“Ha muerto Chely Lima [1957-2023]”, dio a conocer este domingo la escritora Daína Chaviano, amiga y antigua colaboradora del narrador, poeta, dramaturgo y guionista transgénero cubano que desde hace unos quince años vivía en Estados Unidos.
La propia fuente confirmó en redes sociales que el fallecimiento de Lima –a partir de los años ochenta uno de los más reconocidos autores de género fantástico en Cuba, junto a la propia Chaviano– ocurrió este sábado 21 de enero.
“¿Qué puedo decir cuando ha fallecido quien fuera parte indeleble de los años más intensos y creadores de mi vida? ¿Qué puedo añadir ante la pérdida de quien fuera mi amiga escritora más cercana –espíritu gemelo en sueños y fantasías literarias– durante las décadas más fructíferas y experimentales de nuestros veintitantos años, cuando estábamos en pleno período formativo y creador?”, se pregunta Chaviano al inicio de su “Epitafio para Chely Lima”, cuyo post en Facebook ha generado decenas de mensajes de sorpresa y condolencias; entre otros, los de escritores cubanos como Reina María Rodríguez, Norge Espinosa, Gleyvis Coro Montanet, Armando Lucas Correa, Legna Rodríguez Iglesias, Damaris Calderón y Virgilio López Lemus.
Hasta el momento no se han confirmado detalles sobre el deceso del autor de los poemarios Tiempo nuestro (1981), Terriblemente iluminados (1989), Rock sucio (1992), Todo aquello que no se dice (2004); las novelas Brujas (1991), Triángulos mágicos (1994), Confesiones nocturnas (1994) y Lucrecia quiere decir perfidia (2010), Isla después del diluvio (2010) y Memorias del tiempo circular (2015), así como del iniciático cuaderno de relatos Monólogo con lluvia (Premio David 1980).
El currículo literario de Chely Lima, quien al morir contaba 66 años, incluye decenas de obras de otros géneros: cuentos, ficción para niños y jóvenes (ganó en 1998 el Premio Juan Rulfo en ese género por su cuento “El cerdito que amaba el ballet”), piezas teatrales y guiones para cine, televisión y radio.
En Cuba, se recuerda especialmente la serie Shiralad o El regreso de los dioses (1990), que escribió junto a quien fue su pareja por más de veinte años, Alberto Serret.
Lima y Serret colaboraron en varias obras teatrales, incluida la ópera rock Violente (1987), compuesta por el músico Edesio Alejando, y en otras populares series televisivas, señaladamente, Del lado del corazón (1986) y –junto a Chaviano y Antonio Orlando Rodríguez– Hoy es siempre todavía (1987).
“Incluso hoy, sigo siendo fiel a esa amistad que la distancia ha dejado indeleble en mi espíritu, porque como la propia Chely me escribió en la dedicatoria de uno de sus poemarios: «El corazón no sabe de distancias. Sabe únicamente de dolor por los ausentes que amamos»”, recuerda más adelante en el obituario Chaviano. “Y ahora creo que sus palabras suenan a profecía. Quizás eran un epitafio premonitorio al temprano fallecimiento de Serret, ese hombre-León al que ella amó más que a su vida”.
“Alberto Serret ha sido la persona más importante de mi vida adulta. Lo sigue siendo”, decía hace unos pocos años Lima en entrevista aparecida en Alas tensas. “Serret era gay, esto lo sabían todos sus amigos y la mayor parte de sus conocidos, de manera que nuestra relación resultó una rareza para los que ignoraban que yo era trans, que era prácticamente el resto del mundo. […] Y compartimos todo, absolutamente todo: cama y mesa, vida personal y trabajo, amigos y relaciones íntimas. Todo. Fuimos amantes desaforados y hermanos y cómplices”.
Acaso sea esa incomprensión de que hablaba Lima en aquel diálogo lo que ahora emerge en la despedida de Chaviano: “Siempre pensé que la muerte de Alberto provocó la desaparición de la mujer que ella había sido, para darle nacimiento a otra persona que nunca llegué a conocer bien. Sospecho que su cambio de personalidad fue una especie de suicidio en vida. Fue la antesala de su muerte definitiva, la que ahora provoca un vacío extraño y surreal que, no por esperado, deja de ser un dolor sordo que ya no tendrá fin”.
Sobre su tránsito vital en pos de una múltiple emancipación (política) individual, así como de su autocomprensión y autoafirmación identitaria, que a todas luces implicó primero la retracción en el ámbito íntimo, el exilio luego, y que llevaría a su reconocimiento público como un “escritor queer”, explicaba en la citada entrevista Chely Lima: “Creo que mucha gente de mi generación se refugió en los libros y el arte como una forma de escapar a un presente opresivo y lleno de amenazas para cualquiera que no hiciera suyas una serie de consignas que nos sonaban a hueco. Yo no fui la excepción. Por otra parte, en mi caso había agravantes relacionados con mi verdadero género y mi sexualidad. Los cubanos somos extremadamente machistas, tú lo sabes. Para mí era cada vez más desgastante tener que lidiar con una realidad en la que me miraban desde arriba porque mi cuerpo era femenino. Y la verdad es que, con excepción de algunas de mis parejas, especialmente de Serret, nunca tuve la comprensión de nadie, ni siquiera de mis amigos gays, que no entendían por qué Serret estaba conmigo, ni por qué, si yo tenía todas las trazas de ser una mujer lesbiana, solo me interesaban los hombres, y los hombres gays, para más inri”.
En los años noventa, Lima se fue a residir en Ecuador, donde trabajó como guionista para radio y televisión, e impartió talleres de escritura en varios colegios y universidades. A inicios de este siglo se trasladó a Buenos Aires, donde vivió hasta 2008, cuando se marchó a Estados Unidos y se estableció en Miami.
Descanse en paz la inolvidable Chely. Luto entre sus amigos