Luigi Amara
Luigi Amara

Autor de El peatón inmóvil, Los disidentes del universo, La escuela del aburrimiento…, libros todos medio inclasificables, Luigi Amara (Ciudad de México, 1971) practica hoy una de las escrituras más exactas de Hispanoamérica. Y no sólo lo digo por esas digresiones infinitas donde una cosa se va acoplando a la otra, sino por el tupé, por el hecho único de entender la peluca más que como objeto (al estilo comadrona), como arte, como pieza donde se mezcla realidad, esquizoanálisis y delirio. Quiero decir: literatura.

Carlos A. Aguilera: ¿Cómo surgió Historia descabellada de la peluca?

Luigi Amara: Siempre me ha intrigado la relación que establecemos con nuestra pilosidad, los esfuerzos a veces desesperados por poner nuestra pelambre del lado de la belleza o de la autoafirmación: depilaciones, peinados escultóricos, rasuradas al ras. La falta total de pelo o su abundancia nos pueden acercar al monstruo…

Durante una fiesta de pelucas que organizamos en México D. F. hará unos quince años me di cuenta de que la peluca concentraba de una manera fascinante todo lo que me interesaba sobre ese tema, en particular sobre la posibilidad de autotransformarse a base de pura fantasía capilar. Por aquel entonces leía mucho a y sobre Andy Warhol. De modo que el libro comenzó cuando, en la cruda de aquella fiesta empelucada, me pregunté sobre el significado de la peluca platinada de Warhol y la relación con su obra.

¿Pueden entenderse todos los simulacros del mundo “post” (de Agassi a Orlan) como una extensión del universo-peluca? ¿En qué momento empieza a leerse el peluquín como otra cosa?

En el libro entiendo la peluca como uno de los orígenes del simulacro y la autotransformación. Evidentemente es un énfasis, porque no menos decisivos habrán sido la máscara o el tatuaje. La idea es que, en contra de la aceptación del cuerpo como un dato inalterable, como un ready-made sin alternativas, el ser humano comenzó a explorar la plasticidad de su propio despliegue físico, a jugar con las variables de cómo se presenta ante los demás, de cómo se automodela de cara a las circunstancias, tanto en el orden sexual como el bélico y el ritual. Una vez que la identidad pudo modificarse con un postizo prehistórico, la puerta estaba abierta para las cirugías y los implantes contemporáneos. Desde luego, considero que los avatares virtuales y las selfies son derivaciones sofisticadas de la peluca originaria.

En México las pelucas del escritor Salvador Novo son paradigmáticas… ¿era el mundo del grupo Los Contemporáneos un mundo postizo? ¿La literatura mexicana actual sería más una peluca siglo XVIII o un “coso” a lo Warhol?

Siempre hay algo de afectación y pose en la conformación de una identidad literaria, cosa que los dandis han llevado hasta sus últimas consecuencias concentrándose en su propia persona y desestimando la creación de una obra. En el caso más puro del dandi, ellos mismos son su obra. Novo es un personaje fascinante y complejo porque tenía facetas de dandi y de loca, pero también de burócrata y de lamesuelas del poder, facetas que se correspondían con distintos modelos de peluca.

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La literatura mexicana contemporánea está muy lejos de Novo y también de la escobeta platinada de Warhol, y ni se diga de las grandes moles dieciochescas: obsesionada por el estilo “natural” y la legibilidad, inclinada en lo general hacia el realismo y la falta de experimentación, horrorizada ante la práctica del remix y del plagio creativo, me temo que la literatura mexicana contemporánea gasta un tupé de calvo acomplejado muy poco favorecedor.

A pesar de que a mitad del siglo pasado aún eran frecuentes los postizos, con el tiempo han dejado de ser populares. ¿Qué cambió en el camino?

No considero que la peluca esté en declive en la actualidad; simplemente no está en la superficie, no reparamos tanto en ella, quizás porque se ha devaluado su estatura de símbolo. En el mundo de la farándula el postizo está más presente que nunca, por no hablar del auge que ha vivido la industria con los tratamientos de quimioterapia. En México D. F. se venden pelucas de fantasía incluso en los semáforos… Lo que observo más bien es una tendencia a celebrar únicamente la cualidad festiva de la peluca; en un mundo de artículos desechables y de papeles sociales desechables, la peluca es un juguete del yo magnífico.

Si tuvieras que usar una peluca, ¿cómo sería?

A lo largo de la escritura del libro y, una vez que se publicó, en algunas presentaciones, me he puesto peluca. Como he llevado el pelo más bien despeinado toda la vida, me gusta un modelo relamido como de oficinista resignado y obsecuente; creo que es una forma de conectarme con mi Dr. Jekyll. Para las fiestas, para la dislocación enloquecida y pasajera de la identidad, me sienta bien un modelo a medio camino entre Mozart y Casanova. Es increíble lo liberador que puede llegar a ser el acartonamiento.

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