‘Carnaval’, Víctor Patricio Landaluze

Exacto en la cita, lúcido en el análisis y prolijo en el manejo del archivo, el profesor e investigador Jorge Camacho pone a disposición del lector Representaciones del mal: brujos y ñáñigos en Cuba (Romance Monographs, 2021). Un volumen extenso de 392 páginas distribuidas en poco más de 8 capítulos que exploran geografías de lo cubano cubiertas por el velo de lo “políticamente correcto”, el miedo y la conveniencia de los olvidos. En Representaciones del mal…, Jorge Camacho, con esa innegable vocación de navegante irreverente y cartógrafo acucioso de la cultura cubana que lo caracteriza, entra en un diálogo con novelas, cartas, artículos periodísticos y material fílmico, que le permite indagar en la manipulación de los imaginarios de los llamados brujos y ñáñigos en los siglos XIX y XX cubanos. Se trata de una exploración experta y ambiciosa del oscuro juego de condena histórica hacia los sujetos y prácticas religiosas de origen africano en el devenir de la historia nuestra cultura. Por ello, Representaciones del mal … nos obliga a repensar las rutas críticas relativas a los orígenes de los miedos y “verdades” raciales dentro de los intersticios de la conciencia popular cubana.

En el volumen se lidia entonces con preguntas clave de amplio alcance y vigencia no solo para los cubanos, sino para cualquier interesado en los orígenes y en la formación del racismo. ¿A qué se le ha temido históricamente en Cuba?, ¿quiénes han sido nuestros villanos y nuestros monstruos?, ¿cuán justos han sido y cuán viciados se han mostrado los gestores y/o creadores del pensamiento y las políticas de producción del conocimiento?, son algunas de ellas. Desde autores casi desconocidos hasta Fernando Ortiz, desde Alejo Carpentier hasta Sara Gómez, pasando por Israel Castellanos y Rafael Calcagno, todos los escritores, policías y médicos son llamados a cuenta en una investigación en la que el profesor Camacho derrumba monumentos, deshace nudos y cuestiona los motivos, fuentes y razones de la cultura y la racialidad en la isla.

El primer capítulo del libro, “Las «cosas feas» de Imbeque: política, raza y religión en Los laborantes de H. Goodmann”, nos lleva de la mano a través de un texto apenas estudiado por la crítica especializada, Los laborantes, la única novela cubana escrita durante la Guerra de los Diez Años en Cuba (14). Esta constituye una de las novelas fundacionales de la literatura cubana, cuya narración destaca por ser una de las primeras en incluir la alianza entre esclavos y criollos contra España en pos de la independencia. Al investigador le interesa particularmente el análisis de los significados ocultos y avatares de estas uniones. Así, jugando con referentes ineludibles de la crítica como Michel Walzer, Stuart Hall y Edward Said, el crítico cubano introduce temas que vertebrarán las diferentes partes del volumen: el análisis del tratamiento de la espiritualidad de origen africano y occidental, por una parte, y el esbozo de inesperadas interconexiones entre lo afrocubano y la religión católica, por otra; ambos asuntos en relación con el nacionalismo y la formación y expansión de los imaginarios raciales en Cuba.

Portada de ‘Representaciones del mal. Brujos y nanigos en Cuba de Jorge Camacho | Rialta
Portada de ‘Representaciones del mal. Brujos y ñáñigos en Cuba’, de Jorge Camacho

En “«Contrario a la moral pública»: el discurso médico-legal contra «brujos» y «ñáñigos»”, segundo capítulo del volumen, Camacho se sumerge en un extenso recorrido por las obras de los científicos, antropólogos y oficiales de la escena cubana y española que dieron forma a la opinión pública y a la campaña de desprestigio contra los sujetos negros y ciertas prácticas religiosas de la primera mitad del siglo XX cubano. Al tiempo que muestra un manejo vasto de la obra de Ortiz, el crítico se detiene en las teorías de Israel Castellanos, Rafael Casillas y los célebres inspectores de policía José Trujillo y Rafael Roche. Ciertamente, le interesa resaltar cómo este cuerpo de vanguardia (o retaguardia) de las élites blancas criollas instauró tipos, figuras y discursos que se convirtieron en algunas de las formas más persistentes y populares dentro del espectro representacional (gráfico y literario) de los sujetos negros en Cuba. Se trata, pues, de un capítulo en el que Camacho, lejos de limitarse a reseñar a estos autores, examina y reproduce las estrechas relaciones existentes entre la estructura punitivo-científico-legal y los imaginarios raciales.

Por su parte, “Rostros del mal en la literatura republicana”, el tercer capítulo, es quizás uno de los acápites más innovadores del libro. Aquí el investigador desempolva volúmenes olvidados por la historiografía literaria e intenta desvelar sus deudas y concomitancias con el discurso criminológico y legal. Para ello, convoca en primer término a dos novelas republicanas: La bruja de Atarés o los bandidos de La Habana (1901), de Álvaro De la Iglesia, y la novela vanguardista Fantoches (1926), escrita por Rubén M. Villena, Lamar Schweyer y Alfonso Hernández Catá, entre otros. En su lectura de esta última, el profesor ensaya una valoración sui generis de la figura de Martínez Villena, uno de los héroes del panteón revolucionario republicano, poniendo al descubierto facetas racistas y oscuras de quien fuera secretario personal de Fernando Ortiz. Sin abandonar del todo el terreno de la ficción literaria, el autor se une a otros estudiosos de lo cubano como Raydel Araoz y Emilio Gallardo Saborido para volver al misterio de la famosa película, perdida, de los albores del cine cubano: La hija del policía o En poder de los ñañigos (1917), pieza emblemática de la cinematografía nacional y a la que solo podemos acceder a través de menciones y otras fuentes periodísticas tras su pérdida en el incendio que acabó con una parte importante de los materiales de Pérez Quesada. Al análisis de las dos novelas mencionadas, Camacho suma también el texto costumbrista Sucumbento (1928) del poeta mulato Siré Valenciano, historia sobre el bajo mundo en la que el sujeto abakuá regresa en el rol del criminal. Aquí se destaca una vez más el tratamiento racista, parcial y lleno de estereotipos usado por Valenciano para reconstruir las prácticas religiosas afrocubanas. El académico cubano concluye que muchos de los textos de la época “no hacen más que validar un constructo de la imaginación policial, cientificista, y racista blanca que se originó con el miedo, la imposición de una cultura sobre otra y mecanismos de subyugación del blanco sobre el negro” (134-135).

Los capítulos 4 y 5, por otro lado, se detienen en la obra temprana del escritor de El reino de este mundo. Con “Espiritismo, erotismo y tecnología en ¡Écue-Yamba-Ó! de Alejo Carpentier” y “La «más espantosa, la más bárbara, la más fea»: las fotos y plegarias negras de Alejo Carpentier”, respectivamente, se propone una lectura disidente de Écue-Yamba-Ó! y argumentos que muchos considerarían irreverentes. En efecto, Camacho no solo ofrece una penetrante mirada sobre la primera novela de Alejo Carpentier, sino que también pone sobre la mesa un necesario argumento desacralizador de la figura Carpentier-autor. Una indagación informada (y desprovista de convenciones y vetustas ceremonias) cuestiona los métodos y aproximaciones de Carpentier en algunos de sus primeros trabajos literarios y periodísticos. Con este fin, el profesor se adentra en cartas, notas y textos dispersos para analizar en detalle las rutas y principales elementos constitutivos de Ecué… A este respecto, resulta particularmente destacable el hallazgo de tres crónicas hasta entonces perdidas que Carpentier escribió para la revista francesa Le Phare de Neuilly, una de ellas centrada en lo abakuá. Según argumenta el crítico, esta comparte ilustraciones con la primera novela de Carpentier, así como algunas de las argucias utilizadas por el autor de El siglo de las luces para su “viaje” literario por lo religioso afrocubano. Tretas y prácticas, estas últimas, descubiertas por el investigador y que bien corroboran las mismas palabras de Carpentier cuando dice que “El mundo es de los fuertes y si él no hizo nada con las fotografías, yo me hago el bobo y las publico en mi libro (…) Ya estoy cansado de ser honrado” (Correspondencia 374, cit. en Camacho 195). Además de todo esto, para ambos capítulos el académico cubano consigue con éxito aislar importantes dispositivos de enunciación a medio camino entre lo literario y lo antropológico en esa urdimbre que supone la representación de lo criminal. Particularmente la que tiene que ver con la experiencia religiosa de sus protagonistas, marcada permanentemente por el miedo, el erotismo y la comicidad.

Finalmente, las incursiones críticas de los tres últimos capítulos del libro, “La religión como artefacto nacional”, “Religión y rebeldía africana en el cine revolucionario” y “El sujeto «marginal»: abakuá y santeros en la Revolución” se alejan de los marcos de la página escrita para internarse en el análisis de las políticas culturales y las piezas cinematográficas de tema negro que surgieron en Cuba en la década de los 70; concretamente en El otro Francisco (1975), de Sergio Giral, La última cena (1976), de Tomás Gutiérrez Alea, y De cierta manera (1977), de Sara Gómez. En su análisis, Camacho examina y denuncia el uso y la intervención del poder político revolucionario en la creación de estas piezas, así como la instrumentalización de las religiones afrocubanas en la lucha del gobierno cubano contra la iglesia. Estos capítulos se erigen como importantes argumentos dentro del debate, todavía abierto, en torno a la gestión del poder sobre las prácticas culturales durante el llamado “Quinquenio Gris”. En opinión del autor, si bien los cultos de ascendencia africana en el cine cubano de estos años alcanzan un cierto grado de reconocimiento, este se limita a realzar su valor emancipatorio y anticolonial mientras los despoja de su inherente espiritualidad y carga sagrada.

En suma, Representaciones del mal: brujos y ñáñigos en Cuba lleva a cabo un recorrido ambicioso y abarcador de las voces y obras que todavía dialogan con la historia cultural cubana, en especial las relativas al miedo al negro y a las expresiones de sus avatares. Se trata, claramente, de un estudio imprescindible de las políticas normativas y excluyentes que se hallan en la producción cultural de la época, así como del saber antropológico que yace en el fondo de las concepciones sobre la peligrosidad de los sujetos negros y las prácticas religiosas de origen africano. Así las cosas, el profesor Jorge Camacho no es solo parte de esa línea de estudiosos que se ocupa de los imaginarios raciales, sino uno de sus más prolíficos contribuyentes: cada una de sus entregas ensayísticas edita y amplía una data de acercamientos que esclarecen la tropical maraña de malentendidos, (des)encuentros y ansiedades en que se funda la cultura cubana.

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