El IV Festival de Cine INSTAR llega del 4 al 10 de diciembre con una curaduría cinematográfica en la que, si bien puede hablarse de temáticas y estéticas interconectadas en sentido general, es importante destacar el gran mosaico de personajes femeninos que crean y recrean las directoras invitadas a competir.
Las narrativas femeninas en el cine han sido acusadas de defender lo aparentemente íntimo, de hacer películas “de pocos personajes”, pero es justamente en esas búsquedas íntimas donde la política y la transformación del patriarcado ha hallado una crítica más feroz. Aunque seguimos hablando de la figura del directxr como eje principal dentro de la realización fílmica, con solo echar un vistazo a las fichas técnicas de las obras en competencia se encontrarán mujeres en profesiones que la teoría feminista cinematográfica hace mucho tiempo señaló como claves para una representación más equitativa del mundo a través del audiovisual.
Así, llegan a esta edición nombres como Daniela Muñoz Barroso, Carla Valdés León o la nicaragüense Gloria Carrión Fonseca, quienes se mueven dentro de la producción y la dirección, y Gretel Marín Palacio, quien ha transitado de la isla de edición a la dirección. Sus poéticas diversas y con diferentes niveles de lecturas indagan en personajes femeninos que sirven de faro para la construcción de la memoria, la nación, pues al final la patria siempre ha sido más matria de lo que el heteropatriarcado ha dejado ver.
Mafifa, la familia Valdés-León, K., y Afíbola Sífunola son fragmentos de esa matria, que construye desde el recuerdo y continúa en un presente desde el cual se anhela modificar el futuro. Así pueden ser apreciadas respectivamente Mafifa (2021), Los puros (2021), Hojas de K. (2022) y Camino de lava (2023). Cada directora ha construido una personal relación con los personajes de sus películas y, aunque para propósitos taxonómicos se hable de documental, cada una de las realizadoras ha diluido las fronteras de ese género cinematográfico, que, para suerte de espectadores libres y arriesgados, cada día se expande más gracias a muchas contaminaciones de lo así llamado ficción.
En estas cuatro películas la palabra construye la memoria. Daniela Muñoz Barroso, desde su sinceridad como mujer y realizadora, pasa al frente de la cámara como personaje para buscar la voz de Mafifa. Siempre se ha dicho que escuchar no es precisamente oír. El arte de la escucha requiere de concentración y capacidad para empatizar con el otro. Así, la realizadora va escuchando en cada momento de su largometraje documental, no solo lo que tienen que decir sus personajes, sino también las resonancias del vínculo que establece con ellos a través de tal escucha. La reconstrucción y la recreación se mezclan en Mafifa. La realizadora selecciona planos detalle, y mediante estos los espectadores se ven impelidos a erigir junto a ella sus propias versiones de una mujer, pero también de una ciudad, de un rito cultural, una historia.
A Muñoz Barroso se le ha negado el placer de conocer físicamente a su personaje femenino; a Marín Palacio, no, y consecuentemente Afíbola se vuelve parte del equipo creativo de Camino de lava. La representación de mujeres afrodescendientes en el cine cubano, mediante una mirada en que ellas se sientan cómodas y puedan expresarse, no siempre se ha logrado en la cinematografía insular. La cuestión de la representación versus la representatividad de los y las afrodescendientes cubanxs gravita sobre el panorama audiovisual de la isla.
La familia y las diferentes formas de construirla son también un tema en estos materiales. En ese sentido, el elemento “casa” –aunque no es nuevo en el cine para ilustrar o simbolizar la vida, la familia, el hogar– se presenta en Camino de lava como símbolo en paralelo con la relación que se construye entre madre e hijo, pero también con lo que se desea para que el hijo habite un país llamado Cuba.
El espacio físico íntimo que aporta una casa es también el contexto que reúne a los personajes de Los puros. Aunque pragmáticamente la familia ha sido construida de forma consanguínea, tanto Carla Valdés como Gretel Marín amplían esa estructura, pues es solo a través de su resignificación que se pueden reconstruir las memorias, entender los contextos.
El mundo material está lleno de privilegios, y la espiritualidad que emerja de esta casa vacía, por construir, por llenar de recuerdos, que habitarán Afíbola y su hijo Olorum, es una posibilidad a la que todas las personas deberían tener derecho, así como a poder expresarse a su ritmo, acorde a sus identidades no solo de género, sino también culturales, históricas.
Un grupo de jóvenes que se desprenden de sus padres y conviven continuamente en un país otro, en casas otras, configura su familiaridad, y a través de esta es posible desenredar las ideas analíticas y los sentimientos de un pasado que se siente doblemente pretérito, pues “los puros” que aparecen frente al lente de Valdés León no siempre logran explicar con palabras lo que vivieron. Y es a través del espacio en que se produce el reencuentro, y gracias a “compartir el pan”, que el grupo de filósofos logra aterrizar lo vivido y así construir una memoria colectiva.
“Los puros”, expresión coloquial del habla cubana empleada para referirse a los padres o, en un sentido más abierto, a personas que más o menos pasan los sesenta años, se convierte en una expresión polisémica en la película. Este grupo de personas está volviendo en sus recuerdos a una etapa “pura”, a una juventud esperanzada en sus proyectos personales, pero también en un proyecto mayor, colectivo, que incluso pretendió ir más allá del significado país.
Las historias que cuentan estas directoras mujeres vienen de las entrañas, y ello siempre se ha asociado a lo sentimental, o bien al parto, no solo como acto biologicista, sino como acto de crear o expulsar de sí. Hay historias que las y los protagonistas pueden contar mirando a cámara, y tienen así la posibilidad de purgarlas a través de su propia representación audiovisual; en otros casos las protagonistas ni siquiera pueden mostrarse, como en Hojas de K., de Gloria Carrión Fonseca.
La animación como lenguaje no solo es una decisión “estética” en esta película: sus protagonistas aún corren peligro de represalias por contar y denunciar lo vivido bajo el régimen nicaragüense liderado por Daniel Ortega. Asimismo, cuando hablamos de conflictos que implican violencia física y psicológica contra las mujeres y las niñas, aparece el riesgo de que la exposición audiovisual termine revictimizándolas. De ahí que la decisión de animar y/o darle vida a K. se convirtiera en la poesía necesaria para relatar –con el testimonio como materia prima– estos hechos duros y violentos que continúan impunes.
En el Festival de Cine INSTAR también se proyectan otras representaciones femeninas, como Mujeres que sueñan un país (2023), documental en concurso dirigido por el cubano Fernando Fraguela Fosado. Es una película que nace de la urgencia de denunciar la situación política en Cuba. También es imprescindible mencionar las presentaciones especiales de filmes de la cubana Miñuca Villaverde. Su obra, su manera de entender el cine, es ejemplo vivo de que las historias “intimistas” de mujeres –según la etiqueta que muchos han pregonado– no están reñidas con una búsqueda y ampliación del lenguaje cinematográfico.
Las conexiones establecidas por las películas de Carla Valdés León, Daniela Muñoz Barroso, Gretel Marín Palacio y Gloria Carrión Fonseca parten de las especificidades genéricas del documental y se extiende, hasta los márgenes del relato histórico, en busca de mujeres otras. Sus voces y sus memorias no solo son rescatadas en tanto protagonistas de estas representaciones audiovisuales, sino desde la relación sorora que idealmente imagina buena parte del movimiento feminista.