Gerardo Fernández Fe (FOTO Alejandro Taquechel)
Gerardo Fernández Fe (FOTO Alejandro Taquechel)

Cuando apenas se han leído las primeras cincuenta páginas, de las más de cuatrocientas de la novela Hotel Singapur (Audere Libros, 2021), del escritor cubano Gerardo Fernández Fe, el lector se pregunta hacia dónde conducen las distintas historias de vidas, llegadas en aluvión. Si se entrecruzarán, si la voz narradora principal (como transcriptor y personaje a un tiempo) se integrará de lleno a alguna o a todas las historias. Y, por si fuera poco, también se cuestiona si el final será digno de cualquier clásico de literatura policial ante la tensión de los ambientes que ya se irradia, aunque en su nota de contracubierta no se mencione ni al paso tal clasificación.

Desde la primera novela de Fernández Fe, La falacia (1999), varios signos denotaban una singular y extraña perspectiva literaria en relación con sus coetáneos. Luego vinieron otros textos (ensayo, novela y poesía) que ratifican su encomiable mérito, ya no solo en la concepción de personajes dentro de ambientes enrarecidos y angustiantes, sino también en lo que, sin temor a la hipérbole, puede resaltarse: la magistral tesitura de sus voces narrativas que, en su unidad, abogan, como su autor, por la conservación de la memoria. Y es la memoria de la soledad; del destartalo reinante, tanto del pasado como del presente; de las frustraciones del ser humano contemporáneo en y fuera de la familia; pero, en especial, la memoria de ese espacio de vida, cada vez más maltrecho, que se llama Cuba.

El escenario central, no precisamente de los acontecimientos narrados, sino de donde provienen las voces que contarán, son los sótanos de una fabulada Empresa a la que la voz testimoniante (Genaro) y su jefe han sido destinados por un mes para asumir allí una especie de auditoría de los llamados “medios básicos” y de la contabilidad, como parte de un trabajo sistemático del Ministerio de Economía y Finanzas al cual pertenecen. Al situarse el lector en este contexto, tanto de acción como espacial, estará preparado para toparse con el absurdo, la grisura, la desidia, la decadencia, el derrumbe… Pero todos estos entornos, tanto materiales como espirituales, apenas serán eso, entornos, y habitados por seis personajes fundamentales (Norma, Hilda, Orquídea, Aberto-el-militar, Modesto y Victoria) que fungirán como hilos narrativos de los cuales tirará Genaro para “transcribir” fragmentos de sus vidas y de otras casi múltiples derivadas de ellas. Por consiguiente, El Crematorio, como lo nombran sus ocupantes, ellos, “los batracios”, será solo un puente de acceso, una reafirmación de lo inamovible, de la descomposición, de lo insalvable.

A manera de pretexto narrativo, Genaro explicita su casi morboso interés por saber de todos y de todo lo que los “adorna”; de sus “detalles del mal”, como él mismo los denomina, aprovechando la posibilidad de encontrar seres que le cuenten, que se espíen entre sí, como de hecho lo hace él. Su búsqueda de pesquisas y de coincidencias estructura el hilo temático y hasta llega a justificar la acción buscando un guiño de aceptación y de complicidad:

Esa noche me costó trabajo dormirme. Pensaba sobre todo en que no tenía a nadie a quien contarle lo que me estaba pasando con papá, con Esperanza […]. Era lo que pasaba cuando uno se quedaba solo: que no había nadie que pusiera en duda nuestra versión de la historia; algo que también podía estar sucediendo con los relatos que me habían contado en la empresa, con los que me conté yo mismo o hasta con los que llegué a inventarme. Ninguna de aquellas historias se habría sostenido si hubiera caído en manos de un verificador de información, uno de esos personajes grises y acuciosos, persistentes y desconfiados.[1]

Pero las historias “han caído” en manos de un cronista, de un indagador en la vida de los otros que pretende establecer paralelismos entre ellos, hallar, por muy distante e insignificante que sea, un punto de encuentro, y si en él hay vestigios de los propios pasajes personales de él, Genaro, pues aún mejor, ya que serán más valiosos aún. De esto nos habla él, como narrador omnisciente, pero es mayoritariamente suplantado por sus cinco interlocutores. De igual forma subyace la voz autoral, que juega con nosotros, sus segundos “escuchas”, al cruzar las líneas entre realidad y ficción cuando también transcribe lo que tanto él como sus personajes pueden inventarse según sus deseos e imaginación. En esta especie de acto lúdico repetitivo, Genaro (¿Gerardo?) sabe a través de Norma de un personaje secundario llamado Gerardo Fernández, cubano, poeta y con datos biográficos que ficcionalizan socarronamente algunos coincidentes con los del autor (biblioteca familiar, sobrino llamado Camilo Meriño, etcétera). Al mismo tiempo, ese Gerardo es el “pícaro y el lazarillo propenso a la traición en el París de 1937”, sobreviviente de múltiples avatares, y con atributos todos que podían engordar el falso mito, asentado años después, del cubano triunfador y de los cuales no son precisamente los más dignos ejemplos esas almas en pena que pueblan la Empresa subterránea.

Portada de Hotel singapur una novela de Gerardo Fernandez Fe | Rialta
Gerardo Fernández Fe, ‘Hotel Singapur’, Audere Libros, 2021.

A inicios de la lectura de Hotel Singapur podría ser útil delinear un croquis de las seis historias de vidas aparentemente principales, por cuanto de ellas se va desgranando gran variedad de otras tan o más trascendentes. Desplegar un mapa casi de genealogías no estaría nada mal. También se hace necesario dejarse llevar por los juegos y el humor, por momentos descacharrante y mordaz, que distiende no solo de una manera u otra la sensación de vaciedad y de situaciones que rozan el horror, sino también ello permite aceptar que el acto de creación literaria no es, en lo absoluto, necesariamente verosímil.

Quizás el elemento más enfático, omnipresente a lo largo de toda la trama, es la figura paterna, la cual, de alguna manera, es eje central de los conflictos de casi todos los personajes, punto de enlace, incluso, de los pasados más distantes y el ser más puesto en solfa por su trayectoria vital.[2] Así, Hilda tiene un padre asesino y farfullero; el de Alberto-el-militar, Cándido Pajuelo, no podría tener un pasado más poblado de violencias; de su padre, Modesto descubre una doble vida, diametralmente opuesta a lo que siempre le exigió en su crianza; tras casi toda una vida acomodaticia al silencio, el espionaje y la fidelidad a la Revolución, el padre de Victoria se consume en su apartamento, enfermo y olvidado; Pat, hijo de Orquídea, es un buen padre, pero día a día va enloqueciendo más, por desamor y frustraciones. Y, entre otros, sobresale el del que hace converger todos los relatos: el de Genaro. Postrado en un sillón de ruedas y luego de una vida gris y sin aspiraciones, de una manera u otra es el fardo que aquel tiene que arrastrar al quedarse sin familia que lo ayude, básicamente por causa de la emigración.

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De igual manera que como a esos padres omnipresentes, juega el narrador-personaje a hacerlos coincidir, mediante un conocido común, un hecho inusitado, sucede con la palabra Singapur. Ella surge ante él sorpresivamente en El Crematorio, y a partir de esta busca también un punto de intersección posible, así como la razón del por qué (ya sea como ciudad, o escrita en inglés en el pulóver de la única mujer que lo erotiza allí, Victoria) lo asalta de forma recurrente y misteriosa:

¿Por qué reaparecía esta, así, cuando menos lo esperaba? ¿Qué tendría que ocurrir, además de abandonar aquella empresa, para que de mi cabeza se esfumara ese nombre y su relación con Victoria?

Tiré el libro encima de la mesa y me fui al cuarto. Abrí la gaveta donde guardaba otra de mis libretas de apuntes. Regresé a lo que había anotado en ese último mes sobre Singapur. La Ciudad Estado, el país perfecto, donde no había delincuentes ni crisis económica, la Nación de los sueños, la Mierda divina.[3]

Humorísticamente, pero partiendo de un presupuesto real, Gerardo Fernández Fe en la entrevista citada en nota al pie, clasifica a esta novela suya como “un gran chisme”. Definición que se atiene, obviamente, a la manera de hilar las historias que todos cuentan de todos con malsano interés, desparpajo, rencor y hasta solapadas vergüenzas. Podría añadirse que ese gran chisme, casi divisible en relatos independientes, es también, pero en su conjunto, y acentuado por su título, una alegoría de la nación cubana en sus últimos decenios. Porque El Crematorio es ella, un falso hotel que cobija a seres frustrados, en espera de algo por suceder que nunca llega; con núcleos familiares dinamitados por el exilio, la violencia doméstica, la pobreza. Y también podría ser otra Singapur, o más bien como reza el pulóver de Victoria, una SINGAPORE, en la que pueden alzarse hoteles de alturas y mal gusto, tales que opaquen los pocos vestigios de su época radiante y sepulten, aún más, a sus ya casi autómatas pobladores. Por todo ello esta novela realista y metafórica a la vez, de tensión narrativa y prosa impecables, trascenderá, sin dudas, gracias al oficio narrativo bien logrado de su autor.

La Habana, enero de 2024


Notas:

[1] Gerardo Fernández Fe: Hotel Singapur, Audere Libros, 2021, p. 297.

[2] Justo a su padre le dedica Gerardo Fernández Fe esta novela y los motivos para ello pueden ser leídos en una entrevista de Melissa C. Novo publicada en Diario de Cuba, el 4 de abril de 2021 bajo el título de “Gerardo Fernández Fe: nombrar y mostrar lo oscuro que nos habita”.

[3] Ibídem, p. 320.

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VITALINA ALFONSO
Vitalina Alfonso Torres (La Habana, 1960). Ensayista y editora.  Graduada de Filología por la Universidad de La Habana. Desde 1985 ha mantenido una sostenida labor como editora y tiene en su haber más de cien libros editados de distintos géneros literarios. Ha impartido conferencias y participado en numerosos congresos y ferias del libro en diversos países. Colaboraciones suyas han aparecido en publicaciones como Anales del CaribeCasa de las AméricasLetras CubanasLa Gaceta de CubaUnión, entre otras. Es, entre otros, autora de los volúmenes de ensayos Páginas recobradas (2014) y Un país para narrar (2015), así como del volumen de entrevistas Ellas hablan de la Isla (2002).

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