se manifiesta lo ardiente en la escritura de Katherine Perzant. Ardiente escritora del amor, la muerte, el suicidio, el teatro y las capturas de pantalla (off the record, me seduce una casa de 1912 encajada en el oriente de Velasco). Ella, con su ardiente disposición a descontrolar, a atravesar todo lo que le hipnotiza y a situarlo como un dispositivo para la escritura, me pone ardiente, obvio, porque lo autorreferencial o lo posdramático siguen quemando, pero siempre se entienden de manera tan literal y vacua que ya ni me preocupo por discutir sobre esto con nadie.

Primero pensé en desestabilidad, inacabamiento, almas desunidas, después, en fragmentación y montaje, pero en el ejercicio de acercarme a un libro en el que emergen de manera tan sutil o tan abrupta las gargantas de una mujer que exorciza, bromea y sana, lo mejor es caer en esa red vociferante que es la emergencia, y, obviamente te va a arder como te arden la huelga, los presos, el portazo desorientado para presentar, finalmente, un libro de la editorial Tablas Alarcos en El Ciervo Encantado (off the record, querida, estoy aquí hace como quince minutos, no sé, te he llamado varias veces al móvil, pero no sé si tienes fijo ahí, es que no tengo idea, no sé cómo localizarte…).

La obra comienza refiriéndose a la noticia de una huelga feminista. Elia, personaje, dice: “Ojalá no hubiera estado enferma, hubiera querido ponerme también una cabeza de pájaro, coger una motosierra en las manos y salir a cagarme en todo lo que me empinga”.[2]

El empingue es un estado natural que tiene efectos adversos en la garganta y en el estómago y en el amor y en la idea de concebir un libro.

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Miro fijamente la portada del libro que me mira. Pero tengo mi ritual, lo primero que hago cuando me cae en las manos es olerlo. Lo segundo, hojearlo. Lo tercero, leer una página al azar.

Esto leí azarosamente cuando compré El pájaro motosierra:

En el recuerdo abro la puerta y me digo, shhhhhhh, ya está bien,
vamos,
ya está bien,
me aparto el pelo de la cara
y me beso en la boca.[3]

Luego hallaría otra señal igual de cándida, en forma de homenaje a la película Las horas:

Virginia me mira y en un close up mortal me abofetea:
—Muchacha, hay que mirar la vida de frente.[4]

Y en ese mandato, en el río, al límite del poema y del teatro y la novela y las reproducciones sonoras es que disiente esta obra en estructura, en formulación. Tú hojeas el libro y te preguntas, ¿es poema?, ¿es teatro?, ¿es diario? Porque transgredir los géneros y gozar con la hibridez sigue sorprendiéndonos a estas alturas. Porque me fascinan estas citas no tan evidentes: “Casi Café Müller”,[5] “¿por qué hablas como escrita por Miller?”,[6] “una mujer que escribiera así, gritaba”[7] y porque para referirse a la búsqueda que recorre El pájaro motosierra solo bastaría pronunciar “filtraciones” y “estreñimiento”. Brava. Irónica. Claro que hay una contradicción entre las filtraciones y el estreñimiento. Hay una tensión en esta “dramatización” que se filtra, se tupe, simula, representa. Como cualquier autora ardiente, se ensaya.

Ensayar cómo dos jóvenes hablan de la huelga, y cómo esta performance del simulacro va (des)componiéndose a través de una voz afectada por la intimidad, por las operaciones en las que suponemos se actúa, se ponen el cuerpo y la enunciación, produce un tratado donde subjetividad y libertad taladran “este” (nuestro) drama con el sonido. De algún modo, ver cómo va filtrado el texto de incertidumbres, pasiones, pasos sobre el hielo y una reserva forestal, revela una voluntad de escritura que es laboratorio. En El pájaro motosierra hablan personas cercanas al proceso de lo que pareciera muchas obras. Hablan experiencias solitarias de adolescente y mujer retratada por cazadores desconocidos. Se ensaya una textualidad performática que combina todo esto, casi con la terquedad de quien está archivando su propia biografía para no olvidar ningún detalle de hacerse “dramaturga cubana”.

¿Qué significa “decir” cuando se ensaya un libreto? Acaso, ¿quiere decir que Elia dice a Virginia y a Sylvia, que Andrés dice a Leonard y a Ted? Que tienen voz entrenada y algo de técnica.

Lo fundamental es la derrota: “Los personajes no existen están las palabras que dices y ya. Letras en negro sobre el papel. El personaje eres tú. Tú, que dices las palabras en ese momento. Palabras que escribió alguien que no conocemos, que no nos interesa ahora, que ha dejado escrito y claro cómo decirlo y ya”.[8]

Política y socarrona toda la situación del ensayo, un trozo que da las claves de por qué se ha escrito esta obra cuando Andrés, el hijo de la directora del grupo de teatro, el que viaja a todas las giras, le dice: “Eres como el resto de la compañía”.

Y Elia le responde: “¿Y cómo somos «el resto»?”[9]

(off the record: El resto, el empingue).

Martha Luisa Hernández y Katherine Perzant en la presentación de El pájaro motosierra (Ediciones Alarcos, La Habana, 2022), de Katherine Perzant, el pasado 12 de julio en la sede El Ciervo Encantado, en Línea y 18, El Vedado, La Habana.
Martha Luisa Hernández y Katherine Perzant en la presentación de El pájaro motosierra (Ediciones Alarcos, La Habana, 2022), de Katherine Perzant, el pasado 12 de julio en la sede El Ciervo Encantado, en Línea y 18, El Vedado, La Habana

¿Qué pasa si el cazador descubre esa pluma incendiaria que se guarda en los carretes de WhatsApp?

CIFRADOS DE EXTREMO A EXTREMO, que conste, a Rogelio Orizondo en una ocasión le advirtieron que esto era de mal gusto, eso de estar compartiendo cosas privadas en sus obras de teatro, como si no fuera una práctica antiquísima y mil veces propicia. Cómo salir del “yo”, sino revelando esto que ocurre en la lengua de otros, un amigo, una madre o un padre. El puzzle va componiéndose por afinidades, poner énfasis en el boceto, en las palabras de quienes no lo saben, pero han escrito la obra contigo, es de una generosidad obstinada, caótica, libérrima y es del tipo de decisiones que a mí me interesan en cualquier libro que cae en mis manos.

Porque hay impulsos indescifrables, y esa es la resistencia y la contingencia ante la que nos sitúa El pájaro motosierra. Que lo diga Elia, que lo diga Andrés, que lo diga diciembre de 2019, que lo diga el Odin Teatret y que lo diga No soy unicornio.

Mezcolanzas, eso, “el arte para mí es eso”, escribe. Pero, aunque mezcolanza fluiría mucho más con el ruido cortante, creo en lo autextual, pues ella declara:

El ave lira busca ser novedosa. Descontextualiza. Abruma. Inquieta. El ave lira es un manifiesto que lleva a los sitios sonidos ahí carentes. Entiéndase sitios como países, mentes, terminaciones nerviosas… El ave lira es un animalito radical, posdramático y onomatopéyico. Un ejemplo incuestionable para el campo del arte.

RRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRR[10]

Artaud escribió:

El cuerpo es el cuerpo
está solo
y no necesita de órganos.
El cuerpo no es jamás un organismo,
los organismos son los enemigos del cuerpo.

Mientras, Katherine acepta, “Mi cuerpo se esmera en contar […] por más que intento recordar cómo acabé aquí/no lo recuerdo”.[11]

Citando la idea de la filósofa colombiana Adriana Urrea, porque la voz y el recuerdo son cuerpo: “Lo vocante invita a imaginar una dinámica de propulsión en la que se ponen en movimiento las diferentes densidades y fuerzas […] Lo vocante permite indagar la fuerza política de la voz. Hace que los vocantes sean presencias extrañas y extrañables a la vez”.

¿Y qué hacemos “el resto” con nuestras voces?

¿Y qué hacemos con el verde corazón de pájaro?

¿La crisis?

¿La anticrisis?

¿La ansiedad?

(off the record: mi garganta no está para nada, “lo que me callo, lo que rumio, lo que me provoca soriasis y dolor de cabeza”,[12] a mí también, Katherine, lo que me mata, lo que rompo, lo que me provoca darme trancazos creyendo que tiene sentido vivir aquí).

'El pájaro motosierra', de Katherine Perzant, Ediciones Alarcos, 2022
‘El pájaro motosierra’, de Katherine Perzant, Ediciones Alarcos, 2022

diez céntimos australianos

La reescritura del primer capítulo de Orlando, de Virginia Woolf, The poem, trae a mí la impaciencia de Orlandia, proyecto que Carlos Díaz algún día estrenará. La confusión por el desamor y la ingratitud de esa “felona. Perjura. Voluble. Inconstante. Demonio. Adúltera”.[13] Todos sabemos que Orlando ve por primera vez a Sacha mientras patina por el río congelado, una forastera, quién sabe si mujer o mancebo. Ella, la que escribe, es capaz de “descongelar el Támesis con el ardor de este poema”.[14] Existió una Gran Helada y existió La encina. Y de algún modo, por mucho que quiera, quiera, quiera, quiera, temo que Elia nunca correrá por el Támesis congelado en los próximos 300 años, a menos que el tabloncillo del teatro, a consecuencia de las filtraciones y el cambio climático se convierta en una pista de patinaje sobre hielo.

A mí me hizo pensar en la función de Otelo, ese instante en el que Orlando se imagina estrangulando a Sacha, de la misma manera que el protagonista de la obra ahoga a su mujer. The poem es la reescritura de un primer capítulo que nos seduce porque: “Hay noches como pesadillas/noches para que uno grite/y despierte”.[15]

Clemencia, cabeza de pájaro y motosierra

De las pancartas no voy a hablar, quizá debería leerlas Katherine, sonarán mejor con su voz, ya una vez la escuché leerlas y repicaron con la bahía de La Habana creando su propia sinfonía desobediente. A mí una huelga feminista para denunciar los feminicidios me parece infinitamente necesaria, tanto como encontrarnos aquí y recordar que ayer fue 11 de julio. “¿Y POR QUÉ LA HUELGA? Porque mi PAPAYA demanda”.[16] Porque en todo caso, “en qué final de qué película morimos”,[17] sino en aquellas: “de las horas de las violadas, las desaparecidas y las muertas frente al fregadero”.[18]

Terminé preguntándome si el ave lira podría imitar la instrumentación de La clemencia de Tito, terminé preguntándome por qué el jurado que premió El pájaro motosierra escribió en las notas de contracubierta: “los lugares comunes (vitales) y los presupuestos más inmediatos del teatro cubano contemporáneo”, terminé recordando esa edición de El pájaro azul de Maeterlinck en una biblioteca que no volveré a pisar y que tenía adentro una mano larga y enferma y moribunda que no asustaba ni pedía nada y terminé viéndome en la noche que decidí tatuarme THE BELL JAR, de Sylvia Plath, porque lo hice solo para venir a presentar esta obra.

Terminé gritando:

En el recuerdo abro la puerta y me digo, shhhhhhh, ya está bien,
vamos,
ya está bien,
me aparto el pelo de la cara
y me beso en la boca.[19]

Katherine Perzant en la presentación de El pájaro motosierra (Ediciones Alarcos, La Habana, 2022), de Katherine Perzant, el pasado 12 de julio en la sede El Ciervo Encantado, en Línea y 18, El Vedado, La Habana
Katherine Perzant en la presentación de El pájaro motosierra (Ediciones Alarcos, La Habana, 2022), de Katherine Perzant, el pasado 12 de julio en la sede El Ciervo Encantado, en Línea y 18, El Vedado, La Habana

Notas:

* Este texto fue leído en la presentación de El pájaro motosierra (Ediciones Alarcos, La Habana, 2022), de Katherine Perzant, el pasado 12 de julio en la sede El Ciervo Encantado, en Línea y 18, El Vedado, La Habana.

[1] Katherine Perzant: El pájaro motosierra. Ediciones Alarcos, La Habana, 2022, p. 14.

[2] Ibídem, p. 15.

[3] Ibídem, p. 59.

[4] Ibídem, p. 20.

[5] Ibídem, p. 14.

[6] Ibídem, p. 15.

[7] Ibídem, p. 23.

[8] Ibídem, p. 23.

[9] Ibídem, p. 27.

[10] Ibídem, p. 45.

[11] Ibídem, pp. 57-58.

[12] Ibídem, p. 47.

[13] Ibídem, p. 54.

[14] Ibídem, p. 53.

[15] Ibídem, p. 58.

[16] Ibídem, p. 46.

[17] Ibídem., p. 55.

[18] Ibídem, p. 46.

[19] Ibídem, p. 59.

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MARTHA LUISA HERNÁNDEZ CADENAS
Martha Luisa Hernández Cadenas, Martica Minipunto (Guantánamo, Cuba, 1991). Teatróloga, poeta y performer. Coordinadora del Laboratorio Escénico de Experimentación Social (LEES). Entre su obra reciente se encuentran los performances Nueve (2017) y Extintos, aquí no vuelan mariposas (2018); las intervenciones La última ópera china (2018) y Las fundadoras (2019). Fundadora de la editorial independiente ediciones sinsentido. Ha publicado el poemario Días de hormigas (Premio David de Poesía 2017, Ediciones Unión, 2018). Ganadora del Premio de ensayo La Selva Oscura por su investigación Notas de un simulador. La crítica teatral de Calvert Casey (1960-1965) y del Premio de Teatrología Rine Leal por su libro ESTA OBRA HABLA DE TI Y DE MI. Ensayos para (des)a(r)mar la experimentación escénica en Cuba (2012-2018).

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