De la serie ‘Un verano en Rumanía’, Damaris Betancourt, 1994

De Damaris Betancourt (La Habana, 1970) conocía sus series cubanas, por así decir. Esas fotos donde se ve gente de varios barrios de La Habana (La Timba, El Fanguito, etc.) a principios del Período Especial, en posiciones que iban desde el aburrimiento hasta la ironía (la ironía de despertar curiosidad por vivir precisamente en barrios insalubres, supongo), y su magnífico recorrido por Mazorra, el único archivo visual contemporáneo que conozco con más de cien imágenes sobre la funesta institución psiquiátrica cubana. Institución que entre otras cosas ha servido para torturar presos políticos y “desaparecer” opositores en los últimos sesenta y un años, como con justicia denunció en su momento el libro de Lago y Brown The Politics of Psychiatry in Revolutionary Cuba (1992).

Pero nunca había reparado en sus otras series, las que ha hecho desde que salió de Cuba en 1993 o, incluso, algunas como Estribillos de heliconias, conjunto que puede leerse como un poema en sí, una reflexión sobre las varias posibilidades que aún ofrece la tradición, la manipulación y la imagen.

Un verano en Rumanía (1994) forma parte precisamente de esos trabajos hechos por el ojo-Damaris fuera de la isla. Ojo que se ha movido por África o Europa investigando las conexiones entre sus zonas de crecimiento urbanístico y/o político, como en Bonjour Dakar (2002-06), por ejemplo, y que aquí, más bien, se mueve de manera etnográfica, anotando situaciones particulares del paisaje, los cuerpos, los animales, las ropas, los bares, como si de un viaje a un set de película se tratase.

Carlos A. Aguilera

En 1994 fuiste a Rumanía e hiciste una serie que a mí –por su construcción, su textura, su atmósfera– me recuerda la fotografía de algunas películas de Europa del Este en los años sesenta y setenta. ¿Por qué Rumanía?

Fui como voluntaria con un grupo de amigos y conocidos para llevar material médico hasta un hospital ortopédico de Eforie Sud. Viajar a un país de Europa del Este era algo excitante, así que como no podía ser de otra manera, llevé mi cámara, pero el motivo de este viaje fue ayudar con el transporte y compartir con los rumanos que nos esperaban allí. La mayoría de ellos eran personas con discapacidad, muchos por causa de la poliomielitis. Viajamos durante una semana desde Suiza, pasando por Austria y Hungría. Atravesamos Rumanía desde Timișoara hasta llegar al Mar Negro, todo esto por carretera. Y permanecimos allí unas dos semanas.

A diferencia de otras series tuyas (Gente que no conocí (1990) o Sombras de hormigón (2012), por ejemplo), en Un verano en Rumanía la luz es opaca, granulada, como si estuviera siempre detrás de un banco de nubes. ¿Cómo es tu relación con la luz-imagen; la escoges según el momento o de antemano sabes lo que quieres lograr a todos los niveles en cada serie?

Empecé a fotografiar en Cuba donde la luz es muy “contundente”. Fotografiar en aquellas casuchas de barrios marginales de La Habana, que apenas tenían una bombilla o una ventana, fue duro, y no sólo por las cosas que vi y escuché, sino también por la dificultad de tener que fotografiar en condiciones de luz tan precarias si quería, como me había propuesto, intervenir lo menos posible en lo que estaba documentando. Aprendí que la composición fotográfica es un dibujo a luces, y entonces observar y elegir el tipo de luz fue haciéndose cada vez más importante. Hoy fotografío preferentemente a horas determinadas para intentar una cierta uniformidad en la atmósfera de mis fotos. Cuando trabajo en un tema por largo tiempo, por ejemplo, es importante para mí mantener cierta consonancia, y la luz puede ser un formidable elemento nivelador. Pero ese sería el escenario ideal. Para mí lo primero es el documento, y no hay mejor luz que la que en ese momento existe.

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¿Trabajas siempre con la misma cámara o cambias según épocas y marcas? ¿Cuál usaste para Un verano…?

Empecé a fotografiar con una Pentax muy vieja de “tercera o cuarta mano” y un lente de 28 mm que pude comprarle a un pintor en Cuba. Ya para Rumanía mi situación estaba algo mejor y tenía una Nikon F3 y dos lentes, un 28 mm y un 35 mm. A la llegada de la era digital a la fotografía me resistí bastante a abandonar lo análogo, pero al final la realidad se impuso. Así que después de probar algunas cámaras me decidí por una Canon EOS 5D, muy buen aparato que aún conservo. Desde hace algunos años trabajo con una Pentax 645Z de formato medio, que es fantástica y también muy eficaz para los trabajos de arquitectura. Nunca uso lentes zoom, y con los años mi ángulo de visión predilecto se ha ido compactando. Cada vez es más usual trabajar con lentes de 50 mm, alguna que otra vez con 35 mm. Es importante sentirme en sincronía con los aparatos que estoy usando. Por eso uso la misma cámara y los mismos lentes tanto como sea posible, para sentir la cámara como una mera prolongación de mis ojos. Todavía conservo una Nikon FM2, porque es una cámara “guerrillera” que funciona en su totalidad sin batería. Ya sabes que los cubanos tenemos el trauma del apagón.

1994 SCAN Rumania 0011 f2 | Rialta
De la serie ‘Un verano en Rumanía’, Damaris Betancourt, 1994

La Rumanía de aquellos años estaba muy cerca del imaginario socialista (aún lo está). Pensando que tú habías abandonado la isla hacía poco, ¿qué fue lo que más se conectó al hábitat Cuba que tú traías; qué fue lo que más te interesó de las ciudades que recorriste?

Rumanía fue una experiencia impactante. Nunca antes había estado en un país comunista excepto Cuba. Rememoraba aquellas revistas de gran formato y papel lustre provenientes de los países socialistas que vendían en los quioscos en Cuba –todas ellas catálogos propagandísticos–. Y esas grandilocuentes portadas a color no tenían nada que ver con el ambiente tan deprimente que encontré entrando por las calles de Timișoara. Los rostros de la gente, el aspecto de un país casi feudal, la frugalidad de sus comidas, los niños callejeros, aquel gris que lo apagaba todo aun siendo verano, y el desánimo pese a que Timișoara había sido la cuna de lo que después resultó ser la Revolución rumana de 1989. Por primera vez pensé que había tenido mucha suerte de haber nacido en Cuba.

Los rumanos tienen fama de “mal carácter”, cosa que Eliade y Cioran aprovechan siempre en algunos de sus libros para recordárnoslo. ¿Cómo los convenciste para fotografiar sus casas, edificios, policlínicos, etc.?

Como ya conté, iba con un grupo de personas que habían ido a ayudar y tenían conexiones con rumanos. Así que eso ayudó. Hubo visitas y encuentros organizados por los activistas que colaboraron. Todo estaba bastante planificado por la parte suiza, aunque por la parte rumana tuvimos que chocar con los nuevos funcionarios, que eran tan corruptos como aquellos de tiempos de Ceaușescu. Más que mal carácter, lo que percibí de ellos fue una especie de amargura, de despecho que pude entender muy bien. Pero por lo general la gente abrió las puertas, y, mientras tanto, uno se cuela…

¿Hubo algún referente previo que te hiciera “entrar” a esos rostros, esos interiores y esas poses de alguna manera? ¿Qué antecedentes señalarías para esta serie y para tu obra en general?

Se aprende fotografía mirando fotografía. Me decidí a aprender fotografía viendo una exposición de Werner Bischof, luego descubrí a Robert Frank, a Josef Koudelka, a Cartier-Bresson… Walker Evans fue desde muy temprano una gran inspiración. Para entonces, yo tenía una pequeña selección de veinticuatro libros de Photo-Poche, aquella colección de libros de bolsillo editada por el Centro Nacional de la Fotografía en París. Tenía al menos una noción del trabajo de muchos fotógrafos importantes, desde Bruce Davidson, Sebastião Salgado hasta Ródchenko; desde Helmut Newton, Lee Friedlander, William Klein hasta Nadar… Ese gran acervo de imágenes influye en uno indudablemente. Por otro lado, confío en la intuición, en esa emoción a primera vista, en la impresión que me causa lo que veo, en la inquietud que provoca lo que tengo ante mis ojos. El desafío de captar un instante y detenerlo indefinidamente en el tiempo.

¿Crees que existe una fotografía trasnacional en el mundo contemporáneo? Si tuvieras que definirte, ¿cómo lo harías?

Existe la fotografía, y el ánimo, la necesidad y el desafío de documentar, reflexionar, enfrascarse, dilucidar sobre un tema. Hacerlo notar, recalcarlo, enfocarlo. Puede que esto sea un rasgo de carácter, pero me opongo rotunda e incondicionalmente a las clasificaciones. No hay nada más simplón que los estereotipos. No creo que por haber nacido en un lugar se sobreentienda que vea las cosas o sienta de una manera determinada, o que mi campo visual se limite a un radio preestablecido. Creo que soy alguien con inquietudes que van desde lo personal hasta lo distante, y que mi manera de abordarlas y de hurgar en ellas es por medio de lo visual.

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