Jon Fosse
Jon Fosse

Presentación

Este año, no tuvimos otro Nobel para Oprah. Pueden dormir tranquilos los que temían que la Academia Sueca volviera a incurrir en el anacronismo hippie y concediera el Nobel de Literatura ex aqueo a Mick Jagger y Paul McCartney. Su receptor, el noruego Jon Fosse, de 64 años, así lo ha admitido: “Se trata de una recompensa para la literatura que trata ante todo de ser literatura, sin otra consideración”.

Novelista, ensayista, poeta y autor de libros para niños, Fosse es más conocido como dramaturgo. Llamado “el nuevo Ibsen”, es el escritor de obras de teatro vivo más producido en todo el mundo. Sus piezas han sido traducidas a unas 50 lenguas.

Curiosamente, comenzó a escribir para la escena en 1992, mucho después de establecerse como autor de novelas, poemas y ensayos. “Fue la primera vez que intenté este tipo de obra”, confiesa, “y fue la mayor sorpresa de mi vida como escritor. Supe, así lo sentí, que esa clase de escritura estaba hecha para mí”.

Beckett, Bernhard, Pinter son las principales fuentes en las que ha bebido. Sobre todo Samuel Beckett, descrito por Fosse como “un pintor para el teatro más que un verdadero autor”.

Sus personajes hablan poco. Y lo que dicen a menudo es repetitivo, con leves pero significativos cambios entre cada repetición. Las palabras quedan suspendidas, colgando del aire, a menudo sin puntuación. “Mis libros no son leídos por sus tramas. No escribo sobre personajes en el sentido tradicional del término. Escribo sobre la humanidad”, afirma. En sus novelas, la historia en sí no tiene relevancia. Lo que le importa es crear una atmósfera que provoque una experiencia.

Convertido al catolicismo en 2013, Jon Fosse es un místico que penetra en los espacios oscuros del alma con un lenguaje austero, puro y repetitivo, que da voz al silencio y presencia a la soledad. Uno de sus traductores al francés, Jean-Baptiste Coursaud, lo ha caracterizado así: “Desde el punto de vista lingüistico, el suyo no es una lenguaje difícil. Funciona con un léxico reducido a lo esencial e inmediato. Traducirlo es desaprender a traducir y renunciar al efecto. Tampoco es un sistema de pensamiento complicado. Hay que dejarse atrapar por su voz, es como un encantamiento, una plegaria”.

Jon Fosse escribe en nynorsk, el neo-noruego, una de las dos lenguas oficiales de su país (la otra es el bokmal). El neo-noruego, hablado por el 15 % de la población, fue elaborado a partir de muchos dialectos, en el siglo XIX, como un acto de reapropiación de la identidad nacional después del dominio de Dinamarca, que había impuesto su lengua. Aunque minoritaria, se trata de una lengua literaria y cada año se concede un premio a una obra escrita en neo-noruego. Fosse ha obtenido tres veces el galardón. “Mi escritura”, ha dicho, “está regida por mi lengua, el neo-noruego. Cualquier lengua, creo, es excelente para expresar temas singulares. La mía, de alguna manera, me fuerza a escribir como escribo”.

El gobierno noruego le otorgó a Fosse un estipendio vitalicio por su labor literaria. Y el Rey de Noruega, una residencia permanente en La Gruta, un edificio al lado del Palacio Real en Oslo.

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Casado tres veces, padre de seis hijos, Jon Fosse dejó de beber hace años después de someterse a una cura en un hospital.

En 2019, tradujo Sebastián en el sueño, de Georg Trakl; en 2022, Las elegías del Duino, de Rainer Maria Rilke.

En noruego, su apellido significa “cascada”.

4 poemas y un ars poética

Como un barco en el viento suave
tú y yo
tú y la luna
tú y el viento

y las estrellas
quizás
frente a todo el hedor
de cadáveres
en descomposición
en su tierra confinada
los demás, como yo
o quienes arden
en su desesperada esperanza
(sin dolor, sí por supuesto)

sí como un barco en el viento suave

 

Solo sabemos
la canción, la canción del mar
se desliza por las escarpadas montañas
y más allá del cielo

en vuelo azul, como un resplandor
hacia donde estamos juntos
y donde nunca decimos nada

y solo sabemos

 

La montaña retuvo el aliento
hizo una respiración profunda
y entonces la montaña persistió
entonces las montañas persistieron
y así es como las montañas persisten

y se inclinan hacia abajo
y hacia abajo
en sí mismas
y retienen el aliento

mientras el cielo y el mar
se acarician y golpean
la montaña retiene el aliento

Algo acerca del actor
en lo que está aconteciendo
como la vida
siempre en movimiento
es algo silencioso
y pesado
como la vida misma
es pesada         Para algunos
la vida se vuelve demasiado ligera
y a la vez demasiado pesada
y se apartan de lo que sucede
y se quedan ahí
inestables
avergonzados
y no saben qué decir
no tienen nada que decir
y por eso hay que decir algo         Y avanzan
con pasos ligeros y rectos como el viento
avanzan
y se quedan ahí
pesados para sí mismos
en la luz del otro
mientras la vergüenza
se disuelve
y se vuelve tan ligera como el ángel del perro

Y entonces las alas del ángel se abren
y se extienden sobre ellos
Y entonces se dice

 

La gnosis de la escritura

Entiendo muy poco. Y a medida que pasan los años entiendo cada vez menos. Eso es cierto. Pero también es cierto lo contrario, que a medida que pasan los años entiendo cada vez más. Sí, también es cierto que a medida que pasan los años entiendo muchas cosas, tantas que casi me asusto. El caso es que me desanima lo poco que entiendo y casi me asusta lo mucho que entiendo. ¿Cómo es posible que ambas cosas sean ciertas, que pueda entender cada vez menos y cada vez más al mismo tiempo?

El pensamiento reflexivo nos dirá sin duda que comprender poco es también comprender mucho, y creo que en cierto sentido, quizá en el sentido gnóstico del término, esto es cierto, a no ser que ese mismo pensamiento reflexivo nos diga que hay dos clases de comprensión. Y tal vez sea así, tal vez podamos decir simplemente que a través de esta forma de entender que recurre a los conceptos y a la teoría entiendo cada vez menos, y que el alcance de esta forma de conocimiento me parece cada vez más limitado, mientras que a través de esta otra forma de entender que recurre a la ficción y a la poesía entiendo cada vez más.

Tal vez sea así. En cualquier caso, así es como lo siento porque, después de escribir una serie de ensayos teóricos, he ido abandonando gradualmente esta forma de escritura en favor de lo que ahora es casi exclusivamente un lenguaje que no se ocupa en primer lugar del significado, sino que ante todo es, que es él mismo, un poco como las piedras y los árboles y los dioses y los hombres, y que sólo significa en segundo lugar. Y a través de este lenguaje que primero es, y sólo después significa, parece que comprendo cada vez más, mientras que a través del lenguaje ordinario, el que ante todo significa, comprendo cada vez menos.

Esto se debe principalmente a mí y a mi propia historia. Y, para que quede claro, empecé a escribir pequeños poemas e historias a una edad tan temprana que resulta embarazoso, sí, embarazoso porque la imagen del muchacho que, a los doce años, se retira a su habitación donde no lo molestan para escribir pequeños poemas e historias, encaja demasiado bien con el mito al que se supone que debe ajustarse el artista, que dice que si no se nace artista, al menos se llega a serlo en la edad más tierna. Y en lo que a mí respecta, eso es cierto. Y siempre soy escéptico ante todo lo que concuerda demasiado. Pero así son las cosas. Desde mi más tierna juventud siempre he escrito, y en cierto modo la escritura siempre ha sido su propio fin, no era una actividad a la que me dedicaba para decir algo, para expresar una opinión, sino casi como una forma de estar en el mundo, como si estuvieras en el mundo, como si estuvieras ahí de una forma satisfactoria, a través de lo que escribía, y que a su vez estaba ahí, tan evidente en su presencia. Porque cuando escribo un texto que creo que está bien escrito, algo nuevo viene al mundo, algo que no estaba antes, he creado una especie de presencia, y eso, el placer de escribir personajes e historias, incluso universos, que nadie conocía antes, ni siquiera yo, me sorprende y me deleita. Nadie lo sabía antes de que yo lo escribiera. ¿Y de dónde viene eso? No lo sé, porque también es nuevo para mí. Nunca antes había pensado en ello. La escritura, la buena escritura, se convierte así en el lugar donde algo desconocido, algo que antes no existía, empieza a existir. De eso se trata, la escritura como un estado en el que aparece y nace por primera vez algo que casi podría describirse como un universo es, sin duda, lo que más placer me produce al escribir. Cada vez que escribes algo bueno se crea todo un universo. Porque todo buen escrito, incluso un poema, es de alguna manera todo un universo, que antes no existía, y que aparece a través de la buena escritura.

A menudo pienso en la escritura como una desviación, como si la escritura fuera la manifestación misma de esa desviación, un poco como una adicción, porque igual que uno puede ser adicto a cualquier cosa, ya sea a una colección de sellos o al juego o a la heroína, también puede ser adicto a la escritura. De cierta manera es tan sencillo como eso. Ciertamente aprecio el reconocimiento que obtengo, quizá más de lo que quiero admitir, pero al mismo tiempo me molesta, porque cuando escribes mucho y te conviertes en poeta, novelista y dramaturgo de cierto renombre, cuando incluso consigues ganarte la vida decentemente con esta desviación, con esta escritura, cabe preguntarse si no es por eso por lo que escribes, para ganar dinero, o para alcanzar la fama y la gloria, como suele decirse. Y sin embargo, no. No me produce ninguna satisfacción, simplemente no quiero ser mejor que los demás, incluso me produciría un cierto placer criminal ser peor que ellos. Pero sobre todo me gustaría estar donde están los demás, lo menos visible posible. Me gustaría ser como los demás y que me dejaran en paz conmigo mismo, con mi familia y con mi escritura.

Y luego resulta que ser escritor no es eso. En Noruega, al menos, si escribes, si eres escritor, o bien es que eres peor que los demás, ya que escribes en cierto modo porque no encuentras tu lugar en la vida, y escribir significa que estás cerca de la enfermedad mental, si no has cruzado ya la línea, o bien que eres mejor que los demás, que tienes un talento especial, algo que te convierte en alguien digno de admiración, que hace que lo que escribes merezca ser enseñado en las escuelas, que te reporta prestigiosos premios y te transforma en vida en una especie de fenómeno clasificado del que la gente presume cuando se reúne en sus cafés de moda.

El desánimo me invade. Y de nuevo, como a los doce años, te refugias en la escritura. Ese lugar que nos hemos creado en la vida, ese lugar en el que, renunciando a los conceptos y a las teorías, así como al consenso social y a sus jerarquías de valores, intentamos acercarnos a un lugar en el que no comprendemos, de una ausencia casi total de comprensión, y desde el que, a través del movimiento y del ritmo o de lo que sea, intentamos hacer surgir algo que solamente es y que de esa manera es también una especie de comprensión, no una comprensión que corresponda a este concepto o a aquel, a esta teoría o a aquella, sino una comprensión que haga que el lenguaje signifique una cosa y su contraria, y luego otra. El lugar de donde procede la escritura es un lugar que sabe mucho más que yo, porque como persona sé muy poco, y quizá tenga razón Harold Bloom cuando dice que el lugar de la escritura, lo que el lugar de la escritura sabe, se parece a lo que sabían los antiguos gnósticos, a lo que estaba en el origen de su gnosis. Un conocimiento que es el orden de lo indecible. Pero que tal vez sea posible expresar por escrito. Un conocimiento que no es algo que sepamos, o poseamos, en el sentido habitual del término, porque tales conocimientos tienen siempre un objeto, sino por el contrario un conocimiento sin objeto, que sólo es. Así que lo que no podemos decir, tenemos que escribirlo, como dijo una vez un filósofo francés no precisamente desconocido (Derrida), parafraseando las palabras de un filósofo austriaco (Wittgenstein).

Y, por supuesto, hablar de la gnosis de la escritura no es más que un intento de decir algo sobre lo que la escritura sabe. Sin embargo, sin considerarme gnóstico (ni nada por el estilo), creo que es justo decirlo así. Y el hecho de que escribir, escribir bien, es similar, como se ha dicho, a una oración, me parece bastante obvio. Pero entonces parece un tipo de oración casi criminal.

Abril de 2000

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JORGE YGLESIAS
Jorge Yglesias (La Habana, 1951). Poeta, narrador, crítico de cine y traductor. Jefe de la Cátedra de Humanidades y Profesor de Historia del Cine e Historia y Estética del Documental en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Ha impartido cursos de cine en universidades y centros culturales de Canadá, Austria, Colombia, Venezuela, Portugal, República Checa, Suiza y Francia. Obtuvo el Premio de la UNESCO a la mejor traducción de Pushkin (1999), el Premio de Traducción Literaria de la República de Austria (2000), el Premio del Colegio de Traductores de Arles (2002). Es autor de los textos Un extraño en el Paraíso (crítica de cine), Buñuel, el americano (crítica de cine), Atravesar el espejo (crítica de cine), Campos de elogio (poesía), Octavio Smith en su reino (ensayo literario) y Sombras para Artaud (poesía).

3 comentarios

  1. El poema «Sólo sabemos», acabo de escribirlo a mano, un hábito con aquellos textos que interiorizo. Gracias, Jorge. No me perdono no haber leído antes a Fosse, apenas haber oído hablar bien de su teatro…

  2. Es impresionante su facilidad de lenguaje. Enmarcado por el expresionismo alemán y el teatro del absurdo.
    Engancha al lector con su estilo directo y sencillo en su textos dramático, narrativos y líricos..gracias por promoverlo.

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