Pandora, ¡no seas así! A propósito del nuevo cortometraje de Alán González

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Fotograma de ‘Azul Pandora’, Alán González, dir., 2024.
Fotograma de ‘Azul Pandora’, Alán González, dir., 2024.

El realizador cubano Alán González acaba de estrenar un cortometraje en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam, cuya 53 edición cierra este domingo 4 de febrero. Azul Pandora aparece a escasos meses de la premiere mundial de La mujer salvaje, ópera prima de González, que confirmó la singularidad de su imaginario creativo y su audacia para esculpir paisajes humanos, a ratos desoladores y silenciosamente cruentos, donde las mujeres son las auténticas protagonistas. Desde La profesora de inglés (2015), este creador viene nutriendo ese imaginario que garantiza su inclusión entre las voces más significativas del cine cubano contemporáneo.

Alán González, como Bergman, Almodóvar, Fassbinder y otros tantos autores, tiene un especial interés por auscultar, desde el cine, cómo las mujeres enfrentan la vida desde sus particulares experiencias, cómo viven sus cotidianidades, cómo experimentan sus emociones, cómo piensan, cómo se expresan desde la memoria de sus cuerpos… Al menos eso se aprecia en El hormiguero (2017), La muchacha de los pájaros (2021) y Los amantes (2018).

Esta propensión para observar y mostrar a las mujeres sin dudas condujo a Alán González hacia esta nueva película. Acá dibuja, con la sutileza desplegada por los buenos pintores en sus cuadernos de apuntes, un día en la vida de una mujer trans. Pandora tiene vecinos y es acechada por ciertos amantes, pero experimenta, sin embargo, una arcana soledad, fruto de demasiadas decepciones, desamores, rechazos.

Y el adjetivo trans no tuviera acaso importancia si no fuera porque la experiencia emocional y los conflictos de esta mujer están moldeados por las tensiones entre su identidad de género y el entorno social donde vive, que apenas si asoma a la representación, pero que se deja sentir, retumba, en cada gesto suyo, en cada reacción, en sus escasas palabras. Por ese camino brota una de las virtudes ineludible del filme: la elegancia tenue con que se manejan los códigos corporales y culturales en que se manifiesta la identidad y la experiencia trans de Pandora.

No hay fascinación ninguna por su sexualidad o su cuerpo, hay interés en aprehender las vibraciones profundas de sus emociones, cocidas al fuego de las represivas ideologías heteromasculinas. Alán intenta delinear los sentimientos de una mujer resiliente, cuyo cuerpo deviene una coraza frente al mundo. Y como las anteriores entregas del director, Azul Pandora pulsa ese vibrante mundo interior de la protagonista desde su relación con las circunstancias. Porque Alán González se presenta siempre más interesado en la poesía de la experiencia que en la poesía de los sentimientos, incluso cuando esa experiencia que su cine registra no hace sino catapultar al espectador a terrenos estrictamente afectivos, subjetivos.

En apenas doce minutos, se puede sentir el dolor, la pena de viejos desengaños, las marcas de la soledad, el peso de la incomprensión, los fatigantes rechazos experimentados por Pandora. Se pueden percibir en sus movimientos, en el retiro que encarna su casa, en la rispidez de sus palabras, en la incredulidad y la tristeza que se posa en su mirada. Así de genuinas son las reacciones del personaje. La audacia y sensibilidad del director se expresan en la agudeza (fílmica) con que sabe pintar cómo las muchas batallas libradas por Pandora están inscritas en su rostro, laten bajo su piel. Mas ella no se resigna a que convencionalismo alguno prescriba su trato con los otros o aniquile su individualidad.

Durante el día, Pandora tiene encuentros fugaces con un adolescente que la corteja y un amolador de tijera (un hombre casado) que tuvo alguna relación sexual con ella y ahora vuelve a acecharla como a su presa. Hacia el final del corto, ella y el joven (que quizás ofrece un amor cándido, amable) sostienen una breve conversación capaz de explicar la dimensión de las penas de la protagonista y el tamaño de sus anhelos. Dice el muchacho tras las evasivas de Pandora: “tú no tienes idea de todo lo que yo estoy sintiendo”; ella responde: “tú tampoco tienes idea de lo que yo he sufrido”.

La potencia de las ideas del corto emana tanto de su excelente guion (escrito por Nuri Duarte), como del criterio fotográfico y de puesta en escena. Como en El hormiguero, La mujer salvaje, Los amantes, ahora Alán González vuelve a ensayar su ya característico estilo naturalista, marcadamente físico, que hacen que el cuerpo, las expresiones de los personajes, su estar en el espacio que habitan, hablen por sus sentimientos y experiencias. Un estilo que rezuma valores del código documental, pero resulta escrupulosamente calculado. Se aprecia en los diálogos, siempre sucintos, a veces lacónicos, capaces de comunicar un cosmos de emociones, de condensar las presiones del medio. Cuando al recibir en la puerta de su casa al joven pretendiente, ella dice: “Qué feliz estoy de verte”, para agregar segundos después, cuando él insiste en entrar a la casa: “no me quiero buscar problemas”, se resumen toda la angustia que sacude a la protagonista, sus miedos, sus ansias de libertad, el encanto que ejerce el otro, su cautela tal vez dictada por un aprendizaje cultural que no la comprende.

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Cada plano, decisión escénica, situación, cifra una idea alrededor del conflictuado mundo de Pandora, comunica alguna calve para comprender su sensibilidad y su carácter, su posición social. Sus miradas suspicaces alrededor de la casa cuando finalmente sale, ya caída la noche y protegida por la oscuridad, a ver al insistente muchacho, avisan de esa realidad de los otros que fustiga su día a día.

El manejo de los espacios interiores y exteriores se presenta también absolutamente connotado: la casa es su templo, el espacio forjado por ella para estar consigo misma; la calle y el barrio, espacios de contacto con los otros, la exponen, la vuelven frágil. Y del planificado guion llama la atención todavía una excelente solución de escritura: en cierto momento una vecina pide a Pandora que cuide de su hijo. La protagonista toma al niño en sus brazos y entra a la casa. Con el pequeño ella puede sostener una relación límpida, plena, maternal, libre.

Esta mujer podrá ser objeto del deseo para los otros, pero no pierde la esperanza. La autenticidad de sus emociones, la fidelidad a sí misma, es cuanto la protege del orden que tanto cerca y reprime su libertad. Su imagen no es heroica, no es la imagen de una mujer que se enfrenta al mundo y no se deja vencer por este. Su imagen es de una mujer trans cuya grandeza estriba en la hondura de sus emociones y en el tamaño de su vulnerabilidad…

Azul Pandora resulta verdaderamente significativa porque es de una militancia compleja, que no necesita de discursos prefabricados o didactismo alguno, pues alcanza su suficiencia en la capacidad de aprehender toda la humanidad de ese ser. Pandora puede ser vista como un personaje tipo y sin dudas es un símbolo, incluso un síntoma; mas no puede ser vista como objeto o instrumento. Eso hace especialmente significativo al filme.

Después de su breve encuentro con el chico, ella se aleja mientras la cámara la observa de espaldas. Se va tranquila, camina despacio, sensual, tras dejar abierta una ventana para la posibilidad de otro encuentro. No se sustrae Pandora a la seducción que el joven ejerce sobre ella, a su encanto ingenuo; es humana, un ser plagado de contradicciones y dudas, y es una mujer que disfruta de su sensualidad. Antes que el cuadro cierre a negro y la película acabe, se escucha al muchacho decir: “Pandora, ¡no seas así!” Él quiere una oportunidad con ella y el relato alude a la posibilidad de ese riesgo, que es su fatalidad y la esperanza a la que se ase. Dejar sus deseos en libertad es otro modo de desafiar el orden que la confina a su casa. Una relación no es una licencia, es un derecho y un vencimiento a tanta punición. Cuando Pandora reconoce que puede vivir un poco esa fantasía erótica, es honesta, valiente y expone tanta doblez social.

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ÁNGEL PÉREZ
Ángel Pérez (Holguín, Cuba, 1991). Crítico y ensayista. Compiló y prologó, en coautoría con Javier L. Mora y Jamila Media Ríos, las antologías Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Casa Vacía, 2017) y Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, 2019). Tiene publicado el libro de ensayos Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Casa Vacía, 2020). En 2019 fue ganador del Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas, en el apartado de Estudios de Arte y Literatura. Textos suyos aparecen en diversas publicaciones de Cuba y el extranjero. Vive en La Habana.

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