Aplaudo a Richard Peña por una muestra de moderación usualmente ausente en el tema cubano. A Debra Evenson, le doy las gracias por el menos común de los bienes en estos asuntos: hechos. El cambio en la legislación en relación con los maestros homosexuales en las escuelas cubanas es importante y simbólico, y mejor que lo que pudo lograr el alcalde Ed Koch recientemente en Nueva York, donde su intento de pasar una ley para proteger a los homosexuales recibió un dictamen de inconstitucionalidad.

Geoff Puterbaugh saca a colación el libro amargo escrito de Allen Young, pecador reformado (un veterano de Venceremos que ha pasado a convertirse en enemigo de Cuba), al que conozco demasiado bien: aterrizando en el mismo bucle temporal que los realizadores, Puterbaugh trae a colación las declaraciones de 1971, tan deplorables y anticuadas como la elección de Nixon en este país al año siguiente. Pero encuentro más perturbador que me incite a nombrar personas. Como cualquier homosexual sabría, esa es una táctica empleada históricamente contra los homosexuales, no a favor de ellos. Era una táctica favorecida por la policía estadounidense como seguimiento a las redadas en los bares en los cincuenta y por un emigrado cubano en 1978 en la manera exacta en que Puterbaugh insta. No, gracias.

La carta de Ana María Simo parece ser parte de los gajes del oficio. Recientemente, publicó un ataque contra ese infame simpatizante de los rojos, el empresario teatral Joseph Papp, que se había portado mal al incluir un grupo musical cubano en el extenso Festival Teatral Latinoamericano en el Teatro Público; calificado por Simo y compañía de “muy izquierdista”.

En cuanto a Néstor Almendros y Orlando Jiménez-Leal, bueno, su artículo (“Conducta impropia”, de septiembre) es casi lo menos importante. Una campaña de intimidación sin precedentes en los círculos culturales ha acompañado el estreno de este filme. Cualquier crítico que se haya atrevido a expresar alguna crítica ha sido atacado de inmediato. A pocos días de la publicación de mi artículo, la distribuidora amenazó a American Film con una demanda por difamación; se lanzó un comunicado de prensa nacional denunciando mi artículo y a los editores de la revista; y por primera vez en su historia, esta revista le cedió a un realizador un espacio equivalente para rebatir a un crítico. (¡Espero que otros realizadores independientes en el futuro reciban el mismo privilegio!) Para conseguir una proyección para el director de cine cubano Tomás Gutiérrez Alea, el crítico Richard Goldstein le tuvo que garantizar a Almendros un espacio en Village Voice para atacar el artículo. Cuando un crítico para un periódico gay, el New York Native, redactó una reseña negativa, sus editores compensaron a los realizadores cubanos con una entrevista elogiosa en la que la reseña anterior fue repetidamente vilipendiada. Vale la pena notar que jamás ningún realizador independiente en Estados Unidos ha recibido semejante tratamiento, o empleado las tácticas necesarias para ganárselo.

En cuanto a la afirmación de los realizadores en su artículo de que el documental viene del “jardín izquierdo”, cualquiera que haya visto su aparición en Firing Line con William Buckley este verano sabe que no es cierto. En cuanto a su preocupación por los homosexuales cubanos, bueno, el programa de televisión también resultó informativo en ese tema. Buckley tardó veinticinco minutos en emplear la palabra “homosexual”, y cuando lo hizo, Jiménez-Leal inmediatamente replicó que el documental no era “sobre la homosexualidad”, sino sobre “los derechos humanos”.

Las acusaciones y los ataques personales en la respuesta de los realizadores a mi reseña original del documental son distorsionadas e infundadas como las que aparecen en el documental, pero la falta de espacio me impide discutirlas punto por punto. Lo más importante, sin embargo, no debe pasarse por alto. Almendros y Jiménez-Leal sufren de un caso avanzado de arrogancia. Creen que a quienquiera que no le guste su documental es un comunista, y que quienquiera que esté en desacuerdo con ellos debe estar a sueldo de Castro. Las injurias y las calumnias son sus herramientas. Para Ana María Simo, el no odiar a Cuba equivale a ser un izquierdista de carnet. Despierten, gente, que ya no estamos en los cincuenta. ¿O sí?

* Traducción de Rialta Staff.


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