Peligro de derrumbe
Arrimar palabras. Una palabra y otra. La cuartería del lenguaje. Un barrio pobre en medio del lenguaje. Si una palabra arde la otra arderá también. Si una cae, ya sabes. Decir madre mía, patria mía, y que el posesivo sirva de puntal.
Contribución a la economía política
Poner la mano que escribe bajo una prensa de tabaquería y hacer girar el tornillo para disciplinar la mano; la mano sin nervadura que ya fue escogida entre mil manos, que ya fue torcida por mil manos, que ya fue cortada con una chaveta. Poner la mano, el dedo sin anillo matrimonial que tendrá su anillo de papel cromado; la mano en una caja de cedro para que los dedos no pierdan el aroma. Poner la mano; la plácida incineración de esa mano en la terraza de un hotel, mientras se conversa en calma y en alemán.
Colgar los ojos, enrojecidos por el mucho leer y el poco dormir; los ojos que han visto desnudarse adolescentes a la sombra de un cafetal. Colgar los ojos sanguinolentos a la intemperie y a la altura, entre los granos de café maduros; los ojos maduros de mirar. Colgar los ojos; los ojos que serán recogidos en cestas por becarios, echados en sacos por becarios, contados en cientos por un militar.
Disimular el cuerpo en un plantón de caña y esperar el tajo; esperar al muchacho con su mocha o su machete; esperar la aliteración, la onomatopeya del muchacho con su mocha y su machete al dar un chasquido. Disimular el cuerpo en un plantón, donde eres caña entre mil cañas por quemar. Disimular el cuerpo y esperar el tajo; tomar de ti únicamente lo provechoso: el cuerpo sin cogollo, el cuerpo dulcísimo, el millonario cuerpo del azúcar, hasta que acabe la crisis o te vuelvan a engañar.
Los reclutas
El verde militar está en los ojos:
muchachos que piden autorización
para ir al carnaval y abordan los camiones,
las máquinas de alquiler en Jagüey o Santa Clara
con el dinero último, con el único dinero.
Regresan las cabezas podadas por el verde militar,
los rostros que lastima la cuchilla:
el hermano mayor, el novio, el hijo de vecino.
En la noche de provincia son príncipes,
reyes que han vuelto de Troya o Las Cruzadas.
Bajo el fuego artificial, bajo la vida artificial
respiran el aire último, el único aire,
y entran al verde militar con sus amores.
Como los reclutas anhelas un pase,
un gesto dispensador de tu perenne servicio;
un pase, una tregua, un salvoconducto
para tu vida siempre. Como los reclutas.
Sólo que ellos no saben disimular.
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