Fotograma de 'Revue', Sergei Loznitsa dir. 2008
Fotograma de 'Revue', Sergei Loznitsa dir. 2008

En Russian Nights: Autocracy and Testimony Life in Russia during the Soviet Period as Told by Those Who Lived it (Vernon Press, 2023), el poeta, narrador y ensayista uruguayo Roberto Echavarren reconstruye a través de un mosaico de testimonios desgarradores una visión panorámica del terror bajo Lenin y Stalin. Estos testimonios, recolectados entre 2001 y 2005, recuperan la voz de los sobrevivientes de cuatro décadas de terror soviético (1917-1956), desde la toma del poder de Lenin hasta la Segunda Guerra Mundial.

Sólo un poeta como Roberto Echavarren, con una voz única y con un oído absoluto por la voz del otro, puede haber concebido este rescate de historias personales que nos permiten experimentar en carne propia (y en sangre propia) el impacto real que lo político puede tener en lo personal. Russian Nights puede leerse, así, como una enciclopedia íntima de la injusticia, del dolor y de la redención; y, sin embargo, logra trazar granularmente todo el arco histórico que subyace a estos testimonios. Este libro constituye la segunda entrega de una trilogía de investigación que Echavarren comenzó con un libro sobre Lenin (One Against All: Lenin and His Legacy, Académica, Washington-London, 2022), y que cerrará con un último libro sobre la poesía, el teatro y la filosofía de la Edad de Plata aniquilados por el orden bolchevique (The Silver Age and After, de próxima aparición).

Las voces rescatadas en Russian Nights deben incluirse junto a los testimonios de Aleksandr Solzhenitsyn, Nadezhda Mandelshtam, o Svetlana Aleksiévich como registros únicos del sufrimiento y el costo humano impuestos por el totalitarismo soviético. Pero también, ahora que hemos visto cómo las fuerzas de la autocracia pueden volver a empuñar los engranajes de la historia (desde Rusia hasta los Estados Unidos, desde China y Hungría hasta Brasil y Austria, y ahora incluso Argentina), este libro no sólo es oportuno, sino también una llamada urgente. Con estos testimonios, Echavarren revela la verdadera medida de la fragilidad de la democracia y el alcance de la autocracia, siempre y de manera inexorable una amenaza real.

Ante la gravedad del sufrimiento concreto, explorar la relación entre poder y escritura, o más puntualmente entre poder y poesía, podría parecer un mero divertimento académico; pero la complejidad de esa relación emerge como una de las líneas de preocupación en Russian Nights. Sobre ese tema en particular gira este breve diálogo que mantuvimos con Roberto Echavarren.

Empiezo entonces por ahí, Roberto. Lo primero que me llamó la atención en este libro, algo que nunca pensé que iba a salir de la pluma de un poeta como vos, es lo siguiente, hablando de estos testimonios decís: “movieron más fibras en mí que lo que podría haberlo hecho eso que comúnmente entendemos por literatura”. Desde el punto de vista meramente poético, esta frase me pareció la más intrigante y la más terrible de todo el libro. ¿Encontraste un tipo de escritura que te conmueve más que la literatura?

Dije en el prólogo de Russian Nights que el testimonio es un tipo o forma de discurso difícil de ubicar, entre el periodismo y la literatura. La calidad del testimonio eleva su valor literario. Es un instrumento para hacernos entender el terror. El testimonio no se afirma ni en la ficción ni en el reportaje periodístico. Adorno dijo que en los mejores casos las obras literarias no se ocupan de política, sino que la política emigra a esas obras. Así, podemos entender que el testimonio emigra hacia la literatura. Trasciende el poder, porque es un poder alternativo. Adquiere una densidad propia, es un discurso articulado que desmantela la realidad alternativa de la propaganda. Adquiere una virtud, una elocuencia poética o literaria. Podemos asumir que la literatura se ocupa en sentido amplio de la verdad en su estructura de ficción. El testimonio está comprometido con la verdad, y se vale de las armas lingüísticas, de los recursos del análisis. Muestra lo que el discurso del poder oculta, lo pone al desnudo a través de la concretitud de la historia que relata. Esa facticidad es su arma, pues le permite zafar de la retórica, de la mentira y de la generalización propagandística.

Vista un campo de concentración estalinista abandonado Siberia Rusia 1989. | Rialta
Vista un campo de concentración estalinista abandonado, Siberia, Rusia, 1989.

Haciendo referencia a Anna Ajmátova, escribís también que “estos son escritos de personas confrontadas con un poder frente al cual se debía mantener silencio incluso ante la muerte” Me pregunto entonces, ¿hasta qué punto estos textos, surgidos del enfrentamiento con el silencio, con la muerte, con la opresión total podrían constituir una de las posibilidades de la poesía? Y por lo tanto ¿en qué medida su capacidad para aproximarse hacia lo inefable está teñido por la experiencia sublime del horror?

El temple político de Chéjov habita su obra; en él la política emigra hacia la literatura, desde La Gaviota hasta su investigación y reportaje sobre una de las principales prisiones del zar, en la isla de Sakhalin, en el Pacífico. Atravesó Rusia con ese propósito, antes del ferrocarril, sobrevivió el viaje y volvió para contarlo. No podemos concebir que un periodista de la época bolchevique pudiera viajar al gulag y volver para informarnos. Seguro su pasaje era sólo de ida. Yo aproveché ese interregno, esa relativa paz antes del desastre, que fueron los primeros años de Putin. El halo democrático de Yeltsin todavía flotaba en el aire. De ese modo pude entrevistar a una serie de gente. Confieso que esa tarea me pareció más interesante, más necesaria incluso, que leer una novela de quinientas páginas. El testimonio tiene la fortuna de no ser todavía literatura. Surge para devenir literatura y zafar de la mentira. El valor del testimonio es su verdad, construida verbalmente. Revela lo oculto, lo que estaba censurado, recubierto por la propaganda y la desinformación. El que testimonia lo hace para que se sepa; dice lo que no se podía decir, y en rigor ni siquiera se podía pensar, recubierto por las fabricaciones al servicio del poder. Quiero que se enteren, subrayan algunos testigos, hablo para que se enteren los intelectuales comunistas, o los compañeros de ruta, que se enteren tanto en Rusia como fuera de Rusia, para que no posen de inocentes o de ignorantes autorizando un régimen criminal, justificando el poder sobre una pirámide de cadáveres. Para que conozcan los verdaderos términos y circunstancias del atropello, en qué detalles cotidianos el poder viciaba todas las relaciones, la calidad de la humillación, que ordenaba suspender el propio criterio, aprobar el régimen que impedía actuar y expresarse de acuerdo con derechos humanos y constitucionales, vale decir de acuerdo a cualquier legalidad, en el sentido occidental/democrático. Debemos recordar que hasta 1917 Rusia era una sociedad cuasi europea, una monarquía parlamentaria, una economía en rápido crecimiento. El gobierno de Lenin desmanteló las instituciones del estado de derecho, del Estado liberal en formación dentro de Rusia. El terror destripó, por así decir, todos y cada uno de los aspectos de la vida civilizada. La gente fue hacinada en viviendas de antes de 1917; donde vivía una familia debían vivir cinco o más; la gente perdió la capacidad de iniciativa económica y los derechos civiles. La justicia estaba al servicio del gobierno. Los jueces eran la misma policía. Lenin desmanteló el Estado. Inventó un partido único situado por encima del gobierno y de los ciudadanos sin la obligación de rendir cuentas a nadie.

- Anuncio -Maestría Anfibia

Roberto Echavarren
Roberto Echavarren

De todos los testimonios, ¿hay algún momento puntual donde sentiste más claramente que, como decís, el testimonio te movió más fibras que lo que podría haberlo hecho eso que comúnmente entendemos por literatura?

Si tuviera que nombrar uno en particular, te diría que fue la gesta de Andrei Andreievich Vlasov, el general de Stalin que, siendo un prisionero alemán, pretendió organizar un Ejército Ruso de Liberación. Pretendía fundar una nueva Rusia democrática en medio del estruendo de los colosos. Lo imagino jugando con su pistola y dudando si suicidarse o acometer lo imposible.

Acotándonos ahora sí a la cuestión más abstracta de esa relación compleja entre poder y escritura: ¿hasta qué punto y por qué ese atravesamiento del poder socava nuestra relación con la escritura, con nuestras categorizaciones de la escritura?

Poner por escrito un testimonio oral es ya convertirlo en otra cosa, algo que se hace oír a través de la escritura. La escritura toma posesión de él, para volverlo prístino, nítido, concreto, trasparente, con una elocuencia sintética, contrastiva, con anécdotas concretas que lo agarran a la tierra y le impiden transformarse en discurso generalizante. Nos confronta directamente con el terror en su medida cotidiana. Es un discurso ajeno a las disciplinas universitarias (historia, antropología, etc.). Estas podrían considerarlo después. Pero el testimonio no necesita pasar un examen universitario para legitimarse. Desborda el conocimiento universitario. Encarna lo inmediato imprevisto.

La afirmación más repetida de Adorno, “no puede haber poesía después de Auschwitz”, ha sido frecuentemente malinterpretada como una imputación a todo intento de representar artísticamente la experiencia del Holocausto. La frase, sin embargo, en el original alemán, de su ensayo “Crítica cultural y sociedad”, debería traducirse como “Escribir poesía después de Auschwitz es de bárbaros” La idea de Adorno no es que no se puede, o peor aún que no se debe escribir poesía después de Auschwitz, sino que el lenguaje se corrompe, se tiñe por esa experiencia sublime del horror. Más allá del lenguaje llano y cristalino que caracteriza a estos testimonios, ¿cuáles son los barbarismos que has encontrado, Roberto, en estos intentos de acercarte desde el lenguaje a la inefabilidad del horror?

En cuanto a Adorno, su interpretación y la de Horkheimer de la Modernidad como barbarie… creo que hay muchas modernidades, unas peores y otras mejores. Para mí vale antes que nada la de Kant. Te diría que detecto un ribete de exageración en esa interpretación totalizante de la modernidad de Adorno. En el siglo XIX, Chéjov podía presentarnos sus personajes sin decidir cuál era bueno y cuál malo. En el siglo XX no se puede ser neutral y comprensivo. La escala del crimen tiene otra dimensión. Toca la neutralidad del artista. ¿De qué manera se puede ser artista neutral ante tal dimensión del crimen? El artista aquí no puede sino describir el horror, inscribirlo en la memoria, darlo a conocer. Denunciarlo. Shostakóvich, que admira a Chéjov como el supremo artista, no puede tomar la misma actitud que él antes los crímenes que saltaban a la vista en la era soviética, sobre los cuales no se puede dejar de hablar. Si esos crímenes –dijo Shostakóvich– no fueran investigados, si los culpables no fueran castigados, entonces no valdría la pena vivir. Los crímenes no fueron castigados, pero la memoria es otra forma de castigo. Los testimonios que recopilé secuestraron mi voluntad de artista; ellos nombraban el terror. El bárbaro era yo.

Cubierta de 'Russian Nights: Autocracy and Testimony Life in Russia during the Soviet Period as Told by Those Who Lived it' (Vernon Press, 2023)
Cubierta de ‘Russian Nights: Autocracy and Testimony Life in Russia during the Soviet Period as Told by Those Who Lived it’ (Vernon Press, 2023)

Bien argumenta Sygmunt Bauman que estos extremos del mal que hemos experimentado en el siglo XX (y ya ni hablemos del XXI) no son una aberración del sistema sino el sistema mismo. La tesis queda excelentemente desarrollada en Modernidad y Holocausto. Así que yo leo estos testimonios de Russian Nights doblemente como testimonios de una coyuntura histórica específica (la de la Rusia del siglo XX) pero también como testimonios de ese horror más vasto: el horror transhistórico del despotismo, la injusticia y el mal como sistémicos a la Modernidad… o peor aún como sistémicos a la humanidad. ¿Cuáles son los límites o las potencialidades de la escritura (o más particularmente de la poesía) como forma de resistencia al mal?

Muchos de los testigos sobrevivieron condiciones durísimas, encontraron un motivo para sobrevivir, en vez de dejarse llevar pasivamente por la degradación y entropía general en esas condiciones, mantuvieron su espíritu orientado por la urgencia de testimoniar. Hay que recordar para que no quede anónimo e impune el terror. Salvar la memoria es el único gesto válido, es una respuesta en vez de una mera aceptación. Da un salto cualitativo. Apela al oído de alguien que esté allí fuera de esa órbita para enterarlo de cómo se ven las cosas desde dentro. Para que se reconozca la inhumanidad. Implica una apelación a la justicia como valor. Las instituciones del estado de derecho responden a una apelación a la justicia, que ellas viabilizan.

Como dice Krzysztof Ziarek, “el arte no es un poder alternativo sino una alternativa al poder”. Podemos reformular esa idea: “la poesía no es un poder alternativo sino una alternativa al poder”. Estos testimonios se pueden leer en ese sentido. Volviendo a tu comentario del prólogo, me parece que esta distinción resume la fuerza de estos testimonios que recopilaste… una fuerza que desafía eso que comúnmente entendemos como literatura.

La poesía es un intento de ampliar un espacio de resistencia, una esfera propia, frente a los discursos que nos dirigen o sujetan. En este sentido, es un poder, o una alternativa, da igual. Un espacio donde respirar sin dar cuenta a nadie. En la poesía, la esfera de lo privado se hace pública. En el caso del testimonio, se invierte la dinámica: se trata de captar la esfera de libertad del otro, su capacidad de resistencia; registra el empoderamiento del otro.

Hay que admitir que la opresión y la injusticia no es monopolio de las autocracias. También las democracias conllevan una dimensión autocrática. Siempre me viene a la mente ese perspicaz dictum de Nicanor Parra: “Estados Unidos: el país donde la Libertad es una estatua”. El peligro que vemos emerger hoy en el mundo no es sólo el de las autocracias sino también el de las consolidaciones de las tendencias autocráticas dentro de las propias democracias. Ahí hay material para otro tipo de testimonio, un testimonio que de cuenta de esas dinámicas de poder igualmente cruenta pero más sutil.

Hay un abismo entre la Modernidad soviética y la Modernidad de las democracias. Las instituciones existen en el papel, pero están encarnadas por hombres. Son frágiles y en peligro de desvirtuarse. La transparencia, si esta es posible, debería identificar los abusos de acuerdo con las leyes republicanas. Marx se quejaba de que los historiadores no supiesen de economía. Podría reprocharse a Marx, dice Foucault, no prestar atención a las instituciones. Las instituciones del naciente estado de derecho, la separación de poderes, no le interesaban. Según él, eran burguesas, e instrumentos de la burguesía. Por lo tanto, inválidas desde el punto de vista de la revolución. La revolución traería la democracia directa de los obreros, a la manera del Terror francés. En consecuencia, es válido derrumbar todas las instituciones del estado de derecho como hizo Lenin. Esta es la diferencia cualitativa entre los desmanes democráticos y los autocráticos. En el caso de los regímenes autocráticos, las instituciones no existen o son inoperantes. En el caso de las democracias republicanas, las instituciones, las leyes, establecen un marco, aseguran, o deberían asegurar, los derechos individuales, la libertad de expresión y, por lo tanto, al menos en principio, la capacidad de denuncia y testimonio. Los derechos no son abstractos. Son siempre concretos. Tengo una novela sobre la prostitución masculina en Montevideo. Otra sobre la vida de Jim Morrison. Otra sobre la negritud en Uruguay. Son tareas que he llevado en paralelo, y he podido apreciar los cambios en materia de tolerancia a la diversidad, sea de raza, preferencia erótica, o discapacidad en este país, Uruguay, y otros. Son tareas complementarias. Sabemos que la Rusia eterna de Putin, el último imperio cuasi europeo, es algo que debemos combatir, no importa en qué tareas domésticas, en qué cuestiones locales nos impliquemos como habitantes de democracia.

Colabora con nuestro trabajo
Somos una asociación civil de carácter no lucrativo, que tiene por objeto principal la promoción y fomento educativo, cultural y artístico. En Rialta nos esforzamos por trabajar con el mayor rigor profesional en la gestión, procesamiento, edición y publicación de los contenidos y la información. Todos nuestros contenidos web son de acceso libre y gratuito. Cualquier contribución es muy valiosa para nuestro futuro.
¿Quieres (y puedes) apoyarnos? Da clic aquí.
¿Tienes otras ideas para ayudarnos? Escríbenos al correo [email protected].
PABLO BALER
Pablo Baler (Buenos Aires, 1967) es novelista, crítico y profesor de literatura latinoamericana en la Universidad Estatal de California en Los Ángeles. Es el autor de las novelas Circa (Galerna, 1999, premiada con el Fondo Nacional de las Artes y el Premio Cultura de la Nación en Argentina) y Chabrancán (Ediciones del Camino, 2020), así como el ensayo Los sentidos de la distorsión: fantasías epistemológicas del neobarroco latinoamericano (Ediciones Corregidor, 2008), publicado en traducción al inglés como Latin-American Neo-Baroque: Senses of Distortion (Palgrave Macmillan, 2016). Baler es el editor de la antología internacional The Next Thing: Art in the Twenty-First Century (Fairleigh Dickinson University Press, 2013), once ensayos sobre la sensibilidad estética que va a definir el siglo XXI. Su colección de cuentos La burocracia mandarina fue publicada en español en el 2013 y en portugués en el 2017 (Ed. Lumme, San Pablo, Brasil). Graduado de la Universidad Hebrea de Jerusalén, la Universidad de Stanford y la Universidad de Berkeley, Baler es también International Research Fellow del Centro de Investigación sobre el Arte de la Universidad de la Ciudad de Birmingham en el Reino Unido. Su última novela, El lejano desoriente (bitácora de la felicidad), fue publicada en 2022 por Rialta Ediciones.

1 comentario

  1. Con este párrafo mi genial amigo Baler vulgariza y relativiza un libro y una investigación tan buen reseñados: NO, Lenin no es Milei ni es Orbán ni es Bols

Deja un comentario

Escriba su comentario...
Por favor, introduzca su nombre aquí