Oscar Cruz: poemas

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    Los Médanos de Coro

    perseguí una chiva a través del desierto
    sin poder alcanzarla. no como lo hiciera Lautréamont
    detrás de un avestruz a través de la jangada.

    mis vicios eran otros. otra la visión que me inquietaba.
    los Médanos de Coro estaban frente mí como una masa
    terral y duradera.
    agucé mi oído para oír lo que otros oyen,
    latidos subterráneos, el repicar profundo de tambores,
    el ruido de la arena al deslizarse sin rumbo sobre
    mis pies. parado vi correr las chivas a través
    de mis sentidos, no daban carne ni leche pero estaban
    esperando una señal que no llegó.

    lo que había firme bajo mis pies no era arena,
    polvo de huesos, óxidos, fragmentos olvidados.
    no experimenté el hecho de estar solo, pues alguien
    corría al lado mío con la misma intensidad del que halla
    cantones que en hilo lento, siempre con iguales palabras,
    esconden perdidos yermos, en el numen de una vida,
    que mientras mana de la boca sin esfuerzo imprime
    libertad y quietud al pensamiento.

    mi asiento en la arena era cálido, y me dejaba
    regodearme ante las chivas, solitario.
    mientras, en lo más siniestro del paisaje,
    una chiva recelosa nos miraba.

    De riposta

    mirando una pelea
    entre Antonio Margarito
    y Many Pacquiao, recibo
    lecciones de poesía.
    cada piñazo es un poema
    colocado con precisión
    en la cara del latino.
    cada poema lleva dentro hematomas,
    torsiones, cortaduras.
    el poema como fiesta de los golpes.

    más de media hora castigándose
    en el ruedo frente a una multitud
    que orgullosa los contempla.
    cada detalle no persigue otro fin
    que la belleza.

    asimismo,
    todo en su conjunto es hermoso.
    pero es bueno que estemos advertidos:
    sonríe el ganador, sonríe. sus poemas cortan.
    sonríe el perdedor, sonríe. su sonrisa corta.
    ambos llevan en sí la resistencia
    de años enteros sin amparo.

    es por esto
    que los combates de boxeo y mis poemas
    son lo mismo.
    es por esto
    que las putas prefieren al que gana.
    yo, que soy un perdedor,
    me subo cada día al encerado
    en busca de placeres.
    afuera, como siempre, una multitud
    ansiosa de torsiones y hematomas
    me contempla.
    lo mío es hacerlos sonreír.
    ellos, en su mierda, son hermosos.

    - Anuncio -Maestría Anfibia

    qué importa vencedor o vencido.
    al final de la velada, algún hijo de puta dirá
    que fueron peleas deslucidas.

    Lo que cuenta

    lo que cuenta es estar parado ahí,
    en el borde de las gradas.
    los perros frente a ti ladrando.
    perros entrenados en el arte de matar.
    perros welters con más de treinta libras.
    (me gustaba estar ahí). la gente que viene
    a estos lugares resulta interesante.
    gente desahuciada con un rostro sin vida.
    gente que viene por amor: amor a los zapatos,
    amor a la ropa, amor al desastre;
    y el desastre con su fuerza comenzaba
    a interesarme.

    los perros en su esencia eran bellos.
    más bellos que mis padres,
    más bellos que Dios. tenían rojas leguas
    y una forma masculina de babear.
    sentí que mi vida estaba ligada a aquella baba,
    a aquella forma envilecida de mirarse.
    entonces saqué doscientos pesos
    y se los puse al perro-nadie, un perro que nunca
    había peleado y que lo haría contra uno
    que sumaba dieciséis.
    un perro invicto y secular como un gobierno.
    comenzaron a matarse,
    las bocas producían hechos de sangre.
    instantes de duro placer.
    perros que peleaban por lo posible
    y lo imposible del hombre.
    miraba las gradas y veía rostros brutales
    de gente enajenada, feliz.
    gente apostando a un cachorro sin vida.
    al cabo de varios minutos
    el perro al que había apostado ganó.
    subido encima del otro ladraba una y otra vez.
    lo cargaron como a un héroe y volvimos
    en turba hacia la casa. íbamos callados.
    escuchando cómo ríen, como hablan
    los que ganan.
    esa tarde supe lo que era un perdedor.
    vi al perro derrotado en una jaba
    sobre el borde del camino.
    qué importa que hubiera ganado dieciséis.
    la gloria en estos sitios dura poco.
    y eso es lo que cuenta.
    poco amor o poca vida no es tan malo.
    lo que cuenta es saber que has apostado.
    que has venido como ellos hasta aquí,
    que has venido en la turba a darle diente
    a la carne envejecida del amor.

    Céline

    de arriba abajo
    la misma cuestión:
    tener cojones o no.
    lo otro
    es noción
    de orfebrería.

    Canción

    existe lo que amé
    y lo que amo: el verde ramaje
    de ese árbol que en mi mente
    reduzco a machetazos.

    existe lo que amé
    y lo que amo: un perfecto cuadro
    de Mal y Montaña con decenas
    y decenas de muchachas que traen
    en el cuello mucho talco, y también
    entre las piernas mucho talco,
    y usan brillos, argollas
    y chancletas.
    muchachas que en el día buscan
    el pan y se ríen al pasar
    con un muchacho que de vez
    en cuando las invita a desquitarse.

    existe lo que amé
    y lo que amo; pero también existe
    el hacha con que abro y disecciono
    tu madera. si me vez
    y no tienes hacha, búscate una.
    redúceme con rabia a tu tamaño.
    es esa la grandeza de los hombres.
    es esa la importancia de talarse.

    para ti y para todos los que aman,
    el árbol de la muerte tendrá siempre
    las ramas demasiado verdes.

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    OSCAR CRUZ
    Oscar Cruz (Santiago de Cuba, 1979). Poeta y editor. Licenciado en Historia. Por su obra poética ha merecido premios como el David 2006, el Pinos Nuevos 2009, La Gaceta de Cuba 2010 y el Wolsan-CubaPoesía 2012. Ha publicado los cuadernos Los malos inquilinos (Ediciones Unión, 2008), Las posesiones (Editorial Letras Cubanas, 2010), La Maestranza (Ediciones Unión, 2013). Tradujo, de Georges Bataille, El pequeño (Ediciones Santiago, 2011). Es coeditor de la revista literaria la noria.

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