Memorabilia soviética

Está de moda recordar, actualizar el verso de Manrique, revolcarnos en el lodo parco de la nostalgia de los años sesenta o setenta. Incluso, de los horribles ochenta y noventa, de los que no siempre se ha reciclado lo mejor.

Javier Krahe tenía una canción al respecto: evaluamos como ignominia el presente que vamos fabricando, pero “al ver que se nos fue / nos da no sé qué”.

Recuerdo hace algunos años haber estado en la defensa de tesis de un alumno iluminado. Su tema era la novela de Juan Bonilla, Prohibido entrar sin pantalones, que recrea la represión estalinista sufrida por Mayakovski y por toda la intelectualidad rusa de principios del XX. Su novela nos sirvió de pretexto para hablar de la Komitet Gosudárstvennoy Bezopásnosti y sus censores, siniestros pero cultísimos; así como del cubofuturismo, del realismo socialista, del teléfono rojo con el que, Peter Sellers de por medio, volábamos hacia Moscú. Al momento de las preguntas, alguien citó a Leonardo Padura (mal). Otro, a Svetlana Aleksiévich, la Premio Nobel bielorrusa (bien). Yo mencioné una novela que había comprado el día anterior, Nuevos juguetes de la Guerra Fría, del peruano Juan Manuel Robles, y que hasta hoy tenía pendiente en el buró para su relectura…

Los ejemplos pueden seguir. Para nadie es un misterio que rememorar la Guerra Fría se ha vuelto todo un tema. Esa nostalgia específica es complejísima, peligrosa, deforme: ese mundo dividido entre rojos y azules; ese mundo previo a la década de 1990, aunque represivo y avasallador, era extremadamente estimulante en términos intelectuales comparado con los últimos treinta años de aldea global y happy meals.

Si Bauman y Byung-Chul Han son los filósofos del momento, es que se ha cumplido la máxima posmoderna de que todo se iba a deslactosar.

Antes los libros se prohibían y todo el mundo quería leerlos, comentarlos, discutirlos. Hoy están todos los libros a disposición y nadie los toca. Antes, ciertos rostros en degradé con fondo rojo insuflaban el ánimo. Hoy la cara de Mao o la del Che funcionan como estampados de playera, sin existir diferencia con los rostros del Capitán América o Deadpool.

Supongo que esa es la estrategia neoliberal: hacerlos pasar como personajes de historieta, desactivarlos de su trasfondo político, de su ímpetu revolucionario. Y les ha funcionado: en una clase de primer año de universidad, hablaba un día de la época de Brézhnev y Gorbachov en la Unión Soviética y los alumnos me miraron como si les hablara del Imperio Romano. Les pedí que consultaran esos datos con sus padres –la Crisis de los Misiles, la Revolución Cultural china, el golpe de Estado contra Allende–, pero esos padres, al negarse por miedo o represalia a incorporar esos recuerdos en su inmunología política, les contestaron: “dile a tu profesor que no diga pendejadas”.

Estos años que llevamos del siglo XXI han procurado que vivamos una existencia en un constante presente, no cabe duda. Pero ese presente agota, entusiasma poco, no tiene consistencia (más en pandemia, donde el tiempo ya no pasa desde marzo de 2020). Y no sólo para los que bordeamos los cuarenta: los millenials o los sujetos de la generación Z, con la que comparto buena parte de mi día, están pidiendo, con desesperación, que se les ofrezca algo más que ofertas de iPhones para cazar pokemones y chistes trasnochados de Žižek.

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Después de ese examen de grado, en un bar hundido en el centro de Puebla (hoy quebrado por el Covid), continuamos la conversación con dos amigos escritores. Uno había leído Voces de Chérnobil, de Aleksiévich. Yo llevaba por la mitad El fin del homo sovieticus, y en ambos textos percibimos este asunto: la nostalgia por el despiadado Soviet universe versus el vacío Marvel universe. No defiendo lo indefendible, y menos después de los vergonzosos eventos contra el Movimiento de San Isidro en Cuba y este México con su transformación de cuarta: un régimen represivo es inviable. Pero también resulta desesperante la otra burbuja, la de colores Bennetton y sabor a Coca-Cola sin azúcar, pero con azúcar.

Platicamos con esos amigos de otro libro hermoso, esencial: La pequeña comunista que no sonreía nunca, de Lola Lafon. Allí, la escritora francesa construye una conversación con Nadia Comăneci, en donde dice: “Antes no nos dejaban salir de Rumanía, pero hoy nadie tiene medios para irse… De acuerdo, se ha terminado la censura política, pero que nadie se preocupe, ¡ha sido reemplazada por la censura económica! Nos tragamos este régimen pseudoliberal, que finge mimarnos, cuando en realidad nos envenena, porque no tiene sabor de enemigo, terminas creyendo en él y, al final, ¿en qué estado te deja?”.

Sí, ¿en qué estado?

En mood recuerdo.

La novela de Robles –que recomiendo con fervor– tiene ese regusto: el terror/fascinación que nuestros mayores nos proyectaron en torno a la pobreza en que sumía el socialismo real a las personas, junto con el hechizo/aburrimiento veloz que nos producían las figuras articuladas de He-Man y G. I. Joe.

Lo que echamos de menos, creo, es esa tensión, esa esquizofrenia. Y necesitamos buscar, también, como en la política, una tercera vía para hacer habitable este presente que, al ofrecerte una triste sombra de rigor intelectual, te empuja necesariamente al pasado.

En una mesa virtual sobre posmodernidad, en un congreso, un tipo dijo que le parecía detestable que se siguiera escuchando a los Beatles y viendo Star Wars en el 2021.

Soberano zoquete. Capullo integral.

Ofréceme algo mejor y conversamos.

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FELIPE RÍOS BAEZA
Felipe Ríos Baeza (Santiago de Chile, 1981). Escritor, comunicólogo social y doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Es autor del volumen de cuentos Satori (2018) y de las novelas Clowns (2016) e Infectados (próxima aparición: 2020). Ha publicado, además, El texto desbordado. Aproximaciones contemporáneas al fenómeno literario y artístico (2019); El desvarío ilustrado. Ensayos sobre literatura hispanoamericana contemporánea (2014) y los dos volúmenes de Roberto Bolaño: una narrativa en el margen (2013 y 2016), entre otros libros académicos. Se ha desempeñado como profesor e investigador en varias instituciones de educación superior, en materias de literatura, cine, filosofía y estética, además de escribir y coordinar libros críticos dedicados a autores contemporáneos como Enrique Vila-Matas, César Aira y Juan Villoro, entre otros.

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