Epitafio del fuego

Quién sopla el fuego de los huesos,
quien lo hace chisporrotear
sobre el abismo de cada uno,
destrabando las piedras del alma,
echándolas a rodar
hacia la nada?

Del invierno de Dios

El arca del verano, su memoria,
dónde están, ahora que la nevada,
el granizo serio y rojo descienden
sobre cuanto esperó.
La lámpara
detrás del vidrio es un hocico de tinieblas,
aullando, clamando por la arribada.
Sí, hijo del verano,
todo lo que te aguardaba era el invierno
del año de Dios, el escalofrío
de la estación que rompe los huesos
del alma sin tregua, pues no la hay,
y aún sobre los ojos cerrados caen la nieve y el adiós.

Embates

Ha golpeado la ola el rostro de mi eternidad
mil veces–
amarilla            presagiosa        cierta
entre la razón y el corazón ha golpeado.
Y la nostalgia de la quietud,
del chorro prenatal
ha saltado de mis ojos.
Ah, ola, fuego
de transfiguraciones y ponientes,
chisporroteo de agua por el alma,
duras
como la única verdad del peregrino
ahora que se despide de los Rostros.

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