obsesión por los grises
De izquierda a derecha, Orlando Rojas, el actor español Juan Luis Galiardo y Raúl Pérez Ureta durante la filmación de ‘Papeles secundarios’

La noticia de la muerte de Raúl Pérez Ureta me movió el piso. Sabía que el amigo y colaborador no estaba saludable, pero tenía la esperanza de que la vida nos daría la oportunidad para un nuevo abrazo y otra película, con él como copiloto. Retomar aquella que un pistoletazo de la censura y la mala suerte nos había dejado en el tintero,[1] sin importar si él o yo estuviéramos en silla de ruedas –o los dos– era un sueño que la noticia de su deceso en La Habana tronchó de sopetón.

Es desolador darse cuenta de cuán engañosas son las esperanzas. La muerte de alguien tan cercano no sólo produce dolor, aviva también resentimientos, resquemores y certezas. ¿Por qué Raúl y yo no pudimos llevar a término una colaboración que se insinuaba de tan buen augurio? ¿Qué queda en pie de aquel ICAIC en que ambos echamos la parte más valiosa de nuestras vidas?

Hasta ahora nunca había sentido la necesidad de contar lo sucesos alrededor de “Cerrado por reformas”, la película censurada. La esperanza de filmarla con Raúl me frenaba, cuestión de táctica, diría yo para perdonarme. ¿Cuál fue la causa real de que el proyecto fuera abortado? ¿Quién y qué lo impidió? Existe solamente una versión de los hechos: la versión oficial, astuta y engañosa, preparada con mano maestra por alguien que, conociendo de mi respeto hacia su persona, contaba de antemano con mi silencio. Pero como la atmósfera visual del filme fue la causa real para el golpe de censura, la muerte de su forjador, Raúl, suelta todos mis frenos. Evocar “Cerrado por reformas” es el homenaje que puedo rendir a su talento.

“Cerrado…” era el proyecto más ambicioso que Raúl había emprendido hasta ese momento. Su concepto para la imagen, inspirado en la fotografía de Ricardo Aronovich para El baile de Ettore Scola, era poderoso. La clave estaba en la manipulación del negativo en laboratorio de modo que las restricciones de color impuestas al vestuario y la escenografía le dieran un papel protagónico al rostro de los actores y al maquillaje. Mutando de acuerdo con “el baile” entre actores y cámara, el maquillaje crearía una relación visceral entre interpretación actoral, puesta en escena y tono visual.

Contrario a Papeles secundarios,[2] donde la teatralidad y la atmósfera neoexpresionista, unidas a la carencia de los equipos de iluminación idóneos para lograr esta última, exigían un guion técnico de hierro,[3] el guion de “Cerrado por reformas”[4] pedía una puesta en escena intimista, sintonizada con la respiración de los actores. Por tanto, sólo se preconcibieron las escenas más complicadas de producción. Raúl, en lugar de bocetear miles de storyboards, dedicó buena parte de la prefilmación a ambientar las locaciones con la más variopinta gama de grises. “De Ridley Scott a Tarkovsky”, bromeaba al comparar la atmósfera de las dos películas. El proceso de laboratorio consistiría en restar latitud a unos colores en beneficios de otros, y para ello se necesitaban aquellos grises. Raúl llamaba latificación a ese proceso. He buscado la palabra en los diccionarios, en Internet, en los centros espirituales, y no aparece. No sé si él invento el término (cosa que podía hacer con facilidad) o yo confundo la palabra que él usaba. Una cosa o la otra, aquella latificación era lo que el guion necesitaba y yo lo seguí a pies juntillas.

En su decisión ejecutiva, Alfredo Guevara esgrimió la falta de un guion técnico de hierro como pretexto para la detención del rodaje. En realidad, fue “la obsesión por los grises” la frase que más pronunció durante los veintiún días de discusión que transcurrieron entre la detención del rodaje y la cancelación del proyecto. A los ojos del presidente, convertido en un censor tan implacable como sagaz en el uso de subterfugios, los grises de Raúl conferían una atmosfera tan “lúgubre” a aquella “historia puramente existencialista donde no pasaba nada” que la convertían en “contrarrevolucionaria”. Las búsquedas artísticas del fotógrafo se convirtieron en un peligro para el futuro del ICAIC, y la búsqueda de la felicidad por parte de los personajes se elevó, gracias a su desconocimiento sorpresivamente abismal de las herramientas dramatúrgicas, a rango de disidencia.

Este capítulo triste merece ser narrado con más detenimiento. Uno de los protagonistas, Alfredo Guevara, es alguien al que le debo demasiado, alguien al que admiré mucho y al que me da dolor no seguir admirándolo en la misma medida. El otro era mi gran amigo y acaba de morir. Este análisis queda pendiente hasta que el dolor ceda y el sosiego suavice la animadversión. Sé, Raúl, que no estarás de acuerdo con esto, lejos de tranquilizarte te daría más desasosiego, me dirías. Pero ya pasaron 26 años de que todo sucedió y todavía sigo soñando con aquella peliculita de “título tan simbólico”. No tengo otra cura, compañero. Tengo que hacerlo y pronto. Tal vez vuelva al cine para contar esta historia. ¡Eso!

obsesión por los grises
De izquierda a derecha, Orlando Rojas, Raúl Pérez Ureta y Anita Rodríguez durante la filmación de ‘Papeles secundarios’

Al día siguiente de la muerte de Raúl, escribí en Twitter unas notas ilustradas con dos de las pocas fotos que conservo de mis treinta años en que viví en y por Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos. Están sobre una repisa cerca de mi cama y en ambas aparece él. Son fotos del rodaje de Papeles secundarios.

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En la primera de las fotos, a mí izquierda, están los dos héroes indiscutibles de mi vida en el ICAIC, Raúl y Anita Rodríguez.[5] La nota describe la foto: “Esperé meses por Raúl Pérez Ureta para que fuera el fotógrafo de Papeles secundarios. Nunca una espera fue mejor retribuida. En el visor observo su propuesta de encuadre. A mi lado, sus ojos de águila perfilan la iluminación. Adiós, amigo. Eras un grande. Te querré siempre”.

No tengo ni una foto de los tres días de rodaje que tuvo “Cerrado…” antes de ser paralizado. Para la segunda nota eché mano a la otra foto de Papeles… En ella, el actor español Juan Luis Galiardo evidencia su desacuerdo con mi punto de vista. Al fondo, Raúl mide la luz, impasible. Así describo la foto: “Podía caerse el mundo junto a él: Pérez Ureta, al parecer sordo, seguía aferrado a su fotómetro. Luego, la imagen reflejaba el espíritu de mi discusión con los actores. Con él nadie se sentía solo en el set. Si Dios existe, seguro lo contrata como director de fotografía”.

Además de la experiencia, la sabiduría y el talento, Raúl tenía algo que tiene poca gente: la fe mística en lo que hacía y creía estaba respaldada por una mezcla de amabilidad, humor, modestia y apertura al pensamiento ajeno. En efecto, si Dios no lo pone en su selecto grupo de colaboradores, casi seguro que también se ha infectado con los más contagiosos virus contemporáneos: sordera, autoritarismo y desatino.

Por suerte, Raúl no tiene que esperar por ningún dios para ser consagrado. Si a todos lo que trabajaron junto a él en el ICAIC les pidieran seleccionar quién simboliza lo mejor del espíritu ICAIC, no vacilarían en escogerlo como símbolo. Y me refiero a todos: lo que sienten nostalgia por lo que significó el ICAIC dentro de la revolución y la cultura cubanas, los que no sienten nostalgia alguna; los que fueron fieles al ICAIC y se quedaron, los que nos desilusionamos y nos largamos; los que admiran a Guevara, los que lo odian; los que piensan que con la revolución todo, los que piensan que con la revolución nada; los que sueñan con un futuro capitalista; los que sueñan con un socialismo democrático. De todo el instituto, no escogerían a nadie más: Raulito se los llevaría todos.

Después de su muerte, más de uno me ha pedido testimonio de su trabajo en Papeles…, la película que le dio la ciudadanía como gran fotógrafo. A casi todos me negué. Papeles secundarios me provoca tanto dolor como “Cerrado por reformas”. Esa película ya no existe, al menos su fotografía. Para la inmensa mayoría de los espectadores cubanos, en realidad su fotografía nunca existió. Una sola anécdota basta para explicar por qué. Tuvo lugar en el Festival de Cine Latino de New York en 1990. Tal era la calidad de la proyección que Luisa Pérez Nieto, la extraordinaria protagonista del filme, parecía levitar. De vez en cuando, se inclinaba hacia adelante como queriendo tocar la pantalla: “Mira eso, tú”. Más de una vez la mandé a callar. Cuando la película terminó y ya nos posicionábamos para comenzar el conversatorio con el público, ella con esa voz tan suya me espetó: “¿Raulito ha visto la copia que acabo de ver?” Estaba crispada. Ella había visto la película sólo una vez, la noche de la premiere habanera, y aquella noche, a decir verdad, los vetustos proyectores soviéticos se portaron mal con el trabajo de Raúl. Me di cuenta de que los espectadores de la primera fila miraban a Luisa como a una diva en un ataque una perreta. No queriendo yo que el diálogo con el público comenzara con una queja de la actriz, le expliqué en voz muy baja lo de los proyectores. Ella se puso peor: “Lo primero que voy a hacer cuando llegue a La Habana es quemar esos proyectores rusos”. Luisa actúa muy bien hacerse la loca, pero es la persona menos loca que he conocido y, en antisoviética, compite muy bien con Alfredo Guevara. Lo único que se me ocurrió fue tirarle a broma la ocurrencia terrorista, pero no tuve tiempo. El moderador ya nos presentaba. Luisa, en efecto, tomó la palabra, pero una lágrima suavizó su enojo, y con una queja simpática se hizo dueña de la noche.

Ya no existen proyectores de 35 mm, ni rusos; no deben de existir copias buenas de la película en celuloide. Las copias digitales que se venden en Amazon llevan una aclaración sobre la baja calidad de la imagen. No he vuelto a Cuba desde que salí en el 2003. Los rumores coinciden en que el lugar donde se almacenan los negativos del ICAIC se desmorona por día. ¿Qué sentido tiene rememorar hoy por qué Raúl evitó el amarillo, el verde o el naranja, por qué evitó el cielo cuando estaba azul, o por qué se tiño utilería, vestuarios y escenografías –incluidos los árboles–, con una marcada pátina ocre? ¿O por qué no temimos alargar nuestras jornadas de rodaje esperando a que los humos de una pirotecnia anticuada se “aposentaran” y no se convirtieran en un efectismo barato? Y así, todos los detalles que, para lograr la atmósfera deseada, Raúl exigía sin compasión. Si los negativos pueden estar tan destruidos como donde los almacenan, ¿quién puede constatar tales detalles?

Si los rumores no fueran ciertos, si los negativos se conservaran, si algún día aparecieran los recursos para restaurarlos y hacer una reproducción digital, los que entonces vean esa copia podrán valorar lo que significó dentro del cine cubano aquel coqueteo de Raúl con el expresionismo.

*  *  *

Su capacidad para no dejarse provocar por nada ni nadie fue el regalo que Raúl dejó al equipo de filmación de Papeles… Su paciencia se impuso a todos los obstáculos, que no fueron pocos. Pudo más, y citó otra anécdota, que la rabia con que lo castigaba el actor español Juan Luis Galiardo, que no soportaba los “humos” (de pirotecnia y de majadería) de aquel fotógrafo novato, caprichoso e irresponsable. ¿Cómo Raulito pudo aguantar aquellos embates, aquella diaria censura? Y sólo, porque ante las quejas del actor yo elegí hacerme el sordo. No sé cómo pudo, lo que cuenta es que pudo, y que logró la imagen que deseaba. Galiardo en cambio no consiguió actuar con el acento cubano que su personaje requería. Meses después, en Madrid, culpó a Raúl del doblaje con que metimos a su personaje por el aro.[6] La película ya estaba terminada, y ese día sí no me quedé callado: “A cada cual lo suyo”, Juan Luis”, le dije, “Él ganó y tú perdiste. Nunca debiste haberte metido en esa luchita”. Galiardo me miró y calló. Aunque su mirada quería no expresar nada, yo me di cuenta de que sufría. Estoy seguro de que, en los cielos, Juan Luis intermedia día a día con Dios para que Raulito sea el fotógrafo de su próxima película.

En el arte hay que saber elegir las batallas. Esa es la puñetera moraleja. No puede uno distraerse ni con unos humos que tardan en aquietarse ni con unos grises que esperan por un proceso de laboratorio. Si no eres capaz de oír la voz de los otros artistas, tienes que presentirla. Eso es lo que demanda el ejercicio crítico, la ética de trabajo y cualquier política cultural que se proclama respetuosa de la libertad creativa.

Galiardo, estoy seguro, aprendió de la experiencia. Tal vez Guevara lo hizo más tarde y yo nunca lo supe. Era un hombre sumamente inteligente. También podía ser un buen amigo. Pero estuvo sometido a tantas presiones, a tanta lucha interna no resuelta, que las asincronías entre verbo y pensamiento, entre verbo y acción –normales en los seres humanos, incluso los más honestos– se multiplicaban en él trágicamente.

*  *  *

Cada vez se aleja más la posibilidad de que pueda retomar “Cerrado por reformas”. Tampoco sé si encontraré el fotógrafo al que pueda traducirle la palabra que inventó Raúl o que yo confundí con los años, si podré imponerle aquellos grises que le pusieron mala la cabeza a Guevara y que yo añoro aún como si fueran el primer amor no correspondido.

Desde su muerte, antes de acostarme, observo las fotos de Raúl sobre una repisa en mi habitación. Su mirada me da quietud, me consuela de tantas pérdidas. “Yo sé que tú también me esperaste, cabrón”. Una noche, hace una semana, me sentí sosteniendo este diálogo con una de las fotos. “No sabes cuánto quise que le dieras tus grises a otro director, que no me importaba perderlos”. Cuando le dije eso, Raúl se burló, me habló de ética y yo le riposté: “Qué ética ni ética, Raúl. Perdiste la oportunidad de una gran fotografía. En definitiva, yo me fui y no seguí luchando”. Él sonrió condescendiente, y se fue a preparar un café. Recordé entonces que no había mejor café en La Habana que el que Raúl colaba, y me quedé dormido. Soñando, lo descubrí operando la cámara Panavisión que siempre añoró, en medio de una neblina espesa pero quieta como la de Desierto rojo, de Antonioni. Corrí hacia él, pero a punto de alcanzarlo, la cámara atravesó la pared y se perdió tras ella. Golpeé, en vano. Me desperté.

Desde la repisa, Raúl me observaba. Yo disimulé, reprimí las lágrimas. Él se salió de la foto y se sentó al lado de Anita. Los dos sonrieron. Ella habló primero: “Tómate el tiempo que quieras, no hay ningún apuro, pero ven, que te extraño”. Raúl la interrumpió: “Acá hay trabajo siempre y lo mejor, está prohibido censurar”. Anita lo cortó: “Eso te crees tú”. Raúl no se inmutó: “Esta después de vieja se ha puesto paranoica”. Hicieron una pausa y empezaron hablar los dos a la vez, unos monosílabos ininteligibles, y se callaron. Sin dejar de mirarme, volvieron a la foto. Entonces, se oyó una voz. Un actor vestido de Dios ensayaba. Raúl ordenó una última rociada de humo gris, Anita gritó ¡acción!, el asistente de cámara dio el golpe de claqueta. Dios dio unos pasos y se volteó hacia la cámara. El actor era Juan Luis Galiardo, pero cuando habló su voz tenía un perfecto acento cubano.

Gainesville, Florida, marzo 21, 2021


Notas:

[1] Tres días después de comenzar, el rodaje del filme “Cerrado por reformas” (1995) fue detenido. Tras tres semanas de discusión, Alfredo Guevara, entonces presidente del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, canceló definitivamente la producción mediante una resolución ejecutiva. No es un dato ciento por ciento confirmado, pero “Cerrado por reformas” parece ser el único largometraje cubano paralizado después de haber comenzado el rodaje.

[2] Papeles secundarios es el primer proyecto en que colaboramos Raúl Pérez Ureta y Orlando Rojas. La película cuenta con artistas destacadísimos en cada una de las especialidades: Osvaldo Sánchez (guion), Carlos Celdrán (dramaturgo), Nelson Rodríguez y Lina Baniela (edición), Mario Dalí (música), Flavio Garciandía (director de arte), Lorenzo Urbistondo (diseño de vestuario).

[3] La atmósfera expresionista de Papeles secundarios implicaba una iluminación muy marcada, pero en ese momento el ICAIC sólo contaba con un equipamiento de iluminación extremadamente pesado y anticuado. En aras de evitar el movimiento de los equipos tan pesados, la puesta en escena tuvo que pautarse desde la prefilmación. Para ello, el equipo de dirección elaboró un guion técnico con una estricta determinación de los planos a filmar por escena, una descripción de los movimientos de actores y cámara plano por plano, y los planos de la puesta en escena. Durante las sesiones en que discutíamos la puesta, Pérez Ureta esbozó cerca de 2000 dibujos (storyboards), que religiosamente traía a la mañana siguiente, reelaborados a todo color. De la misma manera que un arquitecto imagina y distribuye las ventanas, Raúl tuvo que hacer los croquis de la iluminación locación por locación.

[4] El guion, firmado por Manuel Antonio Rodríguez y Orlando Rojas, fue galardonado con el Premio Coral al Mejor Guion Inédito en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana (1994).

[5] Ana Rodríguez fue una de las mejores directoras asistentes de la historia del ICAIC. Me asistió en tres de mis largometrajes: A veces miro mi vida, Papeles secundarios y Las noches de Constantinopla. Como directora dejó una obra maestra, el cortometraje de ficción Laura, último cuento del largometraje Mujer transparente.

[6] La voz del personaje interpretado por Juan Luis Galiardo fue doblado con precisión por el actor cubano Mario Balmaseda. Balmaseda cuidó todas las inflexiones y tonos de Galiardo, pero como su voz tiene un timbre muy especial, perfectamente reconocible para los cubanos, el doblaje fue, junto a la ausencia de la “luz cubana”, uno de los rubros más atacados por la crítica nacional.

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2 comentarios

  1. Sentido y desgarrador testimonio de Orlando. Su artículo esta lleno de lucidez y retrata la complejidad de esos momentos en el ICAIC y de los personajes que definieron el quehacer de una época productiva (y hasta gloriosa en materia creativa), pero también llena de dolor y censura. Para mí eso fue Alfredo Guevara: un censor ilustrado. Mi proceso con el también experimientó lo mismo. A Orlando la cultura cubana le debe un homenaje por muchas cosas, incluida su contribución a la cultura cinematográfica de Miami, donde también se fue injusto con El. Gracias, Orlando.

  2. Hay que tener GANDINGA y profunda nostalgia de haber disfrutado mucho de los placeres del privilegio que alcanzan unos pocos en Cuba, para defender a Alfredo Guevara, aunque Guevara hubiese sido su madre. Su apología de ese carnicero de la cultura y la realidad de su historia, y de la historia del desastre que causó en vidas y obras, es absurda, y solo la justifica (ni eso) el recuerdo de los favores a su persona dispensados por ese individuo. Sin embargo, es cierto lo que dice Cancio: la contribución de Rojas a la cultura cinematográfica de Miami, como programador, fue notable. Para mí, esa es sin duda su mayor contribución al arte cinematográfico.

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