Edgar Ariel y Abel Rojo, creadores de ‘Pabellón (nuestra patria es estar vivos)’ (FOTO Eldy Ortiz)
Edgar Ariel y Abel Rojo, creadores de ‘Pabellón (nuestra patria es estar vivos)’ (FOTO Eldy Ortiz)

Quizá todo esto no sea otra cosa que un dique, un parabán, un parabalas, un cortafuego. Sí es una postura crítica frente a la teatralización del castigo. Todo esto es, o podría ser –para decirlo en términos que manejamos– una exposición fotográfica, una intervención sonora, una coreografía audiovisual. Pero es también un museo de restos, una caminata infrapolítica, una peregrinación sonora.

Un pabellón es un estruendo.

Un pabellón es un estruendo.

Un pabellón es un estruendo.

Entre junio y julio de 2022 ya en La Habana no había quién viviera. Si antes un pan de molde te costaba veinte pesos, entre junio y julio ya te costaba cien. Si antes un pastel de guayaba te costaba veinticinco pesos, entre junio y julio ya te costaba ciento cincuenta. Si antes un paquete de leche en polvo te costaba cien, entre junio y julio ya te costaba mil. Todo eso fue entre junio y julio, hoy todo eso se ha triplicado. Hoy en Cuba es tres/ trecientas/tres mil veces más difícil vivir.

Un pabellón es una máquina de deseos.

Un pabellón es una máquina de deseos.

Un pabellón es una máquina de deseos.

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Nos preguntamos: ¿cuál es el doble fondo de nuestras vidas aquí? ¿Tenemos acceso a ese abismo? Estamos acostumbrados a los abismos. Estamos acostumbrados a no tener respuestas. Estamos acostumbrados a que no nos den respuestas. Estamos acostumbrados al castigo, a la teatralización del castigo, a la picota pública.

Un pabellón es un árbol.

Un pabellón es un animal no humano.

Un pabellón es una humanidad.

“Hay un lugar llamado humanidad”, nos dijo el poeta Delfín Prats, aquella tarde, frente a la columnata de la Casa Consistorial. También nos dijo que todo es una fantasmagoría. Una flema verde salía de su boca y casi lo ahoga. Se quitó su gorra bolchevique y la puso frente a su boca. Escupió la flema.

Hace unos días, en su discurso de agradecimiento por la condecoración del Premio Nacional de Literatura, también escupió la flema. Qué es eso de, a estas alturas, dedicarle un premio a la “patria y a la Revolución”. Realmente esperábamos que no aceptara ese premio, si total. Ayer una amiga nos dijo que no esperáramos nada, que esperar es confiar.

Un pabellón es un decir, es un hacer, es un soñar.

Un pabellón es un parlamento de los cuerpos.

Un pabellón es una prótesis, una órtesis, una arteria.

Entre junio y julio de 2022 ya nada puede ser igual. Después de un año del 11J ya nada puede ser igual. El amor no puede ser igual. El país no puede ser igual. La amistad no puede ser igual. El activismo no puede ser igual. El teatro no puede ser igual. Necesitamos un parlamento de los cuerpos. Un coro. Necesitamos un coro.

Un pabellón es una comunidad trans.

Un pabellón es un destiempo.

Un pabellón es un agujero.

A través de WhatsApp le pedimos a decenas de amigues que respondieran tres preguntas. ¿Qué es para ti una cárcel? ¿Qué es para ti una mina? ¿Qué es para ti un pabellón? No respondieron todes. Siempre da miedo hablar de lo que nos da miedo. Con esas voces creamos una (coro)grafía donde cada voz le pasa el testigo a la siguiente. En las carreras de relevo se denomina testigo al bastón que cruza de mano en mano. Ese testigo es la fe. ¿Qué pasa si cae el testigo? ¿Qué pasa si cae la fe?

Una peregrinación es un pirograbado.

Sobre ese pirograbado se lee una palabra.

Al lado de esa palabra, fe, dos cuerpos yacen tras la máquina del dolor.

Pabellón (nuestra patria es estar vivos) es un gesto que desterritorializa la noción de cárcel y la modela desde epistemologías expandidas. La noción de paisaje se vincula con la de peregrinación. En un paisaje todo es múltiple. En una peregrinación no hay voz dominante, sino que cada una entrega su propia cápsula de individuación.

Lxs “peregrinxs” son voces, voces que son cuerpos y que sobreentienden la noción de cárcel más allá de un espacio disciplinario, en un sentido focaultiano. La entienden como una ortopedia a la que está sujeta la disidencia, en cualquiera de sus acepciones.

Pabellón (nuestra patria es estar vivos) emancipa la voz como una prótesis; como una tecnología de vivificación. La voz no como privilegio de unos cuerpos sobre otros, sino como un tejido de enunciación. La voz como pancarta, señal, señuelo. La voz como protesta. La voz como revuelta. La voz como máquina de deseos dentro de entornos totalitarios y dictatoriales.

Un pabellón es una raíz aérea, es un rizoma, es un país diseminado.

Un pabellón es el lugar donde nacemos.

Un pabellón es el lugar donde nos exiliamos.

Fuimos con Eldy Ortiz y Lissette de León a las ruinas de un campo deportivo. Jesús Menéndez se llama ese lugar en Marianao, en medio de lo que fuera el primer barrio obrero de esa zona. La primera piedra fue colocada por José Miguel Gómez. Como somos trabajadores del campo del arte, obreros de lo inestable, braceros antillanos que trafican sin moneda de cambio, fuimos allí, a esa laguna de oxidación.

Un pabellón es un teatro donde caben todas las formas de lo vivo.

Un pabellón es un teatro donde caben todas las (coro)grafías del amor.

Tan pabellonerxs como somos.

Textos fotográficos como mapas que trastocan una idea, la idea del pabellón en el imaginario carcelario de Cuba; ese habitáculo donde los reclusos pueden tener, cada cierto tiempo, relaciones sexuales; ese mínimo intersticio de libertad.

Dentro de las artes vivas, el proyecto Pabellón rastrea las metodologías que reescriban la noción de lo contemporáneo. Lo contemporáneo como una escarbadura en el terreno de los afectos. Pabellón (nuestra patria es estar vivos) propone una reescritura de los discursos en su modalidad de archivo. Genera un archivo pulsional de la sobrevida.

Eldy Ortiz fotografió un síntoma. Un síntoma de afasia expandido. Un trastorno de la capacidad del habla. Voz. Lenguaje. Enunciación. Una utopía del encierro perpetuo. Una utopía del encierro perfecto. No estamos sobre las gradas. No estamos sobre la escena. Estamos sobre la máquina panóptica. A contraluz.

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