Juan Manuel Tabío: poemas

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    Sófocles en Colono

    El árbol del olivo era una engañosa metonimia de la patria.
    El árbol una vez quemado y renacido en el mismo pedazo de tierra, mártir reincidente en su fácil lucro, su verticalidad empañada como viniendo a desmentir la continuidad de los racimos de lo real.
    La guerra finalmente ha terminado –o no.
    La devastación, en cualquier caso, ha de ser motivo ubicuo: herencia insepulta, la planta atroz y todo lo que no cupo en el himno.
    Luego el arroyo, la purificación reglamentaria (carácter o demonio, de esta economía del misterio parece proceder cualquier esterilidad).

    El imperio austrohúngaro

    Primero colocaron las guirnaldas en los árboles.
    Entre los pinos se abría un claro, idóneo para servir como pista de baile.
    Luego colgaron los faroles, y en todo momento hubo guardia, no fuera a ser que lloviera y se arruinaran.
    Pero la tormenta no se desató hasta el mismo día de la fiesta.
    Después de que todos se refugiaran en el interior de la casa, sobrevino (a galope) una noticia en la que los menos apocalípticos descubrieron que se vaciaban de realidad la vida militar, los penachos de crin, el brillo en la copa de los sombreros y la belleza ya estriada y ligeramente libertina de una dama de la capital.
    A los músicos, borrachos, hubo que llevárselos del salón.
    Algunos seguían repitiendo, mientras eran trasladados como objetos inanimados, los mismos movimientos que habían ejecutado los valses o las marchas (fúnebre, la última), aunque hacía mucho que les habían retirado los instrumentos de las manos.
    Aun así, la abigarrada exterioridad se filtraba por las rendijas.
    Rebajaba considerablemente la coherencia del coro de voces, pero no la eficiencia portentosa de las tecnologías de la experiencia con que invocaba la visión de las plumas reales e imperiales mecidas por el viento, una luminosa mañana desde la que parecían haber transcurrido tantos años.

    Sedente

    Blanco trabado, un resplandor acuoso y opaco obstruye la corriente del pensamiento.
    Debajo, a ras de suelo, el avance del hormigueo comercial discurre a través de circuitos excavados desde siempre por laboriosos ministerios de fricción.
    No llegará a muy lejos la visión de esta mañana.
    Y pensar que apenas a unos pocos metros parecían extenderse, aplanadas por la perspectiva, las retículas de una vida común en superficie.
    En lo alto, corpúsculos en ocasión de suspenso, como polvo de la ruina de todo otro tiempo, absorben la luz.

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