El antropólogo francés Marc Augé, uno de los grandes pensadores de la urbe y la sociedad global contemporáneas, murió este lunes 24 de julio a los 87 años en Poitiers, su ciudad natal.
Profesor de etnología y sociología en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París, que dirigió entre 1985 y 1995, Augé se hizo internacionalmente conocido justo en esos años, cuando publicó su libro Non-Lieux. Introduction à une anthropologie de la surmodernité (Le Seuil, 1992).
Allí introdujo la noción de “no lugar” asociada a lo que –en el anverso teórico del posmodernismo– acuñó como la “la situación de sobremodernidad”, definida por “la superabundancia de acontecimientos, la superabundancia espacial y la individualización de las referencias”.
De ahí, entre otras cosas, “la multiplicación de lo que llamaríamos los «no lugares», por oposición al concepto sociológico de lugar, asociado por Mauss y toda una tradición etnológica con el de cultura localizada en el tiempo y en el espacio”, escribió.
“Los no lugares son tanto las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de personas y bienes (vías rápidas, empalmes de rutas, aeropuertos) como los medios de transporte mismos o los grandes centros comerciales, o también los campos de tránsito prolongado donde se estacionan los refugiados del planeta”, definía entonces el pensador francés, antes de llamar la atención sobre una de las grandes antinomias de la sobre/posmodernidad. “Pues vivimos en una época, bajo este aspecto también, paradójica: en el momento mismo en que la unidad del espacio terrestre se vuelve pensable y en el que se refuerzan las grandes redes multinacionales, se amplifica el clamor de los particularismos: de aquellos que quieren quedarse solos en su casa o de aquellos que quieren volver a tener patria, como si el conservadurismo de los unos y el mesianismo de los otros estuviesen condenados a hablar el mismo lenguaje: el de la tierra y el de las raíces”.
Doctor en Letras y Ciencias Humanas, Augé realizó durante años estudios en África, y en uno de sus regresos a Togo dijo haber experimentado, gracias al “placer del reencuentro”, esa felicidad repentina, instantánea de que habló en su libro Las pequeñas alegrías.
En todo caso, el francés –tal como subraya el obituario del diario argentino Clarín— “fue un pionero, un guardia en alerta listo para avisar, por ejemplo, que la vida activa del antropólogo había cambiado a fines del siglo XX. Desafiante –en el país de la antropología estructural de Claude Lévi-Strauss– pidió que el campo de investigación y trabajo comprendiera muy especialmente los desafíos en la ciudad atravesada por tramas sociales, las que entran en conflicto”.
Aun cuando sus propuestas fundamentales, y sus términos exactos, hicieron carrera –también– a escala global, el antropólogo no dejó de observar la vida cotidiana de la gente en la metrópoli contemporánea y de pensar las paradójicas dinámicas del mundo antes y después del último cambio de siglo.
Hace solo unos pocos años advertía en diálogo con El País de España: “Con la tecnología llevamos ya el «no lugar» encima, con nosotros”.
A lo largo de unas cinco décadas, Marc Augé produjo muchos otros volúmenes influyentes, como El genio del paganismo (1982), Un etnólogo en el metro (1986), Por una antropología de los mundos contemporáneos (1994), La guerra de los sueños (1997), El viaje imposible: el turismo y sus imágenes (1997), Las formas del olvido (1998), Diario de guerra. El mundo después del 11 de septiembre (2002), El tiempo en ruinas (2003), ¿Por qué vivimos? (2003), El oficio del antropólogo (2006), Por una antropología de la movilidad (2007), Elogio de la bicicleta (2008), El metro revisitado (2008), Elogio del bistrot (2015), El porvenir de los terrícolas (2017), Entonces, ¿quién es el otro? (2017), o La Condición Humana: Manual de supervivencia para un presente compartido (2021).