Mariela Brito en el performance 'Emergente grupal', presentado el 20 de agosto del 2023 en la sede de El Ciervo Encantado.
Mariela Brito en el performance 'Emergente grupal', presentado el 20 de agosto del 2023 en la sede de El Ciervo Encantado (FOTO Alexander Diego)

Acto único. Segundo movimiento.

Mujer sobre colchón, acostada bocarriba. La luz incide sobre ella mientras sostiene el teléfono móvil en sus manos. Revisa una red social, posiblemente Facebook. El dedo índice se desliza hacia abajo en la pantalla, imagen tras imagen. Se detiene, mira una foto. Sigue. La mirada agotada, vencida. Se detiene. Se inclina hacia delante. Tantea y encuentra una portátil. La abre. Pone algo de música en ella. Busca la galería de imágenes y elije una al azar. Las mira y avanza, una a una. El rostro contiene cualquier indicio de expresividad.

Nunca he escrito sobre Mariela Brito. La admiro, mucho más de lo que he sido capaz de decirle.

Si desde que la conozco le tengo muchísimo cariño y respeto, después de volver a verla en escena creo que es una de las personas más valientes de esta isla. Hay que tener una valentía extrema para mostrarse descarnadamente ante el público de la forma en que ella lo hizo. Hay que ser audaz o estar tan cerca del borde de la vida para arriesgarse a dejar ver tal intimidad.

Este texto no es un obituario, Mariela Brito sigue viva. Confío en ello, incluso cuando mi corazón no aguantó hasta el final del performance, hasta que se retirara el último espectador de la sala.

Este texto ni siquiera es sobre Mariela, al menos no en toda su extensión.

Es para ella.

Es también sobre su performance Emergente grupal, presentado el 20 de agosto del 2023 en la sede de El Ciervo Encantado.

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Ella estaba ahí, en el escenario, sobre un colchón en el suelo. A su alrededor todo lo necesario para resistir: el teléfono móvil, agua, café, papel sanitario, una laptop, unas sábanas, pastillas, toallas húmedas, galletas, un vaso, ron, libros. Al alcance de la mano lo imprescindible para no desesperar. Aunque todo en ella era desesperanza.

Desesperar en la letanía del vocablo. La calma del que des-espera, del que lo ha dado todo por perdido y se entrega a lo que venga. La fragilidad del que está en paz consigo y con el mundo.

El programa del performance anticipa la temática del emergente grupal, citando un fragmento del post La fumarola y el volcán, de la doctora Carolina de la Torre:

El emergente (conducta anómala, llamativa, suicida, ejemplarizante, símbolo, etc.), como ocurre con la enfermedad mental, nos pudiera indicar la existencia de una estructura dinámica que en un momento dado puede generar ese emergente.

El que enferma (no se tome el concepto al pie de la letra sino como metáfora) puede ser interpretado como el portavoz de un proceso que puede expresar la intolerancia a un determinado monto de sufrimiento que no pudo soportar y que lo hace sucumbir y hacerse cargo como chivo emisario del grupo que pasa a representar

La soga que se resquebraja por su lado frágil. El emergente es una representación, una sinécdoque social que se parapeta tras la locura o el dolor. Se abalanza contra el mundo desde su íntima fractura para exponer la desidia, la necesaria revolución de la mente y el cuerpo. Emerge, se revela. Re-velar, despertar de nuevo, hacerse visible, público. Mariela se nos muestra así, completa y libre.

Alrededor, todos expectantes a su metafórica cirugía a corazón abierto. Ella en el centro del escenario y en primeras filas, rodeándola en un círculo, los doctores de turno. En las gradas, los visitantes del patíbulo. No hay una mampara de vidrio que separe a unos de otros, pero la sensación de su presencia traslúcida es palpable. Al final, todos estamos en el salón operatorio, cómplices del desmoronamiento personal. Voyeurs del Principio de Incertidumbre, donde el propio acto de observar modifica el comportamiento del individuo. Mariela está ahí, delante, siendo juzgada por todos los ojos que se posan sobre ella. Es un animalito en el zoológico humano. Está presente para divertir e impactar en la memoria de los curiosos que se acercaron a El Ciervo Encantado. Es la exhibición del artista como hombre cotidiano, azaroso, necesitado. Intervenir o no es un dilema ancestral. Mirarla y esperar el momento exacto para la iluminación del arte, como Kevin Carter tanteando los segundos para captar el ángulo preciso de la niña y el buitre. Intervenir como principio humano para mitigar el dolor, como si eso fuese posible.

Una señora de blanco juzga desde su moralidad que el alcohol y las pastillas son una combinación dañina. Su preocupación es sincera, seguro que nace desde el cariño y la cercanía a Mariela. No dudo de sus buenas intenciones, pero ¿cómo se ayuda a quien necesita evadirse para no romperse? ¿Cómo se puede juzgar sin estar ahí, sin sentir lo que siente, sin saber de la fragilidad?

¿Cómo no volverse pedante y moralista cuando alguien a quien quieres se desmorona ante tus ojos? ¿Cómo sustituir la imposición por un sutil “estoy aquí, no estás sola”? ¿Bastaría solo eso?

No puedo salvarte.

Estás sobre un colchón y a ambos lados se abre el precipicio. Es otra manera de tensar la cuerda, de separarte del suelo. Caminas, aunque permanezcas inmóvil. Avanzas hacia ti misma. Es la introspección y el tiempo lo que definen tu distancia, no el desplazamiento físico por el espacio. Coagulas el movimiento para acentuar el riesgo de la caída. Levantas un pie y lo acercas al vacío para tentar la suerte, para ver si los dioses todavía te acompañan.

Te encomiendas a la virgen de los funámbulos y solo puedo seguirte con la mirada. Levantar la cabeza y mirarte mientras te fragmentas. Es mi única ayuda, hacerte saber que no es en vano. Me da igual que los demás esperen nerviosos su turno para leer el fragmento de texto, que esperen contar y cuantificar su participación. Yo no quiero hacerlo, aunque me arrastrará la inercia. Que ellos vean arder el fuego y no presientan cómo los abrasa, que se sientan como la rana chapoteando en la olla.

Delante de todo estás tú, exponiéndote. Es una descortesía incluso respirar. El aliento debiera contenerse hasta la asfixia. Temer por ti como signo de empatía a la persona, aunque tú no temas por ti misma, aunque vayas segura de que sobrevivirás, que todavía te quedan días y arte por vivir. Delirar y extasiarse con la artista. Como una paráfrasis de Jean Genet: deslumbrar, no enseñar. No dictar cátedra de comportamientos sino resplandecer para llegar, para bañar la sala con el aura del artista. Show must go on.

Me contaron que quienes quedaban salieron sigilosamente cuando dormías, cuando el mundo se apagó después del baile y el llanto. No estuve ahí. No pude. Espero que en sueños todo haya sido mejor.

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