Benjamin Labatut

Uno hace este tipo de listas pensando no en lo quiere incluir, sino en lo que va a excluir y por qué. Yo me propuse hacer esta lista únicamente para no poner en ella MANIAC, de Benjamin Labatut (Anagrama). MANIAC es un producto que se hace pasar por órganico pero tiene como un sabor a precocinado tremendo. Quiero decir: es nutritivo intelectualmente y puede que hasta sepa bien, pero, pero…

No me extiendo. Aquí va mi lista de “10 mejores libros”, compuesta por unos quince títulos publicados este año en español, que creo serán más de quince.

Las tempestálidas, de Gueorgui Gospodínov (Fulgencio Pimentel)

Esta novela se publicó en diciembre de 2022, pero por supuesto hay que considerarla de 2023. En ella conoceremos a Gaustín, psiquiatra búlgaro (como el novelista) cuyas clínicas se especializan en producir pasado. En principio, para tratar los efectos individuales del alzhéimer; luego, la terapéutica cobra abstracción fantástica y empieza a abarcar topografías enteras de memoria y fronteras ya no entre territorios, sino entre épocas.

“Puesto que una Europa del futuro ya es imposible, vamos a elegir la Europa del pasado. Es sencillo: cuando no tienes futuro, votas por el pasado”, leemos en Las tempestálidas. “Pero devolver un país entero o un continente entero a cierta época del pasado, es ahí donde la medicina se convertía en política”.

Hay un punto muy interesante en esta novela donde presente, pasado y futuro se confunden en la creación de una verosimilitud, que nunca a llega a perder el matiz clínico. Y por ahí, de pronto, ¡aparece Cuba! Pretérito aplastante. Escribe Gospodínov:

“Cada vez más señales de afluencia de pasado, mientras voy escribiendo este libro. Cuba ha prohibido retirar los coches viejos de sus aceras: los turistas vienen precisamente por ellos. Algunos países andan muy bien pertrechados de pasado. Los Moskvitch soviéticos y los Buick norteamericanos se pudren los unos junto a los otros, con sus llantas abolladas y la pintura desconchada, mientras sus esqueletos oxidados se desmoronan bañados por la lluvia y secados por el sol del mar Caribe. Igual que aquel marlín roído de El viejo y el mar. Y yo me pregunto: Ese día, cuando llegue el fin del tiempo, ¿también los viejos automóviles resucitarán?”.

Cuando llegue el fin del tiempo.

'Las tempestálidas', de Gueorgui Gospodínov (Fulgencio Pimentel)
‘Las tempestálidas’, de Gueorgui Gospodínov (Fulgencio Pimentel)

Cuaderno de ideas, de H. P. Lovecraft (Periférica)

Apuntes y notas sueltas del maestro del terror y la ciencia ficción. Una suerte de pizarra mental, garabateada sin embargo con mucha sobriedad. Es increíble que este cuaderno no se haya publicado antes en español.

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Cuando Lovecraft murió, su amigo Robert H. Barlow creó una editorial pequeña con un gran nombre: The Futile Press, con el objetivo de publicar estos fragmentos (Barlow, por cierto, aún no había cumplido los veinte y ya era el albacea de Lovecraft). Hay aquí relatos no escritos, esbozos de tramas, destellos en pocas líneas de todo un imaginario:

“El sueño de despertar en un amplio salón de extraña arquitectura con unas formas cubiertas por sábanas sobre las losas. Bajo las sábanas se insinúan siluetas de apariencia no humana. Una de las formas se mueve, se desprende de la tela y revela un ser no terrestre. Sugerir la posibilidad de que uno mismo sea un ser de ese tipo. La mente se ha transferido a otro cuerpo en otro planeta”.

“Debido a un extraño proceso, un individuo retrocede en la cadena evolutiva hasta transformarse en anfibio. Un científico insiste en que tal forma anfibia es desconocida en la paleontología. Para probarlo desarrolla un extraño experimento”.

Hay visiones súbitas, tipo haiku, como esta: “Un pescador lanza su red a la luz de la luna. Lo que encuentra”. Hallazgos germinales, que encapsulan una cosmovisión: “Descubrir algo horrible en un libro y no ser capaz de encontrar esa página nunca más”. Lovecraft consigna también fuentes y referencias de su tramoya; algunas obvias: Dunsany, Hawthorne, y otras no tanto: Baudelaire, Samuel Butler…

El poeta Juan Andrés García Román escribe en el epílogo de esta edición del Cuaderno de ideas: “Este es el Lovecraft que probó y experimentó hasta la saciedad, con disgusto por sus fracasos, pero sin apenas duda de que su escritura era el mejor modo de estar en el mundo y no participar en su economía, en la ideología liberal a la que se vendían todos los artistas. Por eso su aristocratismo es revolucionario (pese al racismo, etcétera)”.

'Cuaderno de ideas', de H. P. Lovecraft (Periférica)
‘Cuaderno de ideas’, de H. P. Lovecraft (Periférica)

El libro de las despedidas, de Velibor Čolić (Periférica)

Según explica el autor, esta sería la segunda parte de una trilogía autobiográfica iniciada con una novela poderosísima (eso lo digo yo, no el autor): Manual de exilio, publicada en español hace cinco años, también por Periférica.

El libro de las despedidas empieza así:

“Me llamo Velibor Čolić, soy refugiado político y escritor. Ocupo un espacio de 107 kilos y 195 centímetros entre el cielo y la tierra. Escribo en dos lenguas: francés y croata. Pero ahora me parece que tengo acento incluso al escribir. Mi frontera es la lengua; mi exilio, el acento”.

Desertor de la Guerra de los Balcanes (poca broma: su casa y sus manuscritos fueron reducidos a cenizas), el escritor bosnio fue hecho prisionero pero logró escapar. En Manual de exilio, cuenta que cuando llegó a Francia solo sabía pronunciar tres palabras en la que ahora es su segunda lengua: Jean, Paul y Sartre. Actualmente vive en Bélgica, y desde allí sigue volcando recuerdos a las páginas. Su universo de autoficción.

“Mi universo mental está formado de señales y de gestos: aprender y olvidar a la vez. Primero aprender; luego olvidar”, leemos en El libro de las despedidas. “El exilio es bipolar. El exilio es también una balanza. Medir el peso metafísico de lo ganado y lo perdido. Comparar sin interrupción. Inventarse al mismo tiempo un pasado y un porvenir”.

La escritura de Velibor Čolić es una ametralladora de francotirador en esa otra guerrilla contemporánea: las reinvenciones del yo.

'El libro de las despedidas', de Velibor Čolić (Periférica)
‘El libro de las despedidas’, de Velibor Čolić (Periférica)

El yo soberano. Ensayo sobre las derivas identitarias, de Élisabeth Roudinesco (Debate, Penguin Random House).

Este ensayo promete más de lo que finalmente ofrece, pero no deja de ser un valioso resumen del “desvarío identitario” que padecemos en la actualidad. La historiadora francesa parte de una pregunta: ¿qué ha ocurrido? ¿Por qué las luchas emancipatorias del pasado, en particular las luchas anticoloniales, antirracistas y feministas, se han replegado a tal extremo sobre sí mismas?

“Optar por el separatismo para protegerse de la agresión: tal sería la espiral infernal del desvarío identitario, que solo puede desembocar en un encierro victimista”, escribe Roudinesco. “Ya he señalado cómo se parecen estas denominaciones [los estudios académicos sobre las diversas identidades] a las del famoso DSM, el gran manual de las clasificaciones psiquiátricas posmodernas, más propio de una lista a lo Perec que de un trabajo científico”.

Viene a cuento Perec, con sus listas y clasificaciones, porque lo que aquí se trata llega a rozar con el delirio. Made in campus estadounidenses, los critical race studies son un cajón al lado de los porn studies; junto a estos hay campos más abiertos, como los postcolonial Middle Ages. Incluso existe ya (acabo de enterarme) una cosa llamada whiteness studies… Etcétera. Los studies son cada vez más numerosos y variopintos y de este modo se va enredando esa madeja de la esencialización de la diferencia.

Leemos: “Después de 2015, la evolución identitarista de los studies adquirió un cariz político, con la aparición de grandes campañas punitivas impulsadas por grupos que se inspiraban en las clasificaciones elaboradas en instituciones académicas. De modo que, cuando bajaron a la calle, dichos studies acabaron apuntalando lo que se ha dado en llamar la cancel culture”.

Se ha escrito mucho sobre todo esto. Por eso mismo es conveniente que Roudinesco nos recuerde algo de lo que se ha escrito en segundo plano, o bajo camuflajes retóricos, en momentos en que ciertas aristas de estos debates hicieron cortocircuito con situaciones concretas de matanza de seres humanos. Por ejemplo, refiriéndose a una coterránea suya, escritora progre, dice Roudinesco:

“De entre las múltiples tomas de posición con el lema Yo no soy Charlie, cabe destacar la de Virginie Despentes, firmemente convencida de que los terroristas merecían los elogios reservados habitualmente a revolucionarios en lucha contra dictaduras o contra criminales”.

Bueno, yo busqué el artículo de Despentes publicado en Les Inrockuptibles horas después del atentado contra Charlie Hebdo, y la verdad es que no es tan así: no se puede leer de manera tan literal. Pero es cierto que allí la autora de Teoría King Kong pretende quedar bien con todo el mundo. Habría que sopesar mejor palabras como estas, dirigidas a los asesinos: “Yo también era los hombres que entraban con sus armas. Aquellos que acababan de comprar una Kalashnikov en el mercado negro y habían decidido, a su manera, morir de pie antes que vivir de rodillas. Los amé, con toda su torpeza, cuando les vi sembrar el terror con las armas en la mano”.

Los ruidos ensordecedores de una época.

Élisabeth Roudinesco
Élisabeth Roudinesco

El ruido de una época, de Ariana Harwicz (Gatopardo)

La autora de La débil mental (2014) y Degenerado (2019), entre otros títulos, puso una vez en un tuit: “Un profesor de Letras chileno de la Universidad de Oklahoma me dijo que durante la dictadura de Pinochet se sentía menos vigilado que ahora. Un profesor de filosofía francés contó que se retira antes de tiempo de la Sorbonne porque ahora está más controlado que en sus últimos treinta años”.

Por supuesto, la acusaron de pinochetista y de estar enamorada de todos los dictadores del mundo. En lugar de pelearse en las redes, Ariana Harwicz armó este pequeño volumen, que su editorial presenta como un alegato contra los dogmas de la corrección política. El primer ensayo se titula “La escritura adoctrinada”, y es un must-read para todo aquel que se dedique a escribir ficción en estos tiempos (aunque no dentro de Cuba: se sabe que allí la corrección es de otra naturaleza).

“Esta época lee mal porque lee desde la identidad”, escribe Harwicz (yo creo que hay otras razones, pero esa es fundamental). Y continúa: “No existen las novelas que están en contra del racismo o la misoginia. Solo están las que adoptan la lengua del enemigo y las que fabrican una lengua por fuera del sometimiento. Pero, a veces, víctima y victimario hablan la misma lengua”.

La escritora argentina cuenta la siguiente anécdota: la traductora de La débil mental le pide poner comillas cuando el personaje se dice a sí misma retrasada mental. En mi idioma, le explicó la traductora, eso suena ofensivo. En mi idioma también, le dijo ella. Esa es la divisa que sirve de apertura a este libro: escribir sin ofender a nadie es un oxímoron.

“Escribí una novela del siglo XXI y fracasé”, leemos en El ruido de una época. “Para pertenecer a su época, una novela tiene, sobre todo, que no ser de su época. Para encontrar la escritura, a veces hace falta no escribir, no conocer el argumento, ni el personaje, ni la trama, ni la intriga. No escribir, sino buscar el deseo de la escritura; la búsqueda de ese deseo ya es un procedimiento literario”.

el ruido de una epoca ariana harwicz | Rialta
‘El ruido de una época’, de Ariana Harwicz (Gatopardo)

El arte de coleccionar moscas, de Fredrik Sjöberg, y La novia grulla, de CJ Hauser (Libros del Asteroide)

Pese a sus caprichos highbrow, Libros del Asteroide es uno de los sellos editoriales en español más interesantes de la arena actual. Estos títulos aún no los he terminado de leer, en el momento en que escribo estas líneas, pero desde ya los incluyo en la lista, como un combo. Ambos tienen que ver, de algún modo, con esa búsqueda del deseo de la escritura de la que habla Ariana Harwicz.

Fredrik Sjöberg es un crítico literario y traductor sueco. Pero ante todo es un entomólogo. Vive en un archipiélago al este de Estocolmo, y allí, un buen día, se puso a escribir sobre las moscas. “Me puse a escribir sobre moscas, pero lo que quería en realidad era escribir sobre mí mismo”, dice en una entrevista. Las mariposas de Nabokov todavía podían representar algo más (Lolitas, básicamente), algo quizás metafórico o lingüístico, pero aquí las moscas son solo eso: moscas. Laboratorios alados. Conjuntos de genes maestros, milenarios, memoir… La nueva forma de memoir es escribir siempre sobre otra cosa: el regate, la finta. Si no mezclas distintos géneros, estás perdido. Hay que recombinar el propio ADN.

En esa línea ensayística-documental de coleccionar y yuxtaponer momentos, memorias y reflexiones, está también La novia grulla, considerado uno de los libros del año por Time y The Guardian (¿mala señal?). El título se explica así: después de cancelar su boda, CJ Hauser viajó a Texas, a la costa del Golfo, para estudiar a la grulla trompetera (Grus americana), el ave más alta de Estados Unidos, que está en peligro de extinción; este es el punto de partida para hacer un repaso de su vida. Más allá de la versión disléxica de MAGA (Make la Grulla Great Again), hay aquí, entre muchas otras cosas, como en El arte de coleccionar moscas, una obediencia al llamado de la nature writing, que está muy de moda.

Novelista y profesora de escritura creativa (faltaría más), CJ Hauser se define en su web como they/them: “multi-genre, non-binary, queer amphibian”. Lo cual me parece perfecto si estuviera hablando de su libro, o de otros libros, o incluso de su personaje narrador, pero me temo que está hablando de ella misma, la autora, y hay que decir que tanto en fotos como en videos Hauser encarna un género, uno solo, muy binario y muy atractivo, para nada anfibio.

Dan ganas de leer.

'El arte de coleccionar moscas', de Fredrik Sjöberg
‘El arte de coleccionar moscas’, de Fredrik Sjöberg

La situación y la historia. El arte de la narrativa personal, de Vivian Gornick (Sexto Piso)

Tiene título de libro de autoayuda, pero por supuesto nada que ver. Esto va de la creación (y, en cierta medida, también la explotación) del yo como personaje. Sacarle el máximo partido a un discurso posible, que para la escritora neoyorkina pasa por comprender tres cosas: 1) quién está hablando, 2) qué está diciendo, y 3) cuál es la relación entre 1 y 2.

“Esta época se caracteriza por una necesidad de dejar testimonio. En todas partes del mundo, mujeres y hombres están alzándose para contar sus historias a partir de la creencia ahora muy extendida de que toda vida importa”, observa Gornick. “Hace treinta años quienes tenían una historia que contar se consagraban a la tarea de escribir una novela. Hoy se consagran a escribir unas memorias”.

Es la cultura del desahogo, correlato de la exposición del ego en las redes sociales. Todos creen que tienen una experiencia que aportar, una desgracia que relatar, unas memorias que escribir. Lo cual es engañoso: ¿cómo sabes que lo que estás contando transmite verdad, al margen de que sea o no verdadero? Vivian Gornick relee aquí a Joan Didion, Oscar Wilde, James Baldwin, George Orwell, Marguerite Duras… A este name-dropping añado yo a Stephen King, quien decía (creo que en On Writing) que la labor del escritor no es buscar el relato, sino saber leer el relato cuando este aparece por sí mismo. La situación y la historia nos plantea un modo lectura similar: primero hay que saber reconocer, identificar una verdad, no solo cuando en la voz de los demás, sino también, y, sobre todo, en nuestra propia voz.

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‘La situación y la historia. El arte de la narrativa personal’, de Vivian Gornick (Sexto Piso)

Ficcionario americano, de Dubravka Ugrešić (Impedimenta)

La dama del ajedrez croata murió este 2023; esta es su última obra publicada en español: tenía que incluirla aquí. En 1994 se publicó en inglés con un título de purpurina: Have a Nice Day: From the Balkan War to the American Dream. A mí me gusta más la palabra ficcionario.

A inicios de la guerra, Dubravka Ugrešić viajó de Zagreb a Ámsterdam y de ahí a Estados Unidos, invitada por una universidad. Un periódico neerlandés le ofreció entonces un espacio para una columna regular sobre su experiencia norteamericana. Este libro, que reúne dichas colaboraciones, se puede leer como una suerte de novela bélica desde la distancia. Es también una crónica de la disolución del pasaporte yugoslavo: la fotografía de la autora en ese documento que, nos cuenta, examinan con lupa en Ámsterdam antes de permitirle abordar el avión a Nueva York.

¡Nunca había visto uno así!, dice el funcionario.

Y nunca más volverá a verlo, le aclara ella.

Poco tiempo después, Dubravka Ugrešić está tomando cerveza en un bar de Middletown, Connecticut. Se ha hecho amiga de un negro. No te quedes, le aconseja el amigo americano. Aquí serás negra, igual que yo, le advierte. Para mí eso es normal, dice la escritora, y le explica que en su país, entre los suyos, ella también es negra. Tienes razón, reflexiona él, los negros somos negros en cualquier parte.

Leemos: “Nada más cruzar la frontera, los aduaneros de la cultura empezaron a ponerme pegatinas: comunismo, Europa del Este, censura, represión, telón de acero, nacionalismo (¿serbio o croata?); aquellas mismas pegatinas de las que había conseguido proteger mi literatura en mi país”.

Hay una cosa llamada mansplaining y otra cosa que podríamos llamar editorsplaining. Un editor le dice a Ugrešić: “El mercado está saturado de escritores de Europa del Este. Yo personalmente no pienso publicar uno más”. Otro editor se lamenta: “Es una verdadera pena que no sea usted una escritora cubana. El mercado está abierto en este momento a las etnias, en particular a los cubanos, puertorriqueños, a Centroamérica en general”. Y otro: “Por desgracia, en este momento no podemos publicar sus libros. Usted escribe, cómo decirlo, una literatura pura. Desde el punto de vista moral, no sería adecuado que publicáramos algo así ahora, mientras su país está en guerra”.

(Por esa misma época, el editor francés de Velibor Čolić le decía: “Para el siguiente libro hay que meter más masacres de civiles. Eso siempre funciona bien: ancianos, mujeres, niños destrozados…” El escritor bosnio asintió y pensó en voz alta: “Son capaces de todo, los muy cerdos… Hasta de firmar la paz cualquier día de estos”.)

¿Tiene algo bélico?, le preguntó aquel último editor a la dama croata. Como si todo lo que ella había escrito hasta el momento, y también lo que estaba escribiendo en ese mismo instante, no fuera ya terriblemente bélico. Dubravka Ugrešić, la de la “literatura pura”, estaba encogida como una flor.

La sangre me da miedo, confesó.

Dubravka Ugrešić
Dubravka Ugrešić

Los exportados, de Sonia Devillers (Impedimenta)

Hija y nieta de inmigrantes, Sonia Devillers se puso un día a investigar cómo lograron llegar su madre y sus abuelos a París. De pronto, tenía entre las manos documentos oficiales que probaban que el gobierno comunista rumano comerció durante décadas con su población judía, cambiándola por ganado o por dinero. Entre esos “exportados” estaba su familia: en 1962, sus abuelos pudieron salir de Bucarest a cambio de un puñado de cerdos.

“Únicamente la cúpula del Estado estaba al corriente. Únicamente la cúpula del Estado podía hablar”, escribe Devillers. Luego se abrió la caja de Pandora, como siempre sucede, y el negocio salió a la luz: “El dinero, todo el dinero de las familias rumanas que anhelaban escapar, los doce mil dólares que mis abuelos tardaron toda una vida en devolver, había servido para comprar cerdos. Pero no unos cerdos cualquiera, no: unos cerdos de competición, más valiosos, más productivos, más rentables que aquellos ciudadanos que abandonaban el país”.

Por su magnitud, y por el tiempo que duró, este comercio de seres humanos fue algo único en Europa. Funcionaba así: las familias de la diáspora se ponían en contacto con un tal Henry Jacober, británico de origen judío, una suerte de Oskar Schlinder, pero comerciante de raza pura, un cerdo de competición (el verdadero capitalista siempre es el mejor aliado de los comunistas). Jacober elaboraba listas de ciudadanos cuyos familiares querían sacarlos de Rumania, y se las enviaba a su contacto de la Securitate. Cada lista de nombres iba asignaba a un lote de ganado. Algunas personas eran más difíciles de canjear que otras: según el grado de conflicto que tuvieran con el Partido, o si estaban en prisión, había que ofrecer a la Securitate animales más caros o rebaños más voluminosos. Jacober operó este tráfico entre 1958 y 1965; después de su muerte, las autoridades rumanas empezaron a vender sus judíos directamente a Israel.

Los exportados está dividido en cuatro partes que son otros cuatro vértices de esta constelación traumática: Los judíos, Los comunistas, Los cerdos y Los apátridas. El posfacio a la edición española es una nota de la autora donde leemos lo siguiente: “La visión de los primeros ejemplares le causó un dolor inmenso a mi madre. La existencia física del libro, la objetivación de su historia, le provocó una suma de vértigo y miedo. Como una cicatriz interior cuyas suturas se vuelven repentinamente visibles y amenazan con ceder bajo la presión del texto impreso”.

Todavía hoy, en Rumania, hay quien no entiende una reacción como esa. Perpleja, la periodista cuenta que se entrevistó con altos oficiales que no hallan motivo alguno para la perplejidad: los judíos querían irse, el régimen comunista quería cerdos, situación win-win, punto final.

El verdadero punto final, el cierre de Los exportados, es muy bueno:

“Yo no habría nacido francesa si mi madre no hubiese sido vendida por su propio país. A veces le debemos la vida a una infamia. Los que querían atiborrarse de cerdo y de dinero son los mismos que abrieron las puertas del mundo libre a familias enteras. En la epopeya de mi familia, el traficante inglés fue al mismo tiempo un oportunista y un salvador. Muchos contrabandistas del mundo pertenecen a las dos categorías. Y hay historias crueles que terminan bien”.

Variaciones Joseph Roth, de Edgardo Cozarinsky (Ediciones Universidad Diego Portales)

No creo, como Cozarinsky, que Joseph Roth sea uno de los narradores más importantes del siglo XX, pero casi cualquier libro que se escriba sobre él me sirve. Si en lugar de este ensayo hubiera encontrado cualquier otro sobre su vida y su obra, escrito por cualquier otro autor, publicado por cualquier otra editorial, igual lo hubiera puesto en esta lista sin dudarlo. Primero, como autorregaño por todas las veces que confundí a Joseph Roth con Robert Walser (y viceversa). Segundo, porque no hay mejor pretexto que un libro random sobre Roth para regresar a Años de hotel (Acantilado, 2020), antología de los artículos/viñetas literarias que el judío errante despachó para varios periódicos durante las décadas de 1920 y 1930, mientras vagabundeaba por media Europa, de Alemania a la URSS y de hotel en hotel.

Hoteles que son postales vintage de una época; hoteles en cuyos vestíbulos, escribe Roth, “se ofrece desde cocaína y azúcar hasta sistemas políticos, golpes de Estado y mujeres”; hoteles que albergan la mirada del turista, pero también la del escritor alerta: “Soy consciente de que hay viajeros que solo tienen ojos para las ruinas y se olvidan de los espías. Pero como yo tengo una sensibilidad alimentada a fuerza de estancias en estados policiales, no hay suficientes monumentos de interés turístico que puedan distraerme”.

En 1927, Joseph Roth viaja a Albania y observa lo siguiente:

“El ejército albanés tiene fusiles austríacos que se encasquillan, mochilas inglesas a las que no es posible adaptar las correas italianas, oficiales italianos que no saben dar órdenes en albanés, oficiales rusos de la Guardia Blanca que solo están ahí para no dejar el uniforme mientras esperan que se hunda la URSS, oficiales ingleses que no entienden albanés, ni italiano, ni alemán, ni ruso, y se pasean con bonitas fustas para demostrar que Inglaterra está presente. Es el ejército más extraño del mundo. Pero se siguen entrenando. ¿Para quién se entrenan?”.

Joseph Roth
Joseph Roth

El humor judío. Una historia seria, de Jeremy Dauber (Acantilado)

¿Existe en realidad, y poniéndonos serios, un humor específicamente judío? Este libro, por supuesto, ni se lo cuestiona: arranca ya con la pregunta contestada. El profesor Dauber pide seriedad, pero solo hasta cierto punto; concedido este, hay que decir que el libro es una lectura muy provechosa y un barrido de campo muy interesante.

Formulamos un agregado esencialista llamado “humor judío”; narrada del modo adecuado, su historia es la historia de la cultura popular estadounidense, es decir, un elevadísimo por ciento de la cultura popular de medio mundo. Iconos inevitables: los hermanos Marx, Woody Allen, Larry David y Jerry Seinfeld; pero también el viaje de ida y vuelta entre estos y otra estela aparentemente menos cómica, en la que figuran nombres como Isaac Babel, Franz Kafka, Philip Roth, etcétera. Cómo enlazamos a Kafka con Mel Brooks (¡Mel Brooks aún está vivo!), con el genial trío ZAZ (Zucker, Abrahams & Zucker) o con la demanda que le han puesto Sarah Silverman y Michael Chabon (la mejor novela de Chabon: El sindicato de policía yiddish) a la Inteligencia Artificial (esto último no está en el libro, es un update mío).

En la introducción, Jeremy Dauber lanza esta advertencia: “Nos gusta reírnos de cosas que la sociedad considera temas de conversación o discusión inadecuados. Este libro contiene muchísimo material que algunos podrían considerar impropio, incluso muy impropio. No nos privaremos de incluir ciertas manifestaciones del humor en razón de su carácter misógino u homofóbico, obsceno, blasfemo, xenofóbico o cualquier otra de las mil características ofensivas relacionadas con diferentes aspectos del humor en general. Quedan advertidos”.

El primer capítulo se titula: “¿Qué gracia tiene el antisemitismo?”.

Publicado originalmente en 2017, El humor judío. Una historia seria se leerá de manera muy distinta en español, a partir de este último año.

El humor judio | Rialta
‘El humor judío. Una historia seria’, de Jeremy Dauber (Acantilado)

El affaire Arnolfini. Investigación sobre un cuadro de Van Eyck, de Jean-Philippe Postel (Acantilado)

Una curiosidad con su toque de antiquity. Un ensayo breve y entretenido sobre el enigmático retrato del matrimonio Arnolfini, que Jan van Eyck pintó en 1434 y sobre el que los especialistas llevan muchos años discutiendo.

Hay mundos ensimismados que ni siquiera se rozan. Yo hasta ayer no sabía que ese cuadro era enigmático, ni que existía una discusión sobre su contenido, que a primera vista está clarísimo.

“Que se sepa, ningún otro pintor antes que él había representado nunca a un hombre y una mujer en una habitación”, dice Jean-Philippe Postel.

James Joyce se jactó de haber escrito una obra que ocuparía a los críticos durante generaciones. De Van Eyck no se sabe mucho; quizás estaba ocupado en lo suyo, innovando, no sé, con las proporciones de aceite en el óleo, sin ser consciente de estar parado en los orígenes de misterios culturales aún más duraderos. Al menos nunca aclaró nada, nunca le habló a nadie al oído. Sin embargo, parece que este cuadro es, en palabras del autor de este libro:

“Como si Van Eyck, al mismo tiempo que nos muestra a un hombre, a una mujer y a un perrito, nos dijese al oído que aquello que ha pintado no tiene nada que ver con lo que creemos estar viendo”.

¿Quiénes fueron en verdad los modelos de la pareja representada? ¡El perrito no se refleja en el espejo! Esquinas, reflejos, triángulos isósceles…

“Los menores detalles del cuadro parecen llenos de sentido. Que su aparente simplicidad disimule una red de significados tan densa, mientras despliega de forma casi invisible esa arácnida complejidad, resulta de entrada prodigioso”.

Bajo la divisa de que una obra maestra, en palabras de Raymond Queneau, es comparable a una cebolla, Jean-Philippe Postel, que fue médico, asume el rol de un forense o de un detective psíquico que va separando capas de tejido de pura muerte hasta pasar por la (spoiler alert) interpretación sobrenatural.

El affaire Arnolfini | Rialta
‘El affaire Arnolfini. Investigación sobre un cuadro de Van Eyck’, de Jean-Philippe Postel (Acantilado)

El útero, de Leah Hazard (Salamandra, Penguin Random House)

Como en El affaire Arnolfini, la idea de El útero es el tapiz narrativo. Así lo llama su autora. Solo que el soporte empleado en este caso no es una pintura sino un órgano humano. Un órgano que, por cierto, ya no se puede calificar de femenino.

“Aunque las experiencias vividas por los hombres con útero son tan diversas como los propios hombres”, escribe Leah Hazard en las primeras páginas de este libro, que puede leerse como un tratado político, “su misma existencia nos obliga a desenredar los enmarañados hilos del sexo y el género antes de empezar a tejer un tapiz narrativo del útero. La tradición médica ha insistido durante mucho tiempo en que el sexo es binario y el género se define al nacer. Sin embargo, la historia variada y a menudo sorprendente del útero nos invita a considerar una realidad más matizada en la que se contemplan y valoran todos los cuerpos, y todo es posible”.

Vía El útero, conocemos casos como el de un británico de treinta y siete años que acude al médico por la presencia de sangre en la orina. Leemos: “Temiendo un diagnóstico de cáncer de vejiga, recibió una noticia mejor, pero no menos impactante: un útero que llevaba mucho tiempo inactivo estaba menstruando a través de su pene”. Los hombres son extraordinarios.

Hablando de tradición médica, vale la pena revisitar el concepto hipocrático de “útero errante”. De ese útero inactivo, que de pronto se asoma por otro miembro, al útero errante, no hay más que un paso. Los antiguos griegos lo teorizaron inmejorablemente: se trata de “un animal dentro de un animal”.

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‘El útero’, de Leah Hazard (Salamandra, Penguin Random House)

Círculos infinitos. Viajes a Japón, de Cees Nooteboom (Siruela)

No soy un entusiasta de los libros de Cees Nooteboom (está claro que, con ese nombre, con resonancias de europeísmo profundo, en cualquier momento le darán el Nobel), pero sí de los libros de viajes a Japón. Por un lado están los libros de viajes, y por otro lado los libros de viajes a Japón. Esto sí es binario. Japón es un género aparte.

“¿Por qué tengo que viajar como si fuera un recipiente cargado de prejuicios y de información?”, se pregunta retóricamente el escritor neerlandés. “¿Por qué no puedo ir nunca a un lugar del que lo ignoro absolutamente todo, tal como Pizarro llegó al Imperio Inca o los primeros europeos a Japón? No saber nada del producto nacional bruto, no haber visto nunca una película japonesa”.

I would prefer not to Nooteboom. Un plan, poco factible, implicaría dejar en casa el equipaje cosmopolita (y nobelizable): no cargar con los Kawabata, Mishima y Tanizaki; los grabados, los monasterios, la vajilla ceremonial del té; ser menos autor y sumergirse cual personaje de Poe en la multitud de otro Japón, metrópoli de los animes censurados o poco exportables, de la pedofilia institucionalizada, del porno tan vanguardista como pacato, del futanari y el burusera, de los hikikomoris, de la televisión basura más basurera del mundo, al lado de la cual la televisión basura de Occidente es quality TV.

Una tesis cuestionable de este libro es que Japón no quiere ser comprendido. ¿Qué es lo que no se comprende?

Cees Nooteboom | Rialta
Cees Nooteboom

Copi, de Raúl Damonte, aka Copi (Anagrama)

Nos estaba haciendo falta una edición como esta, que reúne en un solo volumen gran parte de la obra narrativa del formidable dramaturgo, historietista y escritor argentino que escribía en su propio francés. Aquí están las novelas cortas La vida es un tango, La Internacional Argentina, El baile de las locas y El uruguayo, más los relatos que componen Las viejas travestis y Virginia Woolf ataca de nuevo. En este último, el cuento que cierra es sobre el encuentro entre Copi y el editor que le pide a Copi ese mismo cuento para cerrar ese mismo libro. Reunidos en un bar (donde en cierto momento irrumpe una banda de lesbianas cubanas, activistas, que quizás sean travestis), el editor le dice a Copi lo que tantos escritores han querido oír: “Tú eres mi Virgina Woolf”.

César Aira, en su libro-taller sobre Copi, nos comparte esta clave: “En Copi no se trata nunca de la vertical del sentido, sino de la horizontal del funcionamiento”.

El uruguayo es una larga epístola surrealista que bordea el tema del exilio y está dirigida a un tal “Maestro”, a quien el remitente le escribe cosas como estas: “Le estaré muy agradecido si saca del bolsillo su estilográfica y tacha, a medida que vaya leyendo, todo lo que voy a escribir. Gracias a este simple artificio, al término de la lectura le quedará en la memoria tan poco de este libro como a mí, puesto que, como probablemente ya habrá sospechado, prácticamente ya no tengo memoria”.

La memoria la va poniendo Anagrama, que ya había reunido la ficción de Copi en dos tomos y ahora incorpora este a su colección Compendium.

Copi (Anagrama)
‘Copi’ (Anagrama)

Lo que sobra, de Damián Tabarovsky (Consonni)

No lo he leído, ni siquiera sé de qué trata. Lo he puesto nada más por el título, para ponerme a pensar en lo que sobra en esta lista. Y porque recuerdo lo que escribía recientemente Damián Tabarovsky, en su columna para el diario Perfil, sobre Ensayismo, de Brian Dillon (Anagrama); un título que, como MANIAC, también tiene pinta de nominado instantáneo a las principales listas de libros del año:

“Dillon entrega un libro amable, tranquilizador, falsamente pretencioso. Pertenece al tipo de libro que un lector desprevenido siente que sale más culto luego de su lectura. Pero el verdadero lector de ensayo nunca es un lector ingenuo, no es fácil tomarlo desprevenido. Y rápidamente se le ven las costuras al libro, su modo de producción, su estrategia de circulación para la banda alta del mainstream contemporáneo. Es un libro que queda bien tener, regalar, exhibir, pero que leemos sin necesidad de haberlo leído, ya lo conocemos sin necesidad de haberlo conocido”.

100% de acuerdo.

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2 comentarios

  1. Debiera ser una lista, argumentada, como bien realiza Lage, de los mejores libros leídos durante el año que finaliza… Creo que la compilación de ensayos sobre cultura y autores franceses de Vargas Llosa, no dejaría de incluirla. Tampoco la correspondencia entre Albert Camus y su amante María Casares, de 1944 a 1959, al fin autorizada por la hija de Camus, tras la muerte de su madre. Libro que se mueve de lo íntimo a lo ontológico, lleno de alusiones y reflexiones filosóficas, pero sobre de una intensidad anímica pocas veces alcanzada en el género epistolar.

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