El largometraje documental Llamadas desde Moscú (2023), de Luis Alejandro Yero, excluido del programa oficial en la reciente edición 44 del Festival de Cine de La Habana, fue proyectado, después de todo, este diciembre en la capital cubana. Fue una sesión autónoma, íntima, casi furtiva, organizada en un apartamento de El Vedado por los realizadores independientes Ava y Héctor Almeida, a la cual acudieron unos veinte invitados.
“Yero presentó su película por videollamada [desde México] y, luego de la proyección, tuvimos una sesión de preguntas y respuestas en la cual, entre otras cosas, Yero comentó que lo más relevante para él fue lo que sucedió esa noche: el proyectar la película para público cubano, aunque fuera en un apartamento”, cuenta Ava, cineasta trans cuyo tercer cortometraje se estrena este miércoles en su canal de YouTube. “Todo lo que tenía que decir de la censura lo escribió en su post de Instagram”.
En efecto, el director cubano denunció el 30 de noviembre último la exclusión injustificada de su última película de una cita fílmica donde ya había conquistado el Premio Coral al Mejor corto documental en el año 2018 (Los viejos heraldos). “¿Qué pretextos van a crear ahora ante la ausencia de Llamadas desde Moscú en la programación del Festival de Cine de La Habana?”, se preguntó. “Desde hace un mes estábamos al tanto de que nuestro filme, y varios más, se encontraban a la espera de la última palabra, el último y definitivo dictamen de esos misteriosos y siempre presentes censores. ¿Quiénes son? ¿El Ministerio de Cultura? ¿El Departamento Ideológico del Partido Comunista? ¿La Seguridad del Estado? Nunca se sabe dónde comienza y dónde termina esa terrible serpiente”.
“Sabemos que Llamadas desde Moscú ha sido censurada por algunas frases incómodas que apuntan hacia el colapso y la falta de moralidad de un gobierno que apoya solapadamente la invasión de Putin a Ucrania, que ha llevado a la ruina a un país entero y provocado el mayor éxodo en la historia de Cuba –más de 500 mil personas en año y medio, el equivalente al 5 por ciento de su población–, que tiene a sus jóvenes dispersos por medio mundo y[,] como algunos de los participantes de la película dicen, prefieren estar a menos 20 grados, ilegales y en el país más homofóbico de Europa, antes de regresar a Cuba”, redobló más adelante su denuncia Yero, cuyo filme se estrenó en febrero de este año dentro de la sección Forum de la Berlinale.
La censura de esta obra –junto a la de otro documental, La Habana de Fito, de Juan Pin Vilar– coincidió en las últimas semanas con una campaña oficialista contra una parte sustantiva del movimiento independiente, y diaspórico, del cine cubano actual que ha encontrado cobijo en iniciativas tan dinámicas como el Festival de Cine INSTAR (del 4 al 10 de diciembre), cuya cuarta edición exhibió filmes de la isla y más allá en varias ciudades de Latinoamérica, Europa y Estados Unidos, así como a través de la plataforma online Festhome.
En diálogo con Rialta Noticias, Ava precisa que la idea de esta exhibición independiente se le ocurrió al ver la publicación de Yero y, asimismo, un estado de WhatsApp del propio Héctor Almeida: “Me parecía muy injusto que no representaran a Cuba en el festival”, dice.
“En el caso de Yero sentía mayor impotencia porque se hablaba de una censura; me parecía muy absurdo que censuraran al [coordinador] de la Cátedra de Documental de la escuela de cine [EICTV] más importante (probablemente) de Latinoamérica”, explica, y confiesa: “Su película es hermosa y sentía muy necesario que se mostrara en su país”.
La pieza vindicada en esta suerte de “muestra alterna de cine en el marco del festival” presenta a cuatro jóvenes cubanos que han emigrado a Moscú y, allí, cercados por el invierno y las noticias sobre una guerra imprevisible, arrostran lo mejor que pueden la soledad y el extrañamiento, mientras ensayan nuevas vidas virtuales y perseveran en –o acaso reinventan– sus identidades cuir.
“Es muy importante para mí que en el contexto donde vivo se empiece hablar de cine trans hecho por y para nosotras”, dice finalmente Ava, situada, en este instante, a miles de kilómetros de aquella fría realidad, quizá demasiado cerca del ojo burocrático de la censura artística en Cuba.
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