Presentación
Sarah Howe (1983) es una poeta, investigadora y editora china-inglesa. Se licenció en la Universidad de Cambridge en la que también se doctoró años más tarde. Su folleto A Certain chinese encyclopaedia (2009) ganó el Eric Gregory Award. Su primer poemario, Loop of Jade le valió el premio T. S. Eliot en 2015. En los poemas de este libro, la autora rescata aspectos de la historia y la cultura china. Es notable su preocupación por el lenguaje, en especial por el proceso de escritura de los ideogramas chinos. Howe profundiza sobre los muchos significados que puede contener un solo ideograma y construye el poema partiendo de dichos significados. En ese intento sus textos son “cofres”, “mundos dentro de mundos” que se van abriendo al develar un signo que a muchos nos es distante y desconocido.
Poemas de Bucle de jade
(a) Pertenecer al emperador
Hoy mi nombre es Dolor.
Así cantó el primer ruiseñor del emperador.
El emperador era un dios voluble.
Prefería emocionarse con un pájaro automático
de filigrana dorada. Una caja de música, un leitmotiv.
Ámame, por favor. Flores de azahar.
Veo a mi padre bañado en el estruendo de esa misma
aria, pulsando el control remoto
para hacer un bucle. Chiamerà, chiamerà –
Su cara está roja. Bajo sus espejuelos hay humedad.
(c)Domar
Es más provechoso criar gansos que hijas.
Proverbio chino
Esta es la historia de la hija del leñador. Nacida con una caja de cenizas al lado de su cama. Antes del primer llanto, su padre le presionó la cara contra las cenizas –y la mantuvo así–. Débil por el brote de tanta sangre, la nueva madre intentó detenerlo. Él la arrastró hacia el patio y la azotó con la rama acostumbrada. Si hubo magia en el bosque, ellos nunca lo dijeron, pero la madre comenzó a cambiar:
su espalda llena de cicatrices se endureció ante los ojos del leñador hasta transformarse en corteza; se agrietó y convirtió en la corteza de un árbol. Sus rodillas prosternadas se hundieron en el suelo arenoso y arraigaron, en busca de agua, mientras sus dedos, ásperos por el trabajo, se alargaron en ramitas. El leñador continuó maldiciendo de inútil y magro al fruto de este árbol –un lichi– como si fuera su esposa. Mientras tanto, la niña sobrevivió. Emplumada en ceniza gris, su rostro se tornó como el de un ánsar.[1]
Él la llamó Mei Ming: sin nombre. Nunca aprendió a hablar. Su vida mutilada por la tristeza del padre. Porque el luto es algo poderoso –incluso cuando el dolor es causado por algo que no llega a concebirse. Debía haberla arrojado al pozo. Entonces al menos podría olvidar. A veces, cuando él se ponía a trabajar, levantando el hacha para observar la limpieza de su arco, ella le golpeaba el codo —una y otra vez— con la cabeza
inquieta, hasta que, enfadado, él la apartaba. Pero si estas súplicas silenciosas tenían sentido, ninguno de los dos lo sabía. El único consuelo de la niña era anidar bajo el árbol. Sus ramas movedizas silbaban nanas sin palabras: los frutos de ojos vigilantes, los ánsares que cruzaban sobre su cabeza. Las frutas, los ánsares. Marcaron sus estaciones. La niña nunca anheló unirse a las aves, si el anhelo implica
un deseo más allá del instinto más ciego. Pero, tiempo después, a mediados de otoño, ella estiró tanto su cuello para observar los ánsares volando en las colinas nubladas –y tanto lo estiraba– que se estrechó hasta alcanzar la forma de un pico. De sus dedos rosados brotaron membranas y garras; sus brazos indefensos encontraron fuerza en las alas. La hija ánsar se elevó para unirse a la bandada de flechas; parientes unidos por un único propósito, ella sabía de ese rumbo
y esa necesidad. Estuvieron un año o más en vuelo, pero dónde –a través de qué brillante llanura desierta– no lo he escuchado. Algunos dicen que la fábula termina aquí. Pero aquellos que conocen las costumbres del ánsar saben de la obligación de volver a su primera morada. Que esto nos sea suficiente: finales de primavera. Un leñador atrapa un ánsar que entra en espiral a su jardín –casi como si supiera–. Agarrando su cuello tendinoso
lo presiona contra el bloque, cortado en cruz de un tronco de lichi. Un solo golpe.
Ganancia, pérdida.
Hacia la tierra
Un octubre
vi el juego de sombras
de los árboles
contra las persianas –
de la misma forma
en que se mira
un rostro pálido al otro lado de la cama
por tanto tiempo
que apenas se llega a vislumbrar –
dedos temblorosos,
difusos como una calle
en la noche, como la naturaleza
despojada del error,
tiemblan
con un tartamudeo en ráfaga
más inquietos aún
por no ser
la cosa en sí.
A todos los lamentos y propósitos
Contra abedules de platino
no quiero nada en este sitio – salvo a ti.
Tenemos árboles en casa. ¿Te envío con el viento
el susurro nocturno de la fuente
del patio para arrullar
la lista de tu sueño solitario?
El amor es mimbre, luego agua;
el matrimonio es una avenida de
no amargas limas.
Estoy parada en el extremo norte:
el espejo de agua despliega
un mundo de nubes y
tejas, otro huerto lejano,
pabellones esmaltados.
Casi no tiembla el agua.
Mis noches son también solitarias.
(m) Habiendo roto el cántaro de agua
“Baizhang tomó un cántaro, lo colocó sobre una roca y planteó esta pregunta: «Si no puedes llamarlo cántaro, ¿cómo lo llamarías?»”
Wumen Huikai, La puerta sin puerta
No he podido olvidarlo: mi trigésimo año
había pasado antes de que percibiera
cómo la palabra flor del ciruelo se diferencia por una pincelada
suspendida de hollín a la palabra arrepentimiento.
Se dice que el inventor de la escritura,
encomendado con esta carga por el emperador,
buscó inspiración en los estados cambiantes
del agua; que estaba junto al río
cuando descubrió en el barro finamente agrietado
una huella, su borde como un espejo de bronce,
marcado por alguna criatura invisible –
y entendió su tarea. En el momento que dibujó
su primera palabra, del cielo llovió mijo
y los fantasmas lloraron toda la noche porque no podían
cambiar sus formas. Cinco mil años más tarde
en un lejano distrito minero de carbón
se sienta un bloguero, su rostro iluminado
por algo más que un antiguo monitor.
Reflexiona sobre lo extraño (lo útil…)
de que suplico por la verdad se pronuncie
igual a te lo suplico, ¡elefante de verdad!
O que sensibles palabras (como en filtros,
ofensivas) suene exactamente como porcelana
rota. Terminado de teclear, presiona enviar.
Recuerdo el koan del viejo monje, la respuesta
correcta al Maestro Baizhang:
su alumno golpeó el cántaro y se fue.
Mujer en el jardín
Después de Bonnard
Lo que ves al entrar en la habitación –
la blusa de cuadros
rojos que durará
toda la vida, ardiendo
sobre una silla en el hueco del ático.
Ella sonríe, con el paño lila sobre su rostro,
al ver que su figura esbelta continúa
en el cuerpo iluminado
del taburete, y piensa –
las glicinas se desprenden de la casa a mediados de abril –
con la cabeza ladeada
como si abandonara en el camino una palabra.
El amarillo resplandece
agreste en la pared: el espejo
es un jardín cerrado
y a veces ella visita ese país.
A través del ojo de la cerradura
el taburete en miniatura
vadea sobre un mar de cobalto, o alguna idea precisa del mar –
un pájaro gris
de patas rojizas
ocupado en contar cosas nuevas
una canción nerviosa
con óxido en la garganta.
Ella quiere alguien que le enseñe los nombres
de los árboles
sus naturalezas extrañas: el temblor amarillo de
la acacia y el florido
mástil de la ceniza. Lo único que
anhelaba era un baño, el agua cayendo,
elevando su tono,
teñida
de carmín, una ventana,
en algún lugar –
la bahía de Cannes,
las montañas del Estérel.
(k) Dibujado con un fino pincel de pelo de camello
Finales de primavera. El maestro se sienta en su estudio.
Después de mucha contemplación
le presta a su pincel la presión ideal –
y deja su mente ahí, en el papel.
*
Cuando desembarcaron en Cantón, los primeros jesuitas creyeron
haber encontrado el idioma perdido del Edén –
que Cam había ayudado a vaciar el Arca
y que luego se dirigió a las tierras amuralladas del Este
llevando con él la lengua perfecta de Adán
con la que fueron nombrados los animales uno por uno.
Mientras los esperanzados misioneros aprendían a ver
en esa escritura pagana extrañamente ramificada
el abeto emplumado, la media luna
suspendida – encontraron el asombro de Dios
en cada fabuloso caracter – cada uno
un nido de cofres de laca
mundos dentro de mundos
el significado era un jardín
donde podías vagar para siempre
en el aroma de la flor de durazno, siguiendo el río.
*
Una mano, un pincel, su inclinación –
envueltos en el anclaje del signo a la cosa
de forma tan sagaz que nosotros, como los jesuitas, podríamos olvidar
los nudos sutiles de las palabras
*
Imaginemos al maestro-poeta viajando río abajo –
digamos que a visitar un amigo lejano – cuando lo atrae
un lugar quieto y apacible, donde los pétalos
flotan lánguidos sobre un espejo azul-marrón,
única señal en este estanque donde es un arrullo
el implacable vaivén del agua. Podría amarrar su pequeño bote
a la rama de un durazno y, eligiendo un espacio llano
para sentarse, doblar su larga túnica bajo las rodillas
y admirar, en lo alto, la inclinación de una rama negra
aún húmeda – su escritura cursiva
reverberando en el pergamino extendido de la corriente.
Y allí, en la sombra que despacio susurra, él medita
sobre las libélulas inquietas –
las largas y verdes, y las pequeñas rojas,
que flotan sobre sus otros-yo borrosos
para luego volar hacia otro sitio, y suspenderse una vez más,
sus delgadas alas plateadas – demasiado rápidas para lograr verlas –
un matrimonio de quietud y frenético movimiento.
*
Aunque esta última escena está siendo mal traducida –
porque lo que ve no es la feroz descendencia en miniatura
de lo que una vez fue la unión entre mosca y dragón[2],
sino una palabra, dos ojos como joyas de mundos
reflejados. Lo aprendió siendo un niño: cada fino
trazo del insecto delgado; cómo la punta del pincel
se traza sobre verde, se enreda y luego se detiene.
Este último detalle – boceto de un hombre en reposo –
también contiene la palabra maestro.
*
Nuestro maestro se reclina, mientras el sol se apaga
sobre el agua ensombrecida, saluda la luna
con una copa de vino claro y dulce –
brinda a su salud – y se queda dormido
reflexionando cómo escribir un poema
sobre libélulas, sus perfectas
ligaduras de color y movimiento – para despertar,
horas más tarde, con la mejilla humedecida en la mañana,
y descubrir que su bote mal anudado
ha desaparecido río abajo.
Notas:
[1] Ganso salvaje.
[2] Este verso remite a la palabra inglesa dragonfly