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Alejandro Alonso, el cineasta de la materia oscura

'La historia se escribe de noche', el más reciente cortometraje del realizador cubano, se estrena este sábado en el Festival de Róterdam.

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La historia se escribe de noche (2024), la más reciente película del realizador Alejandro Alonso (El proyecto, Terranova, Home), es uno de los dos títulos cubanos de cortometraje que tuvieron sus estrenos mundiales en la edición 2024 del Festival Internacional de Cine de Róterdam (IFFR), que transcurre entre el 25 de enero y el 4 de febrero en la ciudad holandesa.

Esta nueva propuesta de Alonso, producida por Estudio ST, La Concretera Producciones y Vega Alta Films, con el apoyo de World Cinema Amsterdam Go Cuba!, FSPI Cine y la Embajada de Francia en Cuba, se proyecta por primera vez este 27 de enero como parte de la selección competitiva. Tendrá otros dos pases el 28 de enero y el 3 de febrero en las salas del prestigioso evento, en el que el cubano se alzó en 2021 con el Premio Tigre Hivos de Cortometraje con la obra Terranova (2020), codirigida con el español Alejandro Pérez.

Cuba y la noche

Igual que el poeta José Martí, el cine de Alejandro Alonso parece tener también dos patrias: Cuba y la noche. La isla y la oscuridad son los principales territorios en que el autor ha desplegado sus relatos fílmicos y fotográficos, en los cuales la luz adquiere un carácter marginal. Resulta una entidad en fuga o moribunda que, en un final y generoso holocausto, permite reinar a las tinieblas con su miríada de posibilidades, insinuaciones y misterios. La muerte de la luz cataliza el alumbramiento de millones de mitos, universos, dimensiones. Como los colosos cosmogónicos de antaño, el cuerpo luminoso se fragmenta en miríadas de seres y mundos.

Contradiciendo al propio Orson Welles y sus consideraciones sobre el potencial expresivo e imaginativo de la radio, la oscuridad es en realidad la pantalla más grande del mundo. Es más grande que el mundo, que la vida. Más vieja que los dioses, más antigua que el tiempo y el espacio. Yace más allá de los principios y allende todos los finales. Es el infinito.

Cada título de la filmografía de Alonso puede entenderse como las estaciones de un viacrucis fílmico hacia el reino de la oscuridad definitiva, cuya cercana apoteosis –de la que La historia se escribe de noche ya se insinúa como exquisito umbral– pudiera emular de manera inversa con el Blanco sobre blanco de Malévich. Ambas obras, la del suprematista ucraniano y la del cineasta cubano contemporáneo, superponen absolutos sobre absolutos.

Las películas de Alonso tienden a colocar sucesos y figuras oscuras sobre fondos oscuros, con semejante efecto totalizador que Malévich, invitando a la sublimación interpretativa, al delirio imaginativo, a la ruptura absoluta con los significados. Y La historia se escribe de noche se propone como la más afinada sinfonía de tinieblas que hasta ahora el cineasta ha podido concebir; luego de previos y bellos “ensayos” que resultan la secuencia inicial del largometraje El proyecto (2017), todo el breve Home (2019), también en Terranova, y en las secuencias más ctónicas de Abisal (2021) –cuando los personajes recorren los laberintos ciegos que yacen en lo más profundo del vientre del leviatán varado. Asimismo, ocurre con numerosas piezas de su obra fotográfica, en las cuales la luz contamina la pureza tenebrosa de personajes, edificios y contextos.

La oscuridad propuesta por Alejandro Alonso es genésica y apocalíptica al unísono. Es la negación de todo, que contiene en su seno la probabilidad infinita. Es una contracción expansiva, una matriz que aborta la realidad y pare sueños, un estado de suspensión y explayamiento en el que todo nace y muere con una ciclicidad urobórica de múltiples dimensiones.

En otro (consciente o no) gesto de subversión de grandes paradigmas creativos, Alejandro Alonso parece revertir la archiconocida secuencia inicial de Persona (Ingmar Bergman, 1966), justo en la que se “hace la luz” fílmica tras el chispazo genésico del proyector, y el relato cinematográfico estalla en mil fantasmas luminosos. Con la anulación de toda luminosidad, La historia se escribe de noche propone que se “haga la oscuridad” para que el relato se expanda en mil espectros que dialogan directamente con la intuición.

Por ende, la obra de marras está más cerca de ser una experiencia inmersiva que una película convencional, a la vez que sublima la nostálgica experiencia de “la sala oscura”, convirtiéndola en un estado alterado. Es una película oscura que tiene que visionarse obligatoriamente en un espacio tenebroso; así lo advierte el texto al inicio de la cinta. El cine no está hecho para complacer al espectador, sino para ser satisfecho por la devoción que este le profesará a su evangelio audiovisual.

La noche exige de la noche para poder expresarse. Demanda la extinción de la luz, la disolución de la nitidez, la muerte de lo preciso. Modifica directamente al receptor. Un discernimiento no iniciado en las altas jerarquías de la percepción artística, aquejado de la perniciosa comodidad sobre la que advirtiera Tarkovski, solo apreciará un garabato difuso e incomprensible.

La historia se escribe de noche no apela a prácticas textuales depositadas. Todos los referentes sucumben bajo las tinieblas. Todos los conceptos y nociones aprehendidos se sumergen en una profunda crisis gnoseológica. Ante esta película lo único cierto es que no se sabe nada.

Es como si la caverna platónica viera cegada su entrada y proyectara sombras sobre un fondo negro, que poco a poco, va estimulando en los habitantes de la gruta la percepción otra, olvidada tras la atrofia del tercer ojo. Es la de Alonso una película que incide directamente sobre la glándula pituitaria, sobre el sexto sentido. Estimula el sentido de lo trascendental y enfatiza la ilusoria vacuidad de la existencia. Revela que, en la oscuridad, todos somos apenas fantasmas, todos perdemos concreción, nos transformamos en un elemento más del amplio espectro de extrañezas que emerge tras la fuga de la luz.

Fotograma de 'La historia se escribe de noche', Alejandro Alonso dir., 2024
Fotograma de ‘La historia se escribe de noche’, Alejandro Alonso dir., 2024

Epílogo de isla

Los fantasmas de Alonso rememoran historias de fantasmas, sueños de fantasmas, mitos de la sobrenaturaleza. En la oscuridad, Cuba se convierte también en un espectro que atormenta a los espíritus sin paz que rondan por sus cementerios. Todas las ciudades se convierten en necrópolis, repletas de tumbas sobrepobladas de esperanzas y sueños fenecidos.

Entre las tinieblas, Cuba se convierte en una entidad no-viva y no-muerta, una habitante del crepúsculo y el eclipse, refugiada en los umbrales. Deviene una versión aún más extraña del Señor Valdemar de Poe: un espíritu atado a su cadáver por la pura fuerza del mesmerismo. Cuba es una idea muerta, sujeta tercamente a su cadáver flotante por la potencia inercial del miedo. Solo la noche mitiga el horror, con sus hordas de sueños y ambigüedades.

Al anochecer, el país deja de ser país. Comienza a ser sueño y delirio, espejismo y fuego fatuo. En la noche, los cubanos habitan el vientre de la ballena. El cielo se apaga, la tierra se licúa, el aire se densifica hasta frisar el estado sólido, las estrellas enmudecen y el camino hacia ellas, sobre el que versificó José Martí, queda vedado por un insalvable océano de tinieblas cristalizadas. Cuba transmuta en oscuridad oleaginosa, torrente mudo, pesadilla colectiva.

El relato de La historia se escribe de noche transcurre durante un apagón nocturno, pero aquí abandona toda connotación costumbrista o pintoresca –consecuencia de la terrible naturalización de la desgracia que aqueja a la nación desde hace décadas–, y se convierte en suspensión simbólica del decursar civilizatorio. Los siglos XX y XXI desaparecen como por arte de magia negra. En brazos de la oscuridad, la isla se desplaza hacia un territorio sin tiempo, lejos de las fronteras de la realidad y la verosimilitud.

El paréntesis epocal abierto tras la muerte de la electricidad, convoca a soñar con los ojos abiertos e inútiles, resucita el pasado y anula la noción de presente. Cualquier sensación de futuro desaparece junto al horizonte cancelado. Cada lugar parece ser todas partes al unísono. Es momento de evocación y remembranza. Los recuerdos ganan en nitidez y materialidad, mientras el paisaje se anula bajo el mando tenebroso, mientras la ciudad, el mar, la carretera, las casas y el prójimo se funden en la mónada oscura.

Finisterrae…

El cine de Alejandro Alonso se filma de noche. Su poesía audiovisual refulge más cuanto más se acerca a la negrura absoluta. Su obra experimenta un corrimiento hacia las tinieblas, y divisa una próxima sublimación. Es un cineasta de la materia oscura y la suya es una poesía escrita antes del surgimiento del universo.

ANTONIO ENRIQUE GONZÁLEZ ROJAS
ANTONIO ENRIQUE GONZÁLEZ ROJAS
Antonio Enrique González Rojas (Cienfuegos, 1981). Periodista y crítico de arte. Textos especializados suyos aparecen en publicaciones como La Gaceta de Cuba, Cine cubano: La pupila insomne, El Caimán Barbudo, Hypermedia Magazine, Altercine (IPS Cuba), Cine Cubano, Esquife, Noticias de Arte Cubano, Bisiesto (Muestra Joven ICAIC), Enfoco (EICTV), la revista del Festival de Cine de La Habana, y otras. Ha sido guionista de varios programas televisivos especializados en audiovisual como Lente Joven, Banda Sonora e íconos del celuloide. Ha integrado jurados de la prensa en eventos como el Festival de Cine de La Habana. Ha publicado libros de ficción y crítica de cine, entre los que se encuentran: Voces en la niebla. Un lustro de cine joven cubano (2010-2015) (Ediciones Claustrofobias, 2016) y Tras el telón de celuloide. Acercamientos al cine cubano (Editorial Primigenios, 2019). Un tercer volumen titulado “Críticas, mentiras y cintas de video” está en proceso de edición.

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