‘Cuatro hoyos’, de Daniela Muñoz Barroso: la vejez, el sonido, un campo de golf y el cine

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Still de ‘Cuatro hoyos’, de Daniela Muñoz Barroso
Still de ‘Cuatro hoyos’, de Daniela Muñoz Barroso (IMAGEN festival.idfa.nl)

El envejecimiento suele estar impregnado de un imaginario predominantemente negativo. La vejez se vislumbra, por lo general, como un tiempo de abstenciones. Se tiende a contemplar ese estadio solo como la estación última en un recorrido que, por mucho que visite la fiesta, acaba siempre en la dificultad. Pero, tras experimentar el sinuoso viaje de la vida, por muy complicado que resulte, se puede arribar a la vejez con una emoción enaltecedora, con la satisfacción que otorga el aprendizaje de muchos años, con la esencial capacidad de disfrutar la vida, por muy próximo que parezca su fin.

Esa es una de las ideas que preside el más reciente documental de la directora/productora cubana Daniela Muñoz Barroso, Cuatro hoyos (2023), que acaba de tener su estreno mundial este sábado 11 de noviembre en el prestigioso Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam, donde integra el programa Luminous, consagrado a obras capaces de destacar por su original inventiva estilística.

Con una gracia sobrecogedora, un humor que emana tanto del carácter del personaje como de la puesta en escena, Cuatro hoyos defiende que no hay que temer al envejecimiento. Y Daniela Muñoz Barroso sabe bien que, tal como sucede en Cuba, el peso de las circunstancias resulta muchas veces aplastante, y que entonces la vejez puede asemejarse a un calvario. 

Cuatro hoyos es un portrait que no lo es. Es el retrato de un señor de la tercera edad llamado José Corrales Ruiz. Es su retrato, pero él es y no es el protagonista. La realizadora documenta su encuentro con José en un pequeño campo de golf que él ha construido en las afueras de Madrid para pasar sus días como jubilado. Y ese encuentro es lo auténticamente retratado. Subrayar en la sinopsis que la construcción del campo de golf es el “proyecto [de Pepe] tras su jubilación”, es revelador en la medida en que advierte sobre la posibilidad –por fin en la tercera edad del personaje– de escapar del imperativo del trabajo como regente del ritmo de los días. José Corrales Ruiz no ve el juego como simple entretenimiento para matar el tiempo que ahora, quizás, le sobra, sino como un hallazgo de placer, gozo y realización personal. En algún momento Pepe dice a la realizadora: “Si esto me falta a mí yo creo que me muero en dos días, porque esto es mi vida”.

Como en su anterior película, el excelente documental Mafifa, Muñoz Barroso se involucra en la narración, participa de la documentación, es también un personaje. Se le escucha hablar detrás de cámara y entra literalmente en el cuadro; ella no entrevista a José, conversa con él. Por eso decía que la realizadora documenta el encuentro: importan menos los testimonios de Pepe, su historia, que la relación que se cuece entre ellos en escena. En otras palabras, Cuatro hoyos aprehende el encuentro entre dos personas aparentemente desemejantes que se reconocen y empatizan. Daniela desea grabar a José, y José se entrega espontáneo, encantador…

Se podría decir que Cuatro hoyos es el registro del proceso de grabación del portrait, puesto que presenta su relato como el montaje orgánico, intrépidamente comunicativo, de situaciones que no suelen terminar en un metraje. En última instancia, es una película sobre sí misma; mas tal operación no se resuelve en un gesto formalista que implica renunciar a una narración, a la construcción del personaje. El personaje retratado y el personaje directora se elevan sobre la forma película. Él infringe las situaciones que ella intenta inducir, y ella reconfigura el ritmo de la filmación in situ. Es entonces una película sobre sí, no en tanto gesto vanguardista sino en tanto experiencia humana.

Y tal solución marca el estilo del filme, que resulta a ratos una comedia documental de situaciones, como el imponente carisma de su protagonista español. La personalidad de José, en apariencia siempre asertiva y despreocupada, abraza el tono de la narración; a tal punto que no es posible ver Cuatro hoyos sino es desde la empatía. Una empatía deudora también del criterio de realización, pues si bien José se presenta carismático, alegre a ratos, se alcanza a ver en él a un hombre de carácter, seguro de sí, nunca desbordado. Quizás de ahí emanan sus simpáticos desencuentros con la directora, aunque ambos tienen pérdida auditiva y a ratos no se escuchan con claridad.

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Es tan cautivador este señor que, en los días de su servicio militar en el cuartel general del Sahara, recogía piedras porque “eran muy bonitas”, según cuenta. Para José nada parece ser un problema: cuando Daniela le pregunta si no teme dejar de escuchar el sonido producido por las bolas de golf al ser golpeadas, él responde, sin pensarlo dos veces, que no, y recuerda, además —como si esa fuera toda la solución—, que tiene unos aparatos con los que escucha “divino”. Son muchos los momentos lúdicros en esta película resuelta en los códigos de la personalidad de su protagonista. La realizadora empieza el metraje con una situación ya simpática: en el instante en que se rompe algún botón de la cámara; más adelante, la escuchamos reclamar a Pepe, entre la queja y la sonrisa: “Me cuentas las cosas fuera de cámara”. Y eso son solo un par de ejemplos.

Decía que el documental no es una instantánea del personaje, sino el testimonio del encuentro de dos seres casi contrapuestos. Daniela es cubana, José es español; Daniela es mujer, José es hombre; Daniela es joven, Pepe es viejo. Pero se reconocen. Un relato que parece fundado en la antítesis, acaba, en realidad, hablando del vínculo, de la empatía. Aunque con total inteligencia se sobrevuela la cuestión de la nacionalidad, para instalar la narración en terreno estrictamente humano. En todo caso, ello no deja de pautar las diferencias que entre ambos existen, por eso es tan simpático el minuto fugaz en que Pepe hace una pausa en su discurso para acotar: “Vamos, los carros, porque [ustedes] los llamáis los carros”. Como hermoso es cuando Daniela, para golpear las bolas, pide a Pepe que se ocupe de grabar el sonido, y cuando este pregunta cómo debe manejar el equipo, ella responde: “Es como el palo de golf”. 

Cuatro hoyos no es el típico portrait que responde preguntas como ¿quién es José?, ¿de qué vive?, ¿cómo llegó a dónde se encuentra hoy?, ¿y su familia? Su sensible mirada se queda nomás con la evidencia única de la fuga de José, a través del golf, del retraimiento que pudiera implicar la vejez, y con el perfil más singular del personaje: la vitalidad y el optimismo con que parece transitar sus días de jubilación. Muñoz Barroso consigue un filme de una provechosa decantación, si lo comparamos con sus obras anteriores. En Mafifa, por ejemplo, el grosor cultural y el legado del personaje imprimían un sentido de trascendencia a la trama, mientras que Cuatro hoyos trabaja con un individuo sin más excepcionalidad que su carácter adorable y su “proyecto de un campo de golf”.

Mas este documental tiene muchas capas, y es quizás la pérdida auditiva que padecen ambos lo que empuja a la directora a registrar el mundo de Pepe. Ese padecimiento común los emparenta, aunque para ninguno supone un dilema, una gravedad. Sí motiva el ansia de ver el sonido como factor de caracterización; un aspecto que es ya un rasgo de estilo/autoría en su trabajo: conocer a José es conocer los sonidos de ese cosmos que se revela ante nosotros. En tal sentido, el filme también dibuja un mapa de esas sonoridades que pueblan el descampado donde el personaje pasa sus horas: el viento, las aves que cantan, las personas que corren, los automóviles que transitan por el lugar… La aprehensión del sonido llega a ser un dispositivo auténticamente alegórico del reconocimiento mutuo. Al comienzo de la película, Daniela le pide a Pepe que explique las características básicas del golf, y, mientras habla, el ruido de una avioneta invade la escena y no se alcanza a escuchar sus palabras. Premonitoriamente, se advierte que la posibilidad de escuchar pautará este sugestivo encuentro.

Decía que entre los sonidos que se escapan y la abundancia de los sonidos se fragua una especie de reconocimiento personal. De alguna manera, para Daniela Muñoz Barroso, el filme es un refugio, y el elemento sonoro deviene ventana a través de la cual espiar la personalidad de Pepe. Así como el golf ha salvado al anciano español, el cine es para esta joven realizadora cubana la patria, y un arma. Como Mafifa y Umbra, Cuatro hoyos es un archivo de aprendizaje, un medio para relacionarse consigo misma.

Still de ‘Cuatro hoyos’, de Daniela Muñoz Barroso
Still de ‘Cuatro hoyos’, de Daniela Muñoz Barroso (IMAGEN festival.idfa.nl)

Un segmento importante, tanto por su cualidad disruptiva respecto al tono seguido hasta ahí por la narración como por la organicidad con que dinamiza el ritmo visual, es aquel donde vemos a Daniela grabar el sonido ambiente mientras se amplifica la imagen, en una suerte de distorsión expresionista, cuasi onírica… De las pequeñas cláusulas en que Daniela interroga a José o interactúan los dos, pasamos a esta declaración autoral sobre la necesidad de aprehender el sonido como índice de identidad. Pasados unos segundos, sabremos que la imagen amplificada, ligeramente distorsionada, resulta de la mirada de Pepe a través de unos binoculares; revelación que subraya la sed de la realizadora por encontrar, frente al imperativo de la imagen, el potencial dialógico del sonido, su distinción expresiva.

Los planos fijos, de composiciones esmeradamente plásticas, con que registra el encuentro, y que le permiten entrar a escena, tejen un relato tan simple como vital. Daniela aprende un poco de golf y José se sorprenderse cuando contempla el mundo a través de la cámara. Daniela Muñoz Barroso deja ver las armoniosas colisiones entre sus palabras y las de su personaje en un registro gozoso e íntimo que prolonga esa emoción que surge del encuentro entre ambos.

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