No idolatrarás a bestia ni a imagen alguna
No podrás traer las tazas que usó Anäis Nin
cuando estuvo en Cuba.
Ni siquiera esas tazas viejas,
sucias,
manchadas de lápiz labial,
guardadas en el almacén de un museo,
a merced de las cucarachas y el polvo.
Ni siquiera las tazas.
El dictador
El dictador como un invento decimonónico.
Un invento bello,
magnífico,
atractivo,
pero inútil.
Un invento más allá de las leyes del mercado,
para admirar en un museo de maravillas,
en una exposición de curiosidades,
para verlo unos segundos
y dejarlo atrás
y olvidarlo para siempre.
El dictador como un reloj de viento o un piano de vapor.
Revelación
Muñecas rusas que se devoran la una a la otra.
Con sus caras inexpresivas
y sus trajes típicos.
Las cajitas de Cornell no existen.
No creerás
El Reino no es lo que esperabas.
Viejo hospital donde todos enloquecen.
La sangre
y el riget-riget que producen al chirriar las puertas que se cierran.
En el Reino, es verdad, nadie muere.
Hay vida eterna.
Fuentes de abundancia.
No faltan sueros, inyecciones, agujas.
Ya no importa si el día sucede a la noche.
Hay un silencio sempiterno,
perturbado sólo por esa ambulancia
que siempre a las 12:35 trae al mismo paciente.
Pero el Reino prometido,
anhelado por muchos,
sólo tiene 63 camas.
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