‘Llamadas desde Moscú’, un filme sobre la emigración cubana en Rusia, se presenta en México

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Fotograma de ‘Llamadas desde Moscú’, del cubano Luis Alejandro Yero. IMAGEN: www.berlinale.de.
Fotograma de ‘Llamadas desde Moscú’, del cubano Luis Alejandro Yero. IMAGEN: www.berlinale.de.

Llamadas desde Moscú, primer largometraje documental del realizador cubano Luis Alejandro Yero, se presentó este domingo, 4 de junio de 2023, en calidad de Estreno Latinoamericano, en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara. El prestigioso evento mexicano, cuya 38a edición comenzó el sábado 3 y se extenderá hasta el próximo viernes 9, incluyó el filme en los programas competitivos Largometraje Iberoamericano Documental y Premio Maguey, este último consagrado a promover y celebrar “lo mejor de la cinematografía LGBTQ+ del mundo”.

Director de aplaudidas películas como El cementerio se alumbra y Los viejos heraldos, Yero ha colocado Llamadas desde Moscú en óptimas plataformas, su estreno internacional tuvo lugar en el Festival Internacional de Berlín, donde integró la sección Forum, que acoge narrativas disidentes de los esquemas más al uso. Participó luego en la segunda edición del MoMA´s Festival of International Nonfiction Film and Media y después de su presentación en Guadalajara, llegará a las pantallas del Festival Internacional de Cine de Pristina, Kosovo, el 9 de junio, donde competirá por el premio a Mejor Documental.

En este nuevo ensayo, Yero vuelve a colocar su mirada en un grupo de individuos desajustados por particulares circunstancias que los tienen sitiados en una suerte de limbo temporal. Eso sucede en Los viejos heraldos al observar a dos ancianos olvidados por la Historia en las montañas donde producen carbón y sucede también en El cementerio se alumbra al registrar a jóvenes y ancianos que no encuentran sentido a sus existencias en un pueblo de atmósfera cuasi distópica. Y eso sucede ahora en Llamadas desde Moscú al retratar a unos jóvenes cuir cubanos –su condición cuir es importante, tanto porque incide en la marginación que experimentan, como porque resulta una vía de resiliencia– suspendidos en el frío Moscú expectantes de una guerra de efectos insospechados.

Yero hace del tiempo una materia dramática esencial. En Llamadas desde Moscú, el estado existencial de las precarias vidas retratadas es metaforizado mediante una suerte de suspensión histórica. Los personajes son sujetos abismados en un abandono existencial que implica la imposibilidad de prefigurar un mañana. Cuando cierra en negro la toma final se presenta la pregunta: ¿qué pasará con estas vidas? Con la interrogante, llega la certeza de que, aunque ceñido el relato a la experiencia particular de estos individuos, la soledad, el trauma y la descolocación producidas por tanta incertidumbre de futuro, constituye una experiencia compartida por toda una colectividad, integrada no sólo por cubanos emigrantes.

El tiempo en Llamadas desde Moscú es estático, subjetivo, como la cámara que observa, a un tiempo distante y partícipe de la monótona y angustiada cotidianidad de los personajes encerrados en el apartamento donde trascurre el metraje. El carácter mismo del registro, la fijeza del plano, la plasticidad de la composición, la alternancia de unos cortes secos que llevan de un sujeto a otro, acentúa la letanía profunda de estos seres, para quienes la ilusión de éxito propia del imaginario de la emigración, fabricado por la precaria vida cubana post-1959, se desmorona progresivamente en el difícil Moscú que ahora habitan.

Yero siempre ha tenido en la fotografía y la puesta en escena sus más sustanciales recursos expresivos. Alejado de las corrientes tradicionales del documental, desecha el exceso de retórica y argumentación para que “la forma”, el armazón que hace de la película un suceso estético singular, acoja las ideas, hable por las personas y sus circunstancias y haga fluir los sentidos.

Son varias las obras que en los últimos años han atendido el fenómeno migratorio cubano. Yero contribuye ahora con la suya a engrosar ese corpus cinematográfico que archiva memorias, conflictos y deseos políticos, históricos, individuales y colectivos, todos orbitando en torno a la emigración cubana posterior a los años 2000, cuando nuevas y viejas generaciones, desentendidas de la ideología revolucionaria, encontraron en el abandono de la isla el único camino de salvación.

La opción cero (Marcel Beltrán), por ejemplo, desde su respectiva particularidad estilística, concomita con el filme de Yero: ambos exponen el costado trágico y doloroso de la emigración y aprehenden sus causas y sus consecuencias menos felices. Desde la inmersión en la descolocación subjetiva provocada por experiencias límites, como atravesar a ciegas varios países para llegar a los Estados Unidos en La opción cero o aterrizar en un país cultural, lingüística y legalmente tan distante como Rusia en Llamadas desde Moscú, cada documental da testimonio de la desesperación de unos cubanos dispuestos a escapar de su país a cualquier precio. En ambos casos, la desesperación por salir del país se desencadena en respuesta a la aridez existencial, precariedad económica y absoluta ausencia de libertades personales, asentadas en la isla por el cuerpo político que la gobierna.

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Estas películas, como también A media voz (Heidi Hassan & Patricia Pérez), además de notables documentos estéticos que dimensionan la aventura específicamente expresiva emprendida hoy por el cine cubano, son contundentes contenedores de la memoria cubana del éxodo de este siglo XXI, un pasaje histórico, social y político sin el cual no podríamos comprender los giros experimentados por el país y el devenir de su futuro.

Luis Alejandro Yero ha explicado que “sin la necesidad de visas, cada año más de 25 mil cubanos aterrizaban como confiados turistas en los aeropuertos de Moscú o San Petersburgo […]. Ninguno [de sus personajes] lograba imaginar que marchaban hacia un país donde la distancia cultural, climática, idiomática y la ausencia de leyes migratorias favorables vuelven la integración en extremo difícil. La cultura profundamente patriarcal y las leyes homofóbicas significan un obstáculo extra para las personas de identidad LGTBIQ. Lo peor ocurría al descubrir que un intrincado blindaje cubre las fronteras europeas. Sin dinero para el retorno, el vértigo del migrar se convertía en un profundo aturdimiento […]”

Dariel Díaz, Daryl Acuña, Eldis Botta, Juan Carlos Calderón, los protagonistas del documental, escapan de la hostilidad insular para zanjar su imposibilidad de futuro y se encuentran varados en un espacio donde tampoco consiguen divisar alguno. En esta cartografía intencional de la emigración rusa dibujada por el director se dice explícitamente bastante poco sobre las condiciones de la emigración. Esas particularidades del destino Rusia aparecen como el fondo del que se recortan los personajes. El interés del director es más bien aprehender el paisaje emotivo en que están sumidos los protagonistas.

La calculada planificación dramática y visual del documental lo coloca casi en terrenos de la ficción, como si de un ejercicio de estilo se tratase. A ciencia cierta, los postulados que animan al director parecen ser los del performance documentary. Y “ficción” aquí refiere pasar por alto el valor del registro en directo, observacional, y apostar por uno más simbólico, consciente de su condición de artificio. La construcción de esas escenas estáticas que miran a los protagonistas en algún lugar entre las paredes del apartamento (el baño, la cama, la cocina, un sofá, en la ventana…), mientras realizan sus rutinas cotidianas (hablar por teléfono, grabar reels para Instagram, teletrabajar, escuchar noticias en internet…) tienen un efecto subyugante al condensar, sin caer jamás en el dramatismo, lo trágico de su historia. Trágica al punto de que algunos valoran regresar a Cuba y ahí es cuando más aprehensible llega a ser la sensación de ruina de sus sueños.

La manera fragmentaria de planos fijos en que se registra el apartamento, que parecieran fisgar la intimidad de los individuos, todos reunidos en un mismo departamento, pero nunca interactúan, es uno de los dispositivos instrumentados para alegorizar la extrema soledad/abandono de estos individuos. Ellos no buscan construir ahí un hogar, no tienen ahí refugio… Están de tránsito hacia no se sabe dónde. Son vidas interrumpidas. El celular es la única vía de contacto con la realidad y el mundo cubano –conversan con familiares, otros amigos emigrados, clientes– y con el afuera de una Rusia que está al borde del conflicto bélico con Ucrania. El apartamento de esos muchachos es otra isla, la Cuba que rebasa sus dictados geopolíticos y comienza a experimentar otras definiciones.

A la plasticidad del diseño visual se junta el trabajo con el cuerpo, dispositivo que resulta un esencial detonante de sentidos. La marcada artificialidad del traje rojo con que se cubre más de un personaje, potencia el abatimiento de sus miradas cuando son captadas. La sofisticación del gesto cuir (cualquiera que este sea) es un mecanismo de resiliencia… El cuerpo importa tanto porque Llamadas desde Moscú es un documental que habla desde él, el cuerpo habla más que los muchachos, unos cuerpos afligidos que se mueven para sentir/experimentar un mínimo de felicidad, pala palear la soledad. El cuerpo es el único hogar que tienen los personajes. Si en algún instante estos coinciden en el elevador, van igualmente solos consigo mismos, no se hablan, no se miran…

Yero alquiló ese apartamento en Moscú, rodeado de una nieve espesa que cerca los edificios como expresión de un encierro todavía mayor, para registrar estos cuerpos fantasmas, que posan con el desvalimiento de toda su orfandad. Esos momentos en que la cámara, siempre fija, registra los edificios donde está encajado el apartamento y resuenan de fondo sonidos industriales/bélicos como alusión a la inminente catástrofe o se reproducen las conversaciones telefónicas del director con los personajes, el azoro crece más. La intemperie, como diría Reinaldo Arenas, es allí también la condición de los cubanos.

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ÁNGEL PÉREZ
Ángel Pérez (Holguín, Cuba, 1991). Crítico y ensayista. Compiló y prologó, en coautoría con Javier L. Mora y Jamila Media Ríos, las antologías Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Casa Vacía, 2017) y Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, 2019). Tiene publicado el libro de ensayos Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Casa Vacía, 2020). En 2019 fue ganador del Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas, en el apartado de Estudios de Arte y Literatura. Textos suyos aparecen en diversas publicaciones de Cuba y el extranjero. Vive en La Habana.

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