Carlos Melián exhibirá ‘El rodeo’ en el Festival de Cine de La Habana

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Fotograma de ‘El rodeo’, Carlos Melián, dir., 2020

En 2020 tuvo lugar la realización del cortometraje El rodeo, con dirección de Carlos Melián y guion del mismo director y Juan Carlos Calahorra. Esta película cuenta entre las producciones cubanas seleccionadas para la competencia de la edición 42 del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, que tendrá su segunda entrega en marzo del año en curso.

Carlos Melián consiguió con El rodeo una obra que roza prácticamente la excepcionalidad, no sólo por su inspirado trabajo estilístico, sino, sobre todo, por el complejo mundo dramático que patenta su escritura. El guion, apoyado en un plano expresivo resuelto en una orgánica conjunción de naturalismo descriptivo y lirismo especulativo, es capaz de trasuntar esos universos cotidianos en que se funden (al punto del enrarecimiento) personajes extraordinarios desasidos de la realidad e imaginarios religiosos propios de las culturas que no han conocido todavía la modernidad.

Donde mejor se aprecia ese ilustre trabajo emprendido por los guionistas de El rodeo es en el amplio y vasto espacio de subjetividad estética que se permiten a la hora de explorar/representar, casi etnográficamente, la realidad referida en la anécdota. El rodeo funda un mundo autosuficiente, un universo alucinante y fantasmagórico de seres perdidos en sí mismos, que oblicuamente alude al presente cubano.

La mirada del guion sobre la precariedad existencial del hábitat retratado (un entorno rural perdido a su suerte), su enrarecida mirada estética sobre un grupo de personas y sus prácticas religiosas sincréticas dibuja un cosmos de traumas y flagelos que envuelve a una zona bastante extendida de la subjetividad colectiva de la isla. El filme reflexiona sobre los destinos frustrados, la fragmentación de los sujetos y la pérdida de sus identidades.

El filme toma lugar en un islote al interior de una represa, un espacio que parece levitar asolado y desarraigado del resto del mundo. Allí reside una familia que decidió quedarse después de que la altura del lugar salvaguardara su vivienda a diferencia del resto del pueblo, que desapareció como consecuencia de la construcción del embalse. El argumento arranca en plena madrugada, cuando un grupo de personajes conversa en torno a un fogón de leña o algo semejante. En cierto instante, llegan unos músicos que interrumpen el diálogo y sabremos entonces que ahí se celebra un changüí.

Desde esos primeros minutos, se apodera de la atmósfera del filme una tensión desconcertante. Mientras conversan, aparentemente con naturalidad, los personajes dejan ver en sus comportamientos, en sus rostros y sus comentarios cierto ensimismamiento. Abrazados por la noche rural, todos emanan una sensación de extrañeza. Se siembra desde entonces un enigma en el ambiente –el cual atormenta los cuerpos y las mentes de los personajes– que según se va develando a lo largo del metraje conduce a la película hacia su resolución y que, además, permite acentuar la condición otra instalada en este lugar.

Las diversas escenas que componen la trama de El rodeo son capítulos consagrados a perfilar la situación existencial y emotiva en que viven los individuos residentes en el lugar y van desbrozando gradualmente la situación opresiva en que se encuentra esta familia. La puesta en escena enfatiza, una y otra vez, el contraste entre el tiempo festivo y el aturdimiento en que se encuentran todas las personas, aun cuando bailan y celebran. Justamente una de las claves del guion está en el preciso manejo de la expectación y el gradual crecimiento de conflicto. Según avanza el metraje, el ambiente se vuelve más enrarecido e inquietante, y se va acumulando información sobre este hábitat y su gente, pero no será hasta los últimos minutos que la resolución final dote de sentido al conjunto de la narración.

El ensamblaje entre edición y fotografía es también un recurso esencial en la recreación de ese entorno, con determinantes aportaciones a la construcción dramática. El montaje fragmentado entre primeros planos y planos generales de imágenes fijas y dinámicas registra la belleza fantasmagórica del paisaje y el valor icónico de los rostros y los objetos del ambiente; expresa toda la desazón que somete a los personajes en medio de su aparente cotidianidad. Luego, la fotografía transita de un criterio casi documental a composiciones de una belleza plástica, de un desaliño intencional a una corrección en el diseño del plano que lo mismo extrae la rudeza física del lugar, que coloca la incertidumbre de los personajes en el plano de la visualidad.

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Ya entrado el día, se presenta en el lugar una mujer de mediana edad, Ramira. Todos la esperaban, y aun así, a ninguno deja de causarle una incómoda sensación, de provocarle una extraña indisposición… Ramira hace su entrada al islote en una especie de canoa y lleva en su mano una jaula cubierta con una sábana. Ramira es una suerte de heraldo o Caronte que porta consigo la muerte. Ella ha venido a cumplir los deseos de Niña y José. Ellos dos, la cabeza de la familia, han decidido morir, partir del mundo de los vivos, y esta mujer tiene el don –proveniente de alguna religión popular sincrética– para cumplir sus designios.

Llegado este punto, la fiesta que parece ser El rodeo se torna un ritual que, al mismo tiempo, resulta ser una celebración y una despedida. Una celebración porque la muerte viene a redimir a estos personajes de una vida intolerable, porque se convertirá en su pasaje a la felicidad, porque los librará de un dolor que ya no pueden soportar. La fiesta es entonces un ritual que transforma la muerte en una experiencia de carácter colectivo, donde unos ayudan a los otros en su tránsito a la otra vida. El rodeo invierte la postura ante la muerte, la convierte en una experiencia de sanación. Niña y José buscan recuperar la felicidad que le ha sido arrebatada durante años. Hacia el final del metraje, antes de tirar los cadáveres al agua, un personaje comenta que los llevan “en vuelta del parquecito donde se conocieron”.

¿Por qué Niña y José deciden morir? En plena vejez, Niña y José no encuentran asideros en este mundo, sienten que han fracasado sus vidas. Sus sueños se han visto imposibilitados y frustrados por motivos y razones externas a ellos. Hay un personaje que, mientras se baña en la represa junto a otros dos, comenta a uno de estos que “el rodeo” que tanto soñó José hacer en el antiguo pueblo no se lo permitieron; dice: “por eso José está así, no se lo dejaron hacer nunca”. José vive perdido y por eso ha decidido enmudecer. Tanto él como su compañera experimentan el dolor de ver arruinadas todas las cosas por las que lucharon, experimentan la pena de ver devastados sus sueños, de no poder estar con todos los suyos. Ernestico, su hijo, se fue de su lado, emigró en busca de una mejor vida. Constantemente Niña habla de Ernestico, quien, siendo un personaje referido, hace sentir sobre esta familia el peso angustioso de la emigración y, a la vez, la necesidad de la fuga de un mundo que ha sido abandonado por la Historia, que se encuentra tan desbastado por el agua como las casas que fueron sepultadas por ella en el momento de la construcción de la represa.

En el cuadro dramático de El rodeo llama la atención la alusión a la vida campesina, una entidad que se representa castrada, venida a menos, abandonada a su suerte, condenada a una condición periférica. Acodado en una precisa y elocuente dirección de arte, el entorno costumbrista que consuma la realización rescata los raigales vínculos sincréticos de estos territorios rurales para fijar una defensa de sus valores, sensibilidades e imaginarios. Y aquí destaca la inventiva de los creadores a la hora de entrar en ese singular intríngulis vivencial para levantar una vigorosa creación audiovisual, la cual simula códigos de lo fantástico, o mejor, de lo real maravilloso carpenteriano. Aun así, la voluntad alusiva del filme se hace patente siempre, como sucede con la inserción del grupo de cultores evangélicos que, desde el otro lado de la represa y con altavoces, acomete una prédica en rechazo a los rituales “paganos” que están teniendo lugar en el islote. Esa tirantez entre unos creyentes y otros no sólo contribuye a la puntuación dramática de una narración mayormente de atmósfera, sino que condensa un cuadro de creencias que rige los espacios cotidianos de las familias cubanas, y que la película aprovecha para la erección de su plasma enunciativo.

En los personajes de El rodeo se representan además diferentes generaciones de cubanos, en este caso, pertenecientes a espacios rurales, una condición que se perfila intencionalmente en el filme. Estos grupos generacionales enfrentan “la situación” con actitudes desemejantes. Desde el momento en que Ramira hace su entrada en el lugar, destaca en especial el personaje de una muchacha que tiene una particular conexión con ella, pues la joven parece portar su mismo don. En los instantes previos a la aparición de Ramira, esta muchacha había tenido una escena: en medio de la fiesta nocturna, se va con un supuesto enamorado a la cima de un árbol, donde se ponen a escuchar música electrónica y a mirar el celular mientras hablan. La conversación que mantienen y su reacción ante “la situación” hacen pensar en un rechazo de su parte frente a la intromisión devaluadora de los productos de su entorno cultural. Ella defiende sus creencias religiosas frente al muchacho. Esto, junto a la condición de heredera del don de Ramira, la convierten en portadora de la tradición, en una posible vía para la recuperación de la identidad de ese mundo que se desmorona.

El propio islote donde se emplaza El rodeo y la gente que lo ocupa bien pudieran tomarse como una metáfora de Cuba y los cubanos, esos mismos que han quedado suspendidos en una isla que no parece satisfacer sus expectativas. Suspendidos en la búsqueda de una felicidad o una realización personal que parece no llegar nunca. Una realización personal sacrificada siempre, pospuesta, en nombre de un propósito mayor que –como la represa en el caso de Niña y José– acabó por comprimir la existencia de los individuos y por dislocar las familias hasta frustrar las expectativas de vida de la gente. Ahora, los miembros de las familias viven separados unos de otros, hundidos entre la esperanza de la salvación (Ernestico abandonó el lugar en busca de una vida más prospera) y la oscura conciencia del fracaso (Niña y José decidieron morir).

Es en este sentido que El rodeo se muestra comprometido con los sujetos y lugares hacia los que mira. La experiencia de la religiosidad popular y la cultura rural –llevadas aquí casi a la condición de una abstracción– son entidades marginales reprimidas que la película reivindica desde una autosuficiencia fílmica sorprendente.

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