Hace algunos meses, ante la inminente aparición en las pantallas neoyorquinas del documental Conducta impropia, realizado por Néstor Almendros y Orlando Jiménez-Leal, algunos elementos liberales e izquierdistas norteamericanos (tanto favorables a Castro como otros menos sumisos) comenzaron a elaborar ideas y actitudes acerca de un tema sobre el que muchos de ellos no habían querido ni siquiera pensar antes: la persecución de las minorías bajo el régimen castrista, y en particular el tratamiento discriminatorio y opresivo que oficialmente se les da hoy en Cuba a los homosexuales.

En octubre de 1983, cuando ya Mariel estaba elaborando esta sección especial sobre “Los cubanos y el homosexualismo”, la revista The New York Native, una publicación gay de Manhattan, preparó un suplemento sobre los “Gay Latins” y sus problemas. En ese suplemento, el tema principal era, desde luego, la homofobia cubana. La Redacción del Native les había pedido colaboraciones a dos miembros del Consejo de Editores de Mariel: Reinaldo Arenas y René Cifuentes, quienes entregaron a esa revista textos demoledores, denunciando las vejaciones e injusticias que los homosexuales cubanos sufren diariamente bajo el castrismo. (Uno de esos trabajos, el de Cifuentes, se reproduce en español en este número de Mariel.)

Cuando el suplemento del Native salió a la calle, nos encontramos con que los trabajos de Arenas y Cifuentes aparecían precedidos de un texto que obviamente intentaba atenuar el dramatismo de los mismos, situando el tema en un extraño contexto político de Guerra Fría e interpretándolo desde los esquemas de la opinión pública norteamericana, con su característico etnocentrismo y la superficialidad frecuente de sus mass media.

Ese texto, “La fácil conveniencia de la homofobia cubana” (The New York Native, n. 74, 10-23 de octubre de 1983, pp. 34-35), venía firmado por dos mujeres. Ruby Rich (periodista y funcionaría del New York State Council on the Arts) y Lourdes Argüelles (cubana de origen, miembro del Consejo de Redacción de la revista Areíto). Ambas autoras han viajado varias veces a Cuba, donde afirman haber realizado investigaciones sociológicas.

El artículo de Rich/Argüelles levantó enseguida una ola de cartas de protesta dirigidas a la Redacción del Native. Las cartas no sólo provenían de intelectuales cubanos, sino también de activistas del movimiento gay norteamericano que se sintieron indignados por el tendencioso análisis de estas dos autoras. El Native publicó algunas de esas cartas: la de Ana María Simo y la de Reinaldo García Ramos, entre los cubanos, y las de Scott Tucker y Allen Young, entre los norteamericanos.

Los editores de Mariel habíamos planeado redactar un texto que sirviera de introducción a la recopilación de trabajos recogidos en esta sección especial sobre “Los cubanos y el homosexualismo”. En ese texto, entre otras cosas, queríamos aclarar ciertos aspectos de ese tema que consuetudinariamente se han entendido mal entre los propios gais norteamericanos, y entre los intelectuales liberales extranjeros en general. También deseábamos utilizar ese texto para fijar la posición de nuestra revista al respecto. La necesidad ahora de responder al artículo de Rich/Argüelles nos concede la oportunidad de redactar esa introducción refiriéndola a un ejemplo concreto, utilizando el trabajo de ellas como una especie de sumario de los clichés a rebatir. Es por eso que a continuación exponemos nuestros puntos de vista a partir de las tergiversaciones más notables planteadas por ellas.

Ahora bien, antes de entrar en materia es preciso aclarar que, poniendo en práctica nuestros métodos democráticos, la revista Mariel ofreció sus páginas a Ruby Rich y Lourdes Argüelles: les propusimos traducir su artículo y publicarlo íntegramente junto con nuestra respuesta. Ellas nos negaron la autorización para hacerlo. Es sintomático que estas autoras se sientan en el deber de hablar de los cubanos, pero no a los cubanos. Al parecer, ellas entienden que su cometido queda cumplido si logran difundir una interpretación caricaturesca de lo que sucede en Cuba, para consumo exclusivo de los lectores de revistas como el Native, y no se sienten seguras de poder sostener sus argumentos ante quienes en definitiva nacieron en Cuba y sufrieron allí las diversas formas de persecución que Castro despliega con afán.

En cambio, como digno ejemplo del espíritu franco y abierto de los mejores intelectuales norteamericanos, un escritor como Scott Tucker, que se describe a sí mismo como socialista y que no está de acuerdo con muchos puntos de vista de Mariel, nos autorizó a traducir y publicar la carta en que él les responde a Rich/Argüelles. Reproducimos esa carta en este número de Mariel.

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A continuación, pues, enumeramos los puntos más destacados del artículo de Rich/Argüelles, seguidos de nuestra respuesta.

I) Rich/Argüelles señalan que la persecución de los homosexuales decretada por Castro no procede “entirely from homophobia”, sino que obedece: 1) a que los homosexuales cubanos no pudieron generar un movimiento de reafirmación y liberación en 1959-1960 (esto lo responderemos en el siguiente acápite); 2) a que los homosexuales cubanos participaban masivamente en la prostitución, el tráfico de drogas y el juego que se practicaba en La Habana previo a 1959; y 3) a que la atmósfera de histeria paranoide provocada por Playa Girón forzó al gobierno cubano a tomar medidas muy extremas contra sus posibles enemigos internos.

O sea, que según ellas la culpa de la homofobia castrista la vienen a tener, sorprendentemente, los propios homosexuales, o el siempre equivocado Tío Sam. Este es un error de enfoque que, con ligeras variantes, aparece incluso en los liberales norteamericanos que simpatizan con la causa de los gais cubanos, censuran la homofobia de Castro, pero alaban los demás aspectos de la llamada Revolución. No se dan cuenta, o no quieren ver, que la homofobia gubernamental es inseparable de la estructura del sistema castrista.

Aunque la homofobia como fenómeno cultural no fue inventada por el castrismo, sino que es un rasgo más de la cultura cubana, la institucionalización y politización de la homofobia sí son propias de ese sistema: una sociedad como la cubana actual es inimaginable sin ese rasgo. La homofobia del gobierno de Castro podría atenuarse o disfrazarse por conveniencias de momento, o por presión externa, pero solo lo haría por un breve periodo y de manera enteramente marginal.

Mientras que en Estados Unidos puede decirse que el rechazo a los homosexuales tiene sus raíces en la homofobia de sectores determinados, en Cuba la persecución de homosexuales no solo tiene sus raíces en la homofobia sino en consideraciones políticas generales. Ambos factores, lo irracional y lo político, están íntimamente vinculados y no es posible decir que uno pese más que el otro. Sería como pretender averiguar si el antisemitismo en la Alemania de Hitler pesó más en los nazis como fenómeno de odio irracional que como conveniente política para apropiarse de las finanzas judías y crear un chivo expiatorio colectivo, que permitiese afianzar la ideología y el régimen nacionalsocialista. La dinámica operante en Cuba tiene un paralelismo asombroso con el problema judío bajo los nazis, como Sartre astutamente observó.

¿Cuáles “consideraciones políticas generales” convierten a un rasgo cultural endémico en política de Estado?

a) La militarización de la sociedad cubana bajo el castrismo, observada por Susan Sontag, militarización que establece un “desprecio institucional” (diferente del tradicional desprecio social) hacia lo femenino o débil, atribuido aquí al hombre homosexual.

b) El carácter represivo y homogeneizador de esa sociedad castrista, que no tolera la disensión en ninguna faceta de la vida social, debido a lo cual el régimen cubano ha destruido sistemáticamente todo tipo de vinculación social que esté fuera de su control. La persecución de los homosexuales ha sido, en gran medida, una guerra del gobierno castrista por destruir el tipo de vínculo social más resistente en la nación: resistente, porque está acostumbrado a sobrevivir,

durante siglos, bajo circunstancias represivas, porque su medio natural ha sido la clandestinidad. Los homosexuales están forzados, quieran o no, a vincularse; no tienen ni siquiera la opción de no hacerlo, porque de no hacerlo dejarían de ser lo que son. Su naturaleza misma los convierte automáticamente en desertores del sistema homogeneizador castrista.

c) La utilización del homosexual como chivo expiatorio para la ira y la frustración del reprimido resto de la sociedad (como se vio en los actos de repudio durante el éxodo del Mariel) y el subsiguiente castigo del homosexual, como advertencia para cualquier otro grupo social o individuo que sueñe con rebelarse. Con la persecución de los homosexuales el régimen establece los contornos de su intolerancia. (Es interesante observar que este tipo de persecución contra los homosexuales se agudizó cuando ya la primera oleada de fusilamientos y de represión de contrarrevolucionarios había terminado, es decir, cuando Castro pensó que ya no iba a haber más oposición política tradicional). Si el gobierno cubano, por un acto de magia, dejase de reprimir la homosexualidad, tendría que buscarse otro grupo o causa de represión para mantener su cohesión.

II) “The greatest tragedy for Cuban gays was the failure of any leadership to emerge in the open, fluid days of 1959-1960.”

Rich/Argüelles cometen el mismo error que les reprochan a los periodistas e intelectuales norteamericanos: analizar egocéntricamente los problemas de los países latinoamericanos según patrones creados en Estados Unidos, “knowing pathetically little about other cultures or peoples”, “projecting ourselves onto the truth of their lives».

Acusar a los homosexuales cubanos de no haberse organizado en un movimiento y de no haber producido dirigentes en 1959 y 1960 es totalmente antihistórico, como sería acusar a las mujeres cubanas o a los negros cubanos de no haber hecho lo mismo. En primer lugar, Cuba y los Estados Unidos no son idénticos. Ni la cultura ni las condiciones en aquellos años en Cuba permitían tales empresas de definición de grupo: eran los años en que precisamente la coherencia del apoyo a la Revolución era más fuerte. Había sí, un fermento que hubiese dado lugar a movimientos de ese tipo a mediados de los 60, de no haberse iniciado enseguida la represión gubernamental o al menos el viraje muy temprano hacia el conservadurismo. El gobierno advirtió desde sus primeros años el peligro político que para él representaba cualquier tipo de comunidad, identidad, actividad privada o política, etc. que no estuviese bajo su control. Por otra parte, ni siquiera en Estados Unidos había en 1959 movimientos homosexuales o feministas, y el de derechos civiles negros apenas empezaba a cobrar fuerza con Martin Luther King.

En cuanto a lo que Rich/Argüelles agregan de que “if anyone had chosen to remain behind, if any remaining had chosen to speak…”, muchos se quedaron hasta el Mariel. Muchos todavía viven allá, silenciados. La posibilidad privilegiada de hablar solo la han tenido los que, como Alfredo Guevara, Mirta Aguirre y algunos otros, han ocupado muy altas posiciones en el gobierno. Estas personas tienen una responsabilidad por lo ocurrido, como los dirigentes judíos que colaboraron con los nazis en el envío de gentes a los campos de concentración. En ese sentido, es loable la actitud que tuvo Carlos Franqui de enfrentarse en su momento al propio Castro y criticarle su homofobia. Hoy en día, en cambio, la idea de que una persona (incluso en los más altos niveles) pueda expresar una opinión contraria a la línea gubernamental es totalmente ridícula. Rich/Argüelles saben perfectamente que en Cuba todos los medios de difusión y expresión están censurados, no existen canales no estatales de comunicación, el derecho de asociación está anulado, y ni siquiera existen máquinas fotocopiadoras.

III) “Cuba had never had a real gay culture […]. The historian can’t find a gay sensibility in Cuban literature, music or theater.”

Habría que preguntarles a Rich/Argüelles qué entienden ellas por “cultura gay” o “sensibilidad gay”, porque creemos que ni siquiera en Estados Unidos, país a la vanguardia de la emancipación homosexual, la gente se ha podido poner de acuerdo sobre lo que significan esos conceptos. De modo que uno se pregunta qué estaban ellas buscando en sus investigaciones en Cuba, sobre cuyo carácter independiente las autoras no dan ningún tipo de detalle ni de prueba. Quizás buscaron manifestaciones similares a las neoyorquinas, y naturalmente no las encontraron. Si su petulancia doctrinaria no las cegara, se habrían tomado el trabajo de conocer la obra de numerosos artistas y escritores cubanos que antes de Castro expresaron abierta o discretamente vivencias homosexuales: mencionémosles, solo a modo de mínimo catálogo, la poesía de Emilio Ballagas, de Rolando Escardó, el teatro y los cuentos de Virgilio Piñera, la narrativa de José Lezama Lima, la pintura de Víctor Manuel. La revista Ciclón, una de las más notables de los anos 50, estaba dirigida por dos homosexuales: Virgilio Piñera y José Rodríguez Feo. En cuanto a la música popular, el movimiento del feeling, de las décadas del 50 y del 60, estaba permeado de una sensibilidad homosexual evidente.

Había una sensibilidad homosexual en la literatura, en el teatro, en la danza y, aunque estaba muy “en el closet”, lograba manifestarse de un modo u otro, y en algunos momentos fue la tendencia predominante, es decir, que arrastraba incluso a quienes no eran homosexuales: tal fue el caso de la influencia del humor negro y del absurdo introducidos por Virgilio Piñera en la ficción y en el teatro.

En cuanto a que la “gay life was privatized (for the rich) or commodified in prostitution (for the poor)”, es alarmante que Rich/Argüelles insinúen a estas alturas que la homosexualidad es un rasgo de clase y que los pobres solo “caen” en ella por interés en el dinero. Resulta igualmente ridículo (y reaccionario) que establezcan una ecuación ineludible entre pobreza y prostitución. Es cierto que la homosexualidad estaba, en la Cuba anterior al 59, “privatizada” (o sea, en el closet), exactamente igual, dicho sea de paso, que en Estados Unidos en esa época.

IV) Según Rich/Argüelles, Playa Girón fue la responsable de una atmósfera de “paranoia, counterrevolutionary vigilance, and internal security measures” que condujo a la creación de las UMAP. Aunque llaman a estas “the most shameful episode in Cuban history” (no tienen más remedio que reconocerlo), inmediatamente agregan dos mentiras que solo los más tontos lectores podrán haberle creído: que “many working-class lesbians and gay men” no fueron metidos en los campos, y que “it was a period of «Stalinization» of sexual attitudes and severe repression that has since been denounced in Cuba”.

En el clima de histeria en que se crearon las UMAP también se produjeron otros episodios que Rich/Argüelles ignoran: la purga de la vieja guardia del PSP, la microfracción, Marquitos, etc. O sea, otros tantos episodios en la intensa lucha por el poder que tuvo lugar en esa época, durante la cual lo único que le interesaba a Fidel Castro era ahogar cualquier posible foco de oposición a su poder. La represión brutal contra los homosexuales y su internamiento en los campos de las UMAP ocupan un lugar dentro de ese panorama: eran un método calculado y fascista de intentar amedrentar a toda la población.

Por otro lado, la inmensa mayoría de los recluidos en las UMAP eran gente pobre, como bien lo ha atestiguado el escritor cubano José Mario (que estuvo en los campos y ha publicado testimonios sobre el tema). Las personas que visitaron los campos coinciden en afirmar que por lo menos el 70 % de los recluidos en las UMAP eran trabajadores, gente humilde. Es absolutamente antihistórico pretender que en 1965, año en que se crearon las UMAP, había todavía en Cuba una numerosa clase media o alta que nutriera los campos: todo el mundo sabe que ese sector de la población había emigrado en los primeros tiempos del gobierno de Castro.

En cuanto a “it was a period”, si bien las UMAP fueron clausuradas en 1969 a resultas de la opinión internacional, la represión adoptó formas más estables e institucionalizadas inmediatamente después, con los acuerdos del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura en 1971, y con la promulgación de la Ley 1249 de 1973, cuyo Capítulo 1, Título XI, titulado “Delitos contra el normal desarrollo de las relaciones sexuales” llega a establecer pena de muerte para algunas manifestaciones homosexuales.

La actitud teórica de Rich/Argüelles es típica de muchos admiradores fanáticos del proceso castrista: intentar hacer ver que los llamados “errores” (tan grandes que no se pueden dejar de “reconocer”) son ajenos a la esencia de la “revolución”, accidentes aislados en un océano de bienaventuranzas.

V) Según Rich/Argüelles, a partir de los viajes a Cuba de la comunidad cubana en el exterior (iniciados en 1979), “many Cuban gays […] heard seductive stories of this land of opportunity, with sexual freedom and unlimited consumer goods”.

Sobre esto, solo hay que decir lo siguiente: aunque las visitas de la comunidad tuvieron un impacto indudable, Rich/Argüelles exageran su importancia al no mencionar que el telón de fondo de esas visitas era la carga negativa contenida en la población de la isla durante más de 20 años de castrismo: o sea, el hecho de que las gentes ya se sentían desilusionadas, hartas y desesperadas, y de pronto vieron que a los supuestos “apátridas” se les ofrecían los hoteles mejores de La Habana y se les brindaban las comidas que un trabajador cubano no habla tenido en todo ese tiempo de libreta de racionamiento.

La ilusión de la “tierra de promisión” no obra milagros en una población que se sienta moderadamente esperanzada con el desarrollo del propio país; es más, ese tipo de estímulos sólo lleva a emigraciones masivas en pueblos que están contra la espada y la pared, por hambre (Haití), por miedo, represión o cualquier otra razón.

VI) Según Rich/Argüelles, el escándalo internacional que significaron para Fidel Castro los acontecimientos en la embajada del Perú en abril de 1980 (más de 10 000 personas asiladas en una sede diplomática en menos de 48 horas) es solamente “an incident”. Inmediatamente, parecen alarmarse de que el Departamento de Inmigración de Estados Unidos, durante el puente Mariel-Cayo Hueso, haya relajado supuestamente sus propios patrones de admisión y haya permitido la entrada de un gran número de homosexuales que lógicamente querían salir de Cuba. Esto era, según ellas, una de las “coid war priorities” para Carter. Al parecer, las autoras habrían preferido que el INS hubiese negado la entrada a los homosexuales cubanos en masa, para así tener ellas un motivo más con que hacer propaganda contra Estados Unidos, y para evitar que los homosexuales cubanos aquí, ya libres de poder hablar por primera vez, les pudiesen refutar a ellas ese cuento de hadas que se han propuesto contar a los gais norteamericanos sobre el gobierno de Castro.

También hay que agregar que, si bien una minoría de los homosexuales que salieron por Mariel admitió al llegar que eran gais (repitiendo lo que habían hecho en Cuba: proclamar su condición para poder salir), la mayoría tuvo muy buen cuidado de no decir que era homosexual en sus planillas o entrevistas de inmigración. La Voz de las Américas y otros canales de información los habían instruido sobre las disposiciones sobre inmigración vigentes en Estados Unidos. Por otra parte, muchos de los que admitieron su condición homosexual se quedaron estancados por eso en los campamentos de reasentamiento, como bien saben las organizaciones gais norteamericanas y las iglesias (como la Metropolitan Community Church) que lucharon para sacarlos de allí.

En su alucinación, Rich/Argüelles llegan a repetir algo que seguramente les habrá dicho algún funcionario del ICAP en Cuba, o algún habilidoso agente de la inteligencia cubana que ellas entrevistaron, creyendo que se trataba de un heroico marginado: a saber, que antes del 59, “middle-class lesbians sometimes married men moving to the capital, or became the mistresses of the city’s ruling class”. Estas autoras, que se supone sean defensoras de la liberación homosexual, al parecer coinciden con Fidel Castro: los homosexuales cubanos eran y son una suma de todos los vicios y corrupciones; antes del 59, por dedicarse a la prostitución, ser drogadictos, jugadores, vendidos, oportunistas; después, por cobardes y portadores de un pecado de clase, por ser incapaces de sublevarse contra el mayor ejército de América Latina y contra el sistema policiaco más monstruoso de toda la historia de Cuba.

VII) “Cuba was and is a profoundly homophobic society. But people don’t get imprisoned simply for homosexuality”

Los extractos que reproducimos en este número de las leyes cubanas (publicadas en la Gaceta Oficial, no inventadas por nosotros les responden ampliamente.

VIII) Una de las autoras recuerda que su sexualidad fue denunciada por la prensa de Miami cuando ella “dared to undertake anti-terrorist work”.

El hecho de que algunos sectores extremistas del exilio cubano en Miami tengan sentimientos agresivamente homofóbicos no hace más que subrayar que la homofobia oficializada en Cuba por Castro aprovecha sustratos represivos de la mentalidad hispano-cristiana que es componente básico de la cultura cubana (y de la propia formación de Castro, que como sabemos estudió en un colegio jesuita). Lo que le pudo haber sucedido a una de las autoras constituye quizás uno de los factores emocionales que la precipitaron a tomar una posición más abiertamente pro-Castro. Pero ninguna manifestación de homofobia en Miami podría disminuir, ni mucho menos justificar, la monstruosa magnitud que en manos del gobierno de La Habana ha tomado algo que en la mentalidad cubana anterior constituía un prejuicio social o familiar, pero nunca una actitud homogénea y coherente de todo el Estado cubano.

Es obvio que sectores de la comunidad cubana en el exilio (sobre todo la gente de mayor edad y aquellas personas que permanecen más aisladas de la dinámica cultural norteamericana) sienten necesidad de mantener estáticos sus valores éticos tradicionales, y son incapaces de abandonar con facilidad algo tan enraizado en su modo de vida como el desprecio a los homosexuales. (Así, muchas de esas personas caen en la contradicción evidente de criticar la homofobia de Castro, pero simultáneamente adoptar actitudes de menoscabo hacia homosexuales que conocen.) Ahora bien, si para algún homosexual cubano determinado el Miami de hoy resultase en cierto aspecto similar a la Cuba anterior al 59 (cosa un poco difícil, porque muchos de ellos no conocieron esa Cuba), o más inaceptable, jamás podrían llegar sus sentimientos a acercarse a los que se experimentan en la Cuba de Castro hoy, donde existe un sistema represivo oficializado y “legalizado”.

IX) “The new Mariel generation of right-wing ¡intellectuals are mobilizing to use the issue of Cuban homophobia as Cold War ammo.”

Rechazamos totalmente esta demagógica caracterización de nosotros mismos. Sí, nos estamos movilizando: no como marionetas ingenuas en una Guerra Fría de superpotencias, sino (muy a sabiendas) contra una dictadura que ha permanecido en el poder durante 25 años, contra un sistema represivo que conocemos mejor que cualquier visitante que vaya a la isla acogido por las autoridades y con una ideología predispuesta a creer lo que le digan.

Creemos además que el tema de la persecución de los homosexuales es un tema lícito de derechos humanos en el caso de Cuba, de la misma manera que en Sudáfrica lo es el de los negros, en Irán el de los bahai o en Nicaragua el de los miskitos. Tenemos derecho a esgrimirlo y a elucidarlo, y no serán personajes como Rich/Argüelles quienes nos lo impidan.

X) Rich/Argüelles dictaminan que “for Cuban lesbians, indeed, the gains made for women by the revolution may well outweigh the effects of homophobia”.

Si tuvieran un ápice de verdadera información sobre la realidad en la isla, sabrían (como les puede declarar cualquier mujer que salga de Cuba ahora, no una que sea entrevistada allí, víctima del terror) que la mujer cubana sigue estando atada a la familia (a cargo de hijos, padres, viejos, etc.) y que, en particular, esto último (cuidar a los mayores) le toca usualmente a la mujer que no se casa o a la mujer lesbiana. La mujer cubana ahora tiene la triple carga del trabajo asalariado, el doméstico y el “voluntario”, y por tanto (como siempre) tiene menos tiempo libre que el hombre, incluso para rumiar su impotencia o para protestar en privado (la protesta pública o la rebelión están, como se sabe, excluidas de la realidad castrista).

El menor porcentaje de mujeres en el éxodo del Mariel sería, más que un indicio de la idílica satisfacción de las cubanas con esa espejísmica liberación que solo los extranjeros palpan, una demostración de que a pesar de la retórica del gobierno la mujer como tal sigue sujeta a patrones tradicionales de conducta. Salir por Mariel suponía romper en muchos casos con los vínculos familiares y arriesgarse a un viaje inseguro, casi suicida.

El único libro sobre sexualidad que se publicó en Cuba, en tirada reducida, a fines de los 70 tenía, en efecto, un capítulo en que se enfocaba la homosexualidad (nada que se pareciera a un alegato por la liberación gay ni mucho menos).[1] Pero todo el mundo en Cuba sabe que el libro se vendió sólo a médicos y siquiatras. Muchas personas vinculadas con el aparato editorial cubano de entonces (entre ellas, uno de los editores de Mariel, Reinaldo García Ramos) supieron que varios jefes de la Dirección Central de Editores fueron castigados por haber ordenado la edición del libro sin haberse percatado de que al final se hablaba de los homosexuales.

Al final de su artículo, las autoras parecen confesar que no desean que se discuta el tema de la homofobia cubana: “charges and countercharges of Cuban homophobia play into a dirty political war”, advierten con tono doctoral a los pobres discípulos que las escuchen. Tratan de que no se discuta el asunto, porque favorecería presuntamente a la derecha local y reforzaría la mentalidad de “estado de sitio” que, desde luego, existe en el gobierno de Castro, pero que no es la causa de la persecución de homosexuales. Este tipo de argumento se utilizó por aquellos que no quisieron que se hablase del gulag soviético, de los campos de exterminio nazi, etc. Es clásico. Debemos decir que, por el contrario, el mejor favor que se puede hacer a los homosexuales norteamericanos, que han caído en un estado de autocomplacencia pese a las fuerzas que los amenazan, es ventilar el asunto. Rich/Argüelles, además, se contradicen, pues antes dijeron que las UMAP terminaron debido a presión externa. ¿No creen Ruby Rich y Lourdes Argüelles que la discusión ahora podría mejorar la situación, ya que tienen tanta fe en el “Máximo Líder”?

Nueva York, junio de 1984
Consejo de Dirección Mariel

* Este trabajo fue preparado por Ana María Simo y Reinaldo García Ramos para el Consejo de Dirección de Mariel.


Notas:

[1] Se trata del libro Siegfried Schnabl, El hombre y la mujer en la intimidad, Editorial Científico-Técnica, La Habana, 1979.


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