Margarita Mateo Palmer (FOTO Civitella Rainieri)
Margarita Mateo Palmer (FOTO Civitella Rainieri)

Son exactamente las once de la mañana de un día 8 de diciembre del Señor y 2023. Estoy en las afueras de La Habana y de espaldas al mar, con el Caribe filtrándose casi a los pies de mi ventana en el roquedal y la sucia arena de la playa. Mientras lavo tres cargas de ropa escribo en mi vieja laptop: “necesito incorporar un misterio para devolver un secreto, o sea, una claridad que pueda compartir”.

En mi cabeza, buena parte de la oración anterior ha sucedido. Pongamos que se trata de una doble incorporación: el Maestro y Margarita, o sea: José Lezama Lima y Margarita Mateo Palmer.

Como dos viejos pánicos, dos libros se instauraron en mi devenir. Paradiso era la novela a la que no conseguía meterle el diente y más de una vez aborté. Ella escribía poscrítica era el libro que no conseguían aprehender del todo.

La lectura es una variante del desplazamiento. Volar es desplazarse y caer también es volar. No hay nada tan simbólico como caer con estilo y más de una vez he caído. Entonces, caer es transformarse.

Lo que sucede conviene y ha sucedido en el 2023: el año en que conseguí no extraviarme demasiado en esa enorme parábola contenida en la novela de Lezama. Tal como dice este José y más de una vez he dicho: “para no perderse en la curva hay que dibujar el arco”. También es el año en que debía leer el libro de Maggie como Dios y el diablo mandan.

Luego de varias caídas, gradualmente he asimilado a Lezama. Además he visto que él ya se había filtrado en la cabeza de Margarita. Al menos en el libro Ella escribía poscrítica, Lezama no es el misterio que la acompaña, sino una certeza.

Como un gran tiburón blanco, en Ella escribía poscrítica el gordo asmático a ratos asoma el morro y la aleta dorsal. Armoniza o chirría en una oración, pega sus dentelladas, es a un mismo tiempo tradición y traición, mientras la prosa de Maggie pasa pausada o de prisa, o cuando la autora elige nombrar, describir, valorar, narrar y citar de forma directa o de contrabando. Visto así, digo, parafraseando a Lezama: he incorporado un misterio y ahora intentaré devolver el secreto o una claridad que pueda compartir.

No hay manera de continuar con las revelaciones si no digo que la novela Ella escribía poscrítica es un libro de ensayo que, desde la no ficción, habla de arte, literatura y política mientras brinda un testimonio. Y lo podemos constatar en las primeras cincuenta cuartillas. Luego persiste en el delirio, la contención, incluso el paroxismo, la calma y la pericia, que son las maneras típicas del zapador, el cirujano y el serial killer, es decir, del ensayista y crítico literario, o del escritor, así, a secas.

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Este libro, que contiene el alba y la tarde, apagones, falta de comida, calor, ausencia de transporte, más la agonía y la incertidumbre en la severa crisis de los noventa, va tras las marcas más o menos visibles, o más o menos concretas, del posmodernismo en la literatura cubana. Mi cita velada a Borges se propone revelar la participación profunda que también tiene en el libro el ciego que todo lo ve, como si Margarita y Jorge Luis se trenzaran en un diálogo, y aquí de paso echo mano de una expresión a lo Cortázar, porque Julio circula a largos trancos, sonriente, detrás del ciego y el asmático, como si con él trascurriera el color y el olor del verano.

José, Jorge y Julio. Los tres Juanes de Maggie. En Ella escribía poscrítica la autora se ha revelado ante mí no en modo virgen, sino “ensayista mariana”.

Hay una operación muy singular en este libro: es en sí mismo un ejemplo de la materia investigada. A la par que la autora devela las claves internas y externas del posmodernismo, con autores y libros a manera de ejemplos, precisando el marco temporal en que lo investigado comienza a dejar algunas marcas hasta hacerse del todo evidente, va desplegando un dispositivo que analiza, narra, testimonia, y pone en negro sobre blanco y con matices la vida de la propia autora, habla de Cuba, y comenta la obra de escritores ya consagrados más la de otros que, en aquel atroz período de crisis, buena parte de la misma se mantenía inédita.

A la par que todo lo anterior acontece, al lector se le narra la construcción del proceso de asociación y creación del libro. Tal parece que marchan a la par la escritura de Ella escribía poscrítica y su lectura por parte de los lectores. Pareciera que a ambas también las asiste la levedad, la ironía y cierto humor en el análisis del complejo tejido sociocultural y sus vectores políticos que contiene lo investigado. Se instaura así una doble performance creativa: la del lector y la del escritor.

Dice Lezama en Paradiso: “el denso crepúsculo descendía a las azoteas, donde por los hierros colados y los piñones salvajes parecía herirse su fantasma hinchado de mazapanes toledanos”. A Lezama hay que tomárselo seriamente en clave de jodedera, eso me digo, y además me digo: hay que seguirle la corriente y quitarle lo que tanto él como yo consideramos necesario fuego de artificio. Que es bello, que maravilla, y que divierte como todo fuego de artificio.

Entonces, en la operación de substracción solo dejo el denso crepúsculo que desciende sobre las azoteas de La Habana. Ese crepúsculo es uno y muchos. En la novela testimonial y ensayística de Maggie cae con todo el peso de la realidad y su contrario sobre el tejido social, sobre la cultura, sobre el alma de la nación si es que esa figura retórica en verdad habla de algo concreto.

En las primeras cincuenta cuartillas “el denso crepúsculo y su efecto” está implícito, por ejemplo, en esta cita de Mempo Giardinelli utilizada como exergo y es una suerte de vector que atraviesa todo el libro: “¿Por qué no pensar entonces […] que acaso la posmodernidad sea el grito de rebelión posible de este fin de milenio? ¿Y por qué no pensar, también, que como todo grito, lo es a la vez de impotencia y de dolor y es pedido de auxilio, anhelo de redención?”

Giardinelli me lleva a recordar el grito político de Cortázar en su “Policrítica a la hora de los chacales”. Pero me desvío. Aunque debo consignar que el título se presta para dejarlo estampado en un muro a la vera del camino.

El crepúsculo y su efecto está en la confirmación del verdadero lugar que ocupa El Caribe en la geopolítica según palabras de la autora: “marginal dentro de la marginalidad periférica en el borde mismo de la periferia, o, por así decirlo, una de las últimas fronteras de un mundo subalterno”. Maggie nos lo espeta en uno de los momentos en que las fronteras entre no ficción y crítica se diluyen. Hablo de las piezas agrupadas bajo el título “Ella escribía poscrítica”, que se alzan cual palmeras salvajes u otras vueltas de tuerca.

En las piezas “Ella escribía poscrítica”, mientras ejerce el magisterio y la investigación la narradora o testimoniante entrevera demandantes tareas hogareñas (o al revés, da igual), y se repite bajo la forma de la agonía obligada por la crisis nacional, pero se repite desde la diferencia, de lo contrario yo no estaría escribiendo este texto.

Hay una ley en el dominó que reza: el que repite gana. Si así es en el dominó, y en el dominó hay implícito creación y vida, entonces debemos ser dóciles y dejarnos guiar. Hay que doblarse con tal de no partirse.

Por último y no menos importante: el crepúsculo y su efecto aparecen en los temas escogidos por los novísimos, aquellos narradores nacidos entre 1959 y 1972, según “los criterios de periodización manejados por Salvador Redonet”, en ese momento para clasificar al grupo de los entonces jóvenes narradores analizados por Maggie (entre ellos: Rolando Sánchez Mejías, Rogelio Saunders, Ronaldo Menéndez), de los cuales la autora consigna: “Hay en ellos una constatación, desde una edad muy temprana, de la distancia que existe entre la historia oficial ―aquella que se divulga, por ejemplo, a través de la prensa― y la historia real que viven cotidianamente en las calles. La rupturas que estas ocasionan en el plano ético ―mas no solo en este― contribuyen a la fragmentación del sujeto; una fragmentación que en Estados Unidos, en Chile o Brasil responde a otras causas, pero que en Cuba aparece íntimamente vinculada con la incorporación de diferentes formas y el uso de múltiples máscaras que se superponen a la vida cotidiana. Esta problemática, reflejada de diversas maneras en la literatura cubana más reciente, coincide, en buena medida con alguna de las inquietudes que ha puesto en circulación el discurso posmoderno, y con lo que se ha denominado el fracaso de los Grandes Relatos de la modernidad.”

Si mal no recuerdo, a propósito de la escritura de un texto de ficción, Chéjov hablaba de la obligatoria relación entre un arma de fuego y el disparo. Tal cual Chéjov recomendaba hacer, cuando Maggie ejecuta la disección de un evento, autor o libro, más adelante en su ensayo encontraremos la consecuencia de cuanto en un inicio trajo a colación.

Pongamos como ejemplo los grafitis alejados de la mirada del caminante en el monumento a José Miguel Gómez en la Avenida de los Presidentes. Son los grafitis “la nueva orientación hacia el peculiar posmodernismo cubano, ese que no parece prescindir de la historia”. A los grafitis le dedica un largo análisis, que luego se conecta con el texto dedicado a la novela Cañón de retrocarga, de Alejandro Álvarez Bernal, también con el cuento “Diez mil años”, de Rolando Sánchez Mejías, donde el protagonista, ya con su pareja para matar la jugada en la habitación de una posada, tras ver unos grafitis piensa en la posibilidad de “urdirse un cuento con esos motivos”. Otra conexión se establece con Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante, en donde “Bustrófedon dijo bien claro esa y otras veces que la única literatura posible estaba escrita en los muros”. A lo anterior agrego: hay en Paradiso un muro donde José Cemí, tiza en mano, garabatea sobre un estuco casi sepia y desconchado.

Pongamos como ejemplo la extraña y maravillosa transformación de una mujer en manatí acontecida en Paradiso, y la aparición de la mujer-manatí en Tres tristes tigres. Ya sabemos de qué es capaz Lezama. De Cabrera Infante digamos que lo perpetra en clave de burla, carnavalización, “choteo insular para delinear los rasgos de un personaje que, sin embargo, alcanzan una inusual hondura y esplendor”, nos dice la autora.

Puestos todavía en las conexiones, en ese afán propio también del relato, de signos y significantes, a propósito de la muerte de Carpentier y Cortázar, de la pertenencia o no a una cultura y a una geografía, y “la recurrente polémica del nacionalismo estrecho versus lo universal pervertido”, Maggie apuntaba que un “monstruo sigue acechando a los escritores incluso después de su muerte”. Y no solo a los escritores, digo yo y pongo el punto y seguido. Margarita en los noventa y en su libro nos dijo: “Ahora en la posmodernidad se rechazan las formas autoritarias y excluyentes de identidad nacional, que privilegiaron algunas expresiones como única forma de representar la nación”.

Llegados a este punto del siglo y milenio en nuestro Caribe particular, “marginal dentro de la marginalidad periférica”, ¿dónde nos encontramos? ¿Dónde se encuentra Cuba?

“Necesito incorporar un misterio para devolver un secreto, o sea, una claridad que pueda compartir” termina diciendo el coronel José Eugenio Cemí en un intenso monólogo. En realidad se trata de una conversación entre él y la Vieja Mela a propósito del separatismo. Encolerizada, la mujer se levanta de la mesa y se encierra en su habitación. Esta mujer escondía armas para la insurrección. Lezama, haciendo gala de lo lezamiano, termina la escena y el breve parlamento de la señora con una acotación en la que hay una frase a la altura profunda de un haikú: “en el ojo maduro de la perdiz bailaba una espina”.

Creo que con Lezama accederíamos a todas las respuestas, solo deberíamos ser capaces de formularnos las verdaderas preguntas y saber de antemano que, con muy alta probabilidad, estaríamos ante un kōan. Y Margarita sí calcula al Maestro. Ella no te diría cree, Maggie te diría lee si es que te apetece.

“Apaga el tabaco”, mentalmente me digo tal como le pedía El Abejorro a Surligneur-2 en una de las piezas agrupadas en “Ella escribía poscrítica”. Y a seguidas tecleo otra cita de la autora: “Escribir es siempre un riesgo. La palabra, despojada entonces de su manto sonoro, queda inerme en la página que la acoge”. Y además me digo: la palabra y el escritor quedan inermes cuando se ha producido el acto de la creación y el de la lectura, que es otro acto de creación. Sí, solo queda esperar.

Mientras esa supuesta espera acontece deberíamos volver una y otra vez a las seis propuestas de Mateo Palmer para este milenio que, aunque fueron concebidas para el anterior, al igual que las de Italo Calvino son solo cinco:

1. El des-centramiento. La des-jerarquización. La reivindicación de los bordes.

2. La recuperación de las voces marginadas:

a) la mujer,

b) grupos étnicos: indios, negros, etcétera

c) homo/bisexuales

3. La quiebra de las fronteras entre la alta y la “baja” cultura. No dejar fuera telenovelas, radio, novela rosa, heavy rock, grafiti, tatuajes, etcétera. ¿Democratización de la cultura? –a la lista de Maggie agregaría las teleseries, el cómic, el reggaetón y las redes sociales

4. Afán testimonial, reivindicación de géneros subestimados por la modernidad (anterior)

5. Flexibilidad en las valoraciones. Respetar las diferencias. Oír la voz del otro.

Si yo fuera Ricardo Piglia, que redujo a tres las propuestas de Calvino porque las adaptó a la condición marginal de América Latina, ¿cómo quedarían reducidas las de Mateo Palmer? Pero yo no soy Ricardo Piglia y tampoco se va a poder.

Son exactamente las dos y veinticuatro de la tarde de un día 8 de diciembre del Señor y 2023 en las afueras de La Habana. De espaldas al mar, con el Caribe filtrándose casi a los pies de mi ventana, terminaré este nuevo texto de mi diario dramático echando mano de una sentencia: Maggie no solo escribía poscrítica, Margarita exorcizaba sus demonios. Y parafraseando a Rodolfo Walsh en la “Carta a Vicky” además digo: en Ella escribía poscrítica Maggie Mateo hablaba por ella pero también hablaba por mí.

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AHMEL ECHEVARRÍA
Ahmel Echevarría (La Habana, 1974). Narrador cubano. Ha publicado los libros Inventario (Premio David 2004, cuento, Ediciones Unión, 2007), Esquirlas (Premio Pinos Nuevos 2005, novela, Editorial Letras Cubanas, 2006), Días de entrenamiento (Premio Franz Kafka de Novelas de Gaveta 2010), Búfalos camino al matadero (Premio José Soler Puig 2012, novela, Editorial Oriente, 2013), La noria (Premio de Novela Ítalo Calvino, 2012, Ediciones Unión, 2013; Premio de la Crítica Literaria de Cuba 2013), Insomnio –the fight club– (relatos, Letras Cubanas, 2015), y Caballo con arzones (Premio Alejo Carpentier de Novela 2017, Editorial Letras Cubanas, 2017; Premio de la Crítica Literaria de 2017).

1 comentario

  1. Esas ideas trazadas a través de obras y autores o autoras tan diversas, es mi ideal de análisis e investigación. Claro que es necesaria la idea, pero la capacidad de encontrarlas o sostenerlas a través de diversas fuentes, las garantiza mucho mejor que con una fuente única, …para mí.

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